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Agathac:

 "Era sólo un bebé cuando la vio por primera vez y ya nunca pudo desprenderse de su imagen. La señalaba con su dedo regordete, entre gritos excitados y risas emocionadas. Cuando consiguió articular su primera palabra fue para llamarla a ella, siempre extasiado por su belleza blanca.

Fue creciendo, como su amor inexplicable e intrincado, para convertirse en el niño que siempre llevaba el reflejo frío de ella en sus ardientes ojos color azul índigo, observándola desde su lugar secreto, el oscuro y desolado claro del bosque.

Y cuando comenzó a lanzarle poemas