En sentido bíblico los montes representan las gobernaciones más altas que dominan, y constituyen un sistema piramidal que el rey o su máximo gobernante  administra desde la cima, a través de múltiples autoridades que va delegando.

El monte del testimonio es la asamblea más alta en el sistema administrativo del reino de los cielos, en su cima está el trono del Altísimo dominando sobre todos los demás tronos instaurados en el reino, y sobre los principados, potestades y señoríos que ha delegado para que se cumpla su voluntad.

En esta multitudinaria reunión de hijos de Dios tienen asiento las jerarquías más altas del universo, es decir quienes tienen más responsabilidades; y que se presentan delante del Padre celestial, delante del REY del universo, para rendir cuentas o entregar los frutos que correspondan; así como se muestra al reino de los cielos en la parábola de los talentos,  donde el señor requiere el rendimiento sobre los bienes que se entregan en custodia y administración.

Los frutos son presentados en el santo monte de Dios, de la misma manera que se requiere en el modelo terrestre “Pero en mi santo monte, en el alto monte de Israel, dice Jehová el Señor, allí me servirá toda la casa de Israel, toda ella en la tierra; allí los aceptaré, y allí demandaré vuestras ofrendas, y las primicias de vuestros dones, con todas vuestras cosas consagradas”(Ezequiel 20.40)

Por su parte Jesús presentará delante del Padre los 144000 primeros frutos de su obra restauradora en el monte Sión de los cielos, que es la misma asamblea presentada en Apocalipsis 4, convocada a partir de la rebelión para resolver los asuntos que surgieron. Sin embargo el monte del testimonio del hebreo “har-moad” (lit.  monte de la congregación) es una reunión mucho más antigua que esta, y mucho mayor en cantidad de plazas, nombrada en Isaías como el lugar del que fue echado el caído “lucero hijo de la mañana”

“Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14.13,14)

Como quería ocupar un lugar más alto dentro del monte del testimonio para ser semejante al Altísimo, así codició el trono de Dios que pertenece a su Primogénito. Cuando el libro de Job dice: “Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás”, se refiere a que aún en ese momento, el maligno tenía un asiento para ocupar en el “monte del testimonio”.

En Ezequiel se registra que el kerub rebelde estaba sentado en medio de los mares; "mar" o "mares" simbolizan los cielos que contaminó al seguir su propia ambición diciendo: “Yo soy un dios, en el trono de Dios estoy sentado en medio de los mares”. Perdiendo el lugar de dignidad que ocupaba en el “santo monte”, el monte del testimonio, y por su maldad fue expulsado de esta máxima asamblea, y del seno de las familias del reino de los cielos, “por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector” (Ezequiel 28.16) Las piedras de fuego son los mundos habitados donde existen la conciencia y el conocimiento que debían estar dedicados al Altísimo; nuestro mismo planeta es una piedra de fuego, es roca fundida en su centro. 

Luego, cuando el maligno tentó al Señor Jesús, le llevó  “a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra”; le mostró todos los reinos del universo, del gr. oikoumene; ofreciéndole el poder y el esplendor de ellos, como si no estuvieran reservados para el Rey de justicia, según el anuncio de la instauración de su reino que heredará todas las naciones, y el cual será establecido desde el monte más prominente: “Así ha dicho Jehová el Señor: Tomaré yo del cogollo de aquel alto cedro, y lo plantaré; del principal de sus renuevos cortaré un tallo, y lo plantaré sobre el monte alto y sublime” (Ezequiel 17.22) De esta manera la nueva Jerusalén fue vista por el profeta Juan desde un monte grande y alto descendiendo con la gloria de Dios, para gobernar sobre los cielos nuevos y la tierra nueva.