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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Néstor Barbarito  (Mensaje original) Enviado: 27/11/2016 22:57

 

 

Aquél era un día de calor intenso en este horno que es Buenos Aires en el verano. Para compartir la Misa pensé ponerme un pantalón corto o bermudas, pero como todavía no he logrado desprenderme del todo de los viejos prejuicios –quizás ya esté demasiado “grandecito” para lograrlo-, decidí que el pantalón largo más liviano que tenía era aquel, y me lo  puse.


Caminaba rumbo al colectivo con Luisita cuando, al verme reflejado en una vidriera, caí en la cuenta de que aquel pantalón tenía una historia. No porque yo prestara atención a la ropa que uso en cada oportunidad. Más bien, al decir de mi esposa soy un descuidado, y es ella quien suele hacerme notar algunas flagrantes incoherencias en mi vestimenta. En verdad recordaba que lo había usado en esa oportunidad por una fotografía que me sacó ella y que yo miraba con frecuencia.


Aquel pantalón lo llevaba puesto en Jerusalén,  la noche en que, después de una Hora Santa en la Iglesia “De todas las naciones”, se nos concedió el regalo de entrar durante un rato al contiguo Huerto de los Olivos. En aquella foto, se ve claramente que es parte de mi indumentaria, mientras yo estaba orando apoyado en un corpulento y probablemente varias veces milenario olivo.

 

Llegados al templo, y mientras esperaba la hora del comienzo de la misa, intenté preparar mi corazón y mi mente para lo que iba a ocurrir ante mis ojos, y el sacramento que iba a recibir momentos más tarde, pero mi pensamiento, porfiadamente, guiaba mis ojos al pantalón que vestía, y éste me arrastraba con fuerza a aquella escena del Huerto. Al fin me dejé llevar por el corazón, y di rienda suelta a los recuerdos.

 

Aquellos habían sido momentos de una mixtura inexpresable de gozo y dolor, de alegría y angustia, exaltación y vergüenza. Habían sido los sentimientos de entonces, y ahora volvían a revolotear zumbando en mi cerebro, como abejas en torno a las uvas maduras.

 

Sentía el gozo de haber podido pisar aquella tierra que Jesús tantas veces había andado; el lugar donde había departido con sus amigos (cf. Jn 18,3); donde les habría hablado de su amor por el Padre; de su amor por los hombres. Pero era un gozo que se confundía en mí con el dolor por su angustia y tristeza de aquella noche aciaga, y con la vergüenza de saberme copartícipe (o quizás debería decir cómplice) con mis miserias y agachadas, de aquella dolorosa agonía de angustia y temor (Cf. Mc 14,33) que se había manifestado con un sudor «como gotas de sangre» (Lc 22,44) , y había provocado esa terrible expresión que, aunque el dolor había sido suyo, tantas veces sentí yo como una herida abierta mi corazón:  «Me muero de tristeza» (Mc. 14,34).

 

Por fin pude aquietar aquellos sentimientos, y prestar una razonable atención a lo que se estaba desarrollando sobre el altar.


Una vez más quedaba claro lo que tantas veces he dicho y escrito acerca de “los sacramentos de la vida”, en cuya realidad y sentido había caído en la cuenta leyendo a Leonardo Boff, en su libro precisamente de ese nombre.


Sacramento es un término que define a los signos visibles y eficaces de la gracia, en la doctrina católica,  y aquel pantalón había sido, y seguramente lo seguiría siendo mientras durara (y probablemente aun después),  un vehículo –entre otros- para acercar a mi corazón una inmensa riqueza; la gracia de hacerme re-vivir momentos de intensa unción, y comunión con Cristo y entre nosotros. 

 



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: hectorspaccarotella Enviado: 28/11/2016 15:44
Por los mensajes que intercambiamos en privado, sé las enormes dificultades que tenés para publicar cada artículo o reflexión. 
Pero quiero decirte que cada minuto de tu tiempo y luchas con el editor de textos valen la pena porque es maravilloso leerte. No pude evitar remontarme en mi fantasía y verme caminando a tu lado por el Huerto de los Olivos, llorar juntos y disfrutar la presencia de Jesús, que indudablemente estaba presente a tu lado. 
Esa gracia de Dios que solamente tienen los grandes escritores, que despegan al lector de la realidad para llevarlos a navegar por el terreno y los aconteceres de los personajes, la descubro cada vez que te leo. 
Y doy gloria a Dios por eso. 
No hay otras personas que opinen sobre tus escritos, salvo Araceli y yo, en este espacio de Franternalmente Unidos. Sin embargo se que otros te leen y también son bendecidos con tus reflexiones. 
Te mando un super abrazo, y otra vez: ¡GRACIAS!

HÉCTOR


 
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