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Recordando al inmortal musico cubano gay  Ernesto Lecuona
 
Compositor y excelente pianista cubano, dedicó la mayor parte de su creatividad musical a este instrumento, con obras en las que explotaba, de manera imaginativa y original, los ritmos y las melodías caribeños.
 
Su verdadero nombre era Ernesto Sixto de la Asunción Lecuona Casado, aunque artísticamente fue conocido como Ernesto Lecuona. Nació en el número 7 de la calle Cerería, en la ilustre villa de Guanabacoa, a tan solo 30 minutos de La Habana, el 6 de agosto de 1895, año en que los cubanos presumían de una firme conciencia nacional que contribuyó a empujarlos a la conquista de su independencia.
 
Como tantos cubanos, Lecuona creció en el seno de una familia de emigrantes canarios. Su padre fue el periodista Ernesto Lecuona Ramos, director del diario habanero “El Comercio”, mientras que su madre fue la joven matancera, Elisa Casado Bernal, quien a pesar de su delicado estado de salud se dedicó a ofrecerle la mejor instrucción posible al menor de los hermanos,  quien  a pesar de quedar huérfano de padre a los 8 años, ya comenzaba a perfilar su vocación musical bajo las lecciones de su hermana Ernestina.  
 
Con el apoyo de la familia y el entorno de los amigos, Lecuona obtuvo una beca que otorgaba el Conservatorio de Música y Declamación de La Habana, fundado en 1896 por los hermanos Carlos Alfredo y Eduardo Peyrellade, ambos compositores y pianistas. El Conservatorio Peyrellade, que se convertiría en la primera escuela del insigne compositor, era en esa época uno de los epicentros de formación y creación musical más reconocidos en Cuba, contribuyendo a que este país se convirtiera en 1957 en el país latinoamericano con el mayor número de conservatorios y academias musicales por número de habitantes.   En el Conservatorio Peyrellade, Ernesto Lecuona estudió entre 1904 y 1907. Con tan sólo 12 años su talento desbordante no tardó en atraer la atención acometiendo su primera obra, la marcha “Cuba y América”, estrenada por la Banda del Cuerpo de Artillería que dirigía José Marín Varona.
 
Luego vendría su etapa formativa en el Conservatorio Hubert de Blanck de la mano del pianista y compositor de origen holandés del mismo nombre, con el que finalizó sus estudios en 1913.   Un clásico internacional Sus inquietudes artísticas y su vocación universal le valieron para obtener una beca de estudios superiores en los Estados Unidos, donde recibió  clases, entre otros, del pianista mexicano  Ernesto Berumen. Aprovechó su estancia en este país para hacer presentaciones en el Aeolian Hall y en los teatros Capitol y Rialto, que marcaron el inicio de su carrera internacional.  
 
A partir de entonces, el recorrido musical de este genio jamás encontró fronteras. Países como Costa Rica, Panamá, Argentina, México así como España, Francia, entre otros, contaron con el privilegio de tenerlo en sus escenarios. El cine no fue ajeno a la obra de este compositor y la firma Metro Goldwin Mayer lo contrató para musicalizar la película “El Manisero”. Este sería la primera participación del autor en el singular universo sonoro del séptimo arte, llegando a dotar con sus composiciones a más de una docena de películas.  
 
Su producción musical y su legado Lecuona era un artista versátil que no sólo se dedicó a cultivar partituras destinadas a las salas de concierto y a engrosar su rico repertorio musical, sino que tuvo una importante participación en el desarrollo de la música en Cuba. Por sólo citar algunos ejemplos, En 1918 fundó, junto al compositor José Mauri Esteve, el Instituto Musical de La Habana, y cuatro años más tarde, junto a ilustres representantes de la música cubana, entre los que destacan el maestro Gonzalo Roig, César Pérez Sentenat, Joaquín Molina Torre, entre otros, creó la Orquesta Sinfónica de La Habana.   Alejado de complejos nacionalistas musicales, de manierismos personales y dogmatismos estériles, Lecuona demostró siempre haber sido un artista sumamente culto y receptivo a las corrientes más diversas. Durante el primer concierto de la Orquesta Sinfónica de La Habana, el 29 de octubre de 1922, interpretó al piano el Concierto Número 2, en sol menor, op. 32 para piano y orquesta del compositor francés Camilo Saint-Saëns, bajo la dirección de Gonzalo Roig.
 
