Hace muchos años que Oscar y yo estamos juntos. Tantísimos más de los que hemos vivido uno sin el otro.
Desde siempre, él fue mi sostén, mi apoyo, mi gran amor. Hemos sido y somos muy compañeros. Solíamos ir de paseo, nos gustaba mucho caminar. Yo me desorientaba con facilidad y no sabía dónde estábamos, ni por cuál calle debíamos tomar. En esos momentos, Oscar siempre me decía “deja, yo te guío”, y esa frase me daba una tranquilidad infinita.
Admiré siempre su figura de hombre bien plantado en la vida, con él todo era posible, no existía el temor, y mi confianza era absoluta.
Si bien yo nunca fui una persona dependiente, tomaba mis propias decisiones y tenía mis actividades, era hermoso sentir que, como cuando bailábamos, él me guiaba o acompañaba mi andar. Bailar con Oscar era dejarse llevar a lugares mágicos, sentir su brazo rodeando mi cintura era una de las sensaciones más bellas que he conocido.
Fuimos siempre por la vida codo a codo, uno al lado del otro, aunque a veces a mí me gustase jugar a que yo iba detrás siguiendo sus pasos seguros y firmes.
Un día todo cambió, o al menos así lo sentí en ese momento.
Un accidente dejó a Oscar paralítico, y nuestra vida dio un gran vuelco.
Tuvimos que reacomodarnos en todo sentido. Desde cada pequeña cosa cotidiana, nuestras perspectivas, nuestros sueños y hasta nuestros corazones heridos por una inmovilidad inesperada y cruel.
No fue fácil ver que aquel hombre que, para mí, todo lo podía ahora necesitaba ayuda, mucha ayuda. No me molestaba ayudarlo, por el contrario, pero resultaba extraño sentir, aunque fuera por un tiempo, que los roles se habían invertido y que yo pasaba a ser el sostén de ese ser que siempre me había sostenido a mí.
La aceptación de esta nueva realidad nos llevó un tiempo a ambos, pero nuestra unión jamás se modificó.
Intentamos tener una vida lo más bella posible. Ya no podemos bailar, claro está, pero salimos todo lo que podemos.
Ya no puedo jugar a que voy detrás de los pasos de Oscar, porque hoy soy yo quien conduce su silla de ruedas.
A veces, cuando vamos por la calle, me sorprende nuestra imagen reflejada en alguna vidriera. Yo llevando la silla de ruedas como guiando los pasos que Oscar ya no puede dar.
Pienso en cómo puede cambiar todo y, a la vez, cómo todo puede permanecer igual, sin que esto sea una contradicción.
Yo hoy voy detrás de él, sin embargo, él siempre está a mi lado. Aunque Oscar no camina, sigue manteniendo el paso firme en la vida y en mi vida, requiere ayuda, pero conserva esa figura fuerte que siempre fue para mí.
Ya no guía mis pasos para bailar, pues ya no bailamos, pero los continúa guiando para cosas mucho más importantes.
La vida es otra y es la misma a la vez, nuestros días cambiaron, y maravillosamente algunas cosas son las mismas.
Luego de mucho aprendizaje, muchas lágrimas, pero, sobre todo, mucho amor, persiste en mi corazón, cada día de mi vida, su voz que me dice “yo te llevo, yo te guío”, aun cuando llevo su silla de ruedas.
LILIANA CASTELLO