TRAVESÍA

 

Desafía el tiempo a mi memoria

al rescate, entre efímeros fulgores,

de las primeras miradas, los dulzores,

que el Señor dejó caer sobre mi historia.

 

En esta tarde luminosa y fría

en que la brisa estremece las frondas,

mi inquietud escudriña las hondas

y ocultas señales que dio al alma mía.

 

Tras los viejos cristales empañados

me esfuerzo en distinguir la huella

que en su afán de revelarse, aquella

Luz bendita en mi espíritu ha dejado.

 

Algunas pinceladas coloridas

se destacan sobre un lienzo claro,

como destellos de la luz de un faro

que acaricia la playa dormida.

 

Ya en la primera y tan amable infancia,

vislumbré entre sombras, resplandores;

pero pronto los cegaron los dolores

que la vida deparó a mis ansias.

 

La orfandad y el tiempo de los sueños

me hicieron desoír tantos llamados…

tantos avisos de amor codificados;

desbaratarle a Dios tantos empeños...

 

Pero era tan alta la fuente de la Luz;

la voz de su silencio tan sonora,

que al fin, para mi bien, llegó la hora

de rendir las armas y abrazar la Cruz.

 

La noche declinaba, y el Lucero

daba fe de que el alba había llegado;

despuntaba el día en que el Amado

iba a ser en mi vida lo primero.

 

Desde entonces el intento es mío,

amar al que me amó sin pedir nada,

rendirle el alma enamorada,

beber para siempre del agua de su río.

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Tras los viejos y empañados cristales,

fue un  dulce gozo  recorrer la huella    

grabada en mi alma por la estrella

que arrimara la Luz a mis umbrales.

 

Recordando los pasos sosegados

que en puntitas de pies dio el Señor,

y en su afán de atraerme a su amor

me arrojó en los brazos del Crucificado.                                                     

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