El maestro ya avisaba no sólo su virtuosismo musical sino también su lealtad a los grandes compositores de la historia, sin dejar que la obra original se impusiera a su talento original interpretativo.  
 
Algunos estudiosos sobre la obra de Lecuona, lo sitúan en dos vertientes: como pianista y como compositor. Incluso algunos se atreven a decir que fue mejor como compositor que como intérprete o lo contrario.   A mi juicio, no se deberían hacer nunca comparaciones tan arbitrarias ya que si bien como creador universal bebía en las fuentes más diversas, fueran musicales o literarias, también utilizaba como inspiración y como ejercicio para su propia obra la interpretación de los clásicos, aferrado al teclado de su piano del que salían versiones y recreaciones extraordinariamente maravillosas. Bastaría citar la “Raphsody in Blue”, del gran compositor estadounidense George Gershwin, quien se confesó admirado a la interpretación que hiciera Lecuona de su obra en el famoso Hollywood Bowl.
 
En 1942 fue nominado para un Premio de la Academia por la música de la película Always in my heart, una producción de la Warner Brothers. Otra banda sonora para Hollywood fue la de All This and Glamour Too (1938), en la que se interpretan los temas Siboney y WhenYou're in Love. Para la película Under Cuban Skies creó los temas Free Soul (1931), Susana Lenox (1931), Pearl Harbor (se desconoce el año de composición) y The Cross and the Sword (también de fecha desconocida). Películas realizadas fuera de los Estados Unidos para las que el compositor hizo la banda sonora son María de La O (México), Adiós Buenos Aries (Argentina) y La Última (Cuba).
 
Pero su popularidad procede sobre todo de su talento melódico: llegó a componer un total de 406 magníficas canciones, muchas de las cuales se convirtieron en grandes temas que serían adaptados con arreglos diversos a lo largo de los años, con varias combinaciones vocales e instrumentales, realizadas tanto por Lecuona como por muchos otros músicos. Escribió también operetas, ballet, zarzuelas, revistas y ópera. Son especialmente recordadas por su calidad las zarzuelas ya citadas (María de la O, El cafetal y Rosa la china). Su obra más ambiciosa fue la ópera El Sombrero de Yarey, en la que estuvo trabajando durante varios años y que no llegó a representarse; gran parte de las partituras se perdieron.
 
Su tremenda facilidad como pianista le atraería las invitaciones para que interpretara las composiciones más exigentes, estrenando versiones de algunas de ellas. Exigente, riguroso en sus actuaciones, ello explica que Lecuona supo conjugar el rigor compositivo con una virtuosa reinterpretación musical de autores como Franz Liszt, Antonin Dvorak, Frederick Chopin, Camile Saint Saënz, Maurice Ravel y muchos otros.   Con un pie en los ritmos autóctonos cubanos, de raíces africanas y españolas, y otro en la tradición clásica, uno de sus más grandes méritos es, sin duda, haber acabado por completo con los formulismos que limitan la creación y el gusto popular de la música clásica, llegando a conmover a todo tipo de públicos por su sincera y rica expresividad. Quien haya escuchado piezas tan extraordinarias como “La Comparsa”, obra de impecable factura, no le será difícil imaginarse las representaciones callejeras, durante la celebración del Carnaval de La Habana, en las cuales se han destacado las denominadas comparsas del pueblo de Regla, vecino de su natal Guanabacoa. Ritmos y compases expresados con un lenguaje musical en busca de la mayor simplicidad de recursos para potenciar la dimensión creativa y espontánea de sus piezas, sin renunciar a su complejidad técnica y culta. En esta misma línea, “La Danza Lucumi” cuenta con un fuerte sabor de origen africano al utilizar sabiamente los elementos étnicos de esta cultura fundacional de la cultura cubana.  
 
Asimismo, inspirándose en elementos de la cultura española, creó una potente obra para piano de enorme vehemencia musical. Tal es el caso de una de sus más conocidas composiciones, “La Malagueña”, que le valió el reconocimiento de la ciudad española de Málaga.   Decano de los compositores de Cuba, su colosal producción como compositor incluye las zarzuelas “Canto Siboney”; “Damisela Encantadora”; María la O (1930) y Rosa la China (1932); composiciones tan populares como “Canto Carabalí”, “La Comparsa” y “Malagueña” (1933), perteneciente a su suite Andalucía; sus obras para danza, “Danza de los Ñáñigos” y Danza Lucumí”; la ópera “El Sombrero de Yarey”; la “Rapsodia Negra” para piano y orquesta, estrenada en 1943 en el Carnegie Hall de Nueva York bajo la dirección de Gonzalo Roig, así como su “Suite Española”.
Entre su  pasa tiempo preferido era jugar el dominó en su finca La Comparsa, ubicada entre el Guatao y San Pedro, donde vivió entre 1946 y 1953, para disfrutar del contacto con la naturaleza. Allí dedicaba largas horas a la crianza de las aves de corral y a la jardinería, pues vivía orgulloso de sus marpacíficos, rosales y claveles. Pero también de sus animales, entre los que sobresalían tres perros de Pomerania” que queria como a ssi fuerán sus hijos.
  
Cuando el 1 de enero de 1959 triunfa la Revolución Cubana, se encontraba en Cuba, pero el 6 de enero de 1960 partió hacia los estados Unidos, posiblemente por ser objeto de "mal trato y consideración" por parte del régimen cubano de Fidel, donde habría de cobrar algunos derechos de autor, no regresando más a Cuba, su tierra natal.
 
Viajó para conocer la tierra natal de su padre.
 
En mayo de 1963 se econtraba en Tampa gravemente enfermo y cuatro meses más tarde, por decisión facutaltiva, viajó hasta la tierra de sus antepasados, Canarias, desembarcando en Santa Cruz de Tenerife, ciudad donde su padre había nacido, desde donde, poco después, marchó hasta Málaga la ciudad en la que fue homenajeado por sus famosas "Malagueñas".
 
Lecuona, cuyo precario estado de salud debió de advertirle que su final estaba próximo, había tomado precauciones para impedir que, a su muerte, su última voluntad pudiera ser torcida o soslayada. John Sperry llegó a España con un documento que le otorgaba plenos poderes sobre los restos mortales de su cliente: un testamento redactado con todas las de la ley en cuya primera página (aquí el número vuelve a ser importante) pueden leerse tres cláusulas. La segunda, y la más extensa, expresa el deseo de Lecuona de que su inhumación se realice acorde con las disposiciones de su albacea y añade (conservo copia fotostática del documento y su autenticidad no está en tela juicio):
También deseo que mi entierro tenga lugar en Nueva York en el caso de que Fidel Castro o cualquier otro gobernante de Cuba sea comunista o represente alguna facción, grupo o clase que sea gobernada, dominada o inspirada por doctrinas extrañas, provenientes del extranjero. Por otra parte, en el caso de que Cuba sea libre al momento de mi muerte, deseo ser enterrado allí de acuerdo con las indicaciones anteriormente mencionadas.

Sobre la tumba de Ernesto Lecuona ha nevado mucho: está a la intemperie, expuesta al capricho de los elementos en el cementerio “The Gates of Heaven”, cerca del poblado de Valhalla, al noroeste de la ciudad de Nueva York. No hay árbol que la proteja ni monumento alegórico que la distinga;  no sé si habrá cubanos, muertos o vivos, a su alrededor: sospecho que si los hubiera serían escasos. Entre tantas otras tumbas de proporciones idénticas, nada sugiere hasta qué punto este hombre y su obra ocuparon y ocupan un lugar eminente en la música, en la memoria y, quizás, en la gratitud de su país (la duda no es infundada).
 
Tras su fallecimiento en Tenerife a la edad de 68 años , el 29 de noviembre de 1963, fue enterrado en el cementerio santacruceroa,  la SGAE le ofreció una misa solemne, con el féretro cubierto por la bandera cubana.
 
En la actualidad  tal y como el ordeno, los restos del pianista y compositor de las "grandes manos" descansan en el de Westchester de Nueva York a la espera, según noticias publicadas en el mes de abril de 2003, de que el régimen cubano actual, culpable de su exilio, cese para que se pueda cumplir su deseo: ser inhumado en el cementerio Colón de La Habana. La pérdida de este descendiente de "isleños" causó consternación mundial, pero su extensa y variada obra le mantendrá inmortal en todo los ámbitos musicales del orbe.
 
No dejo desendencia y aunque su ultimo apellido era casado, el nunca se caso y llevo su vida gay en la oscuridad, en privado, como casi todos los de su epoca..                                                                                             
                                                                             

 
                                             
 
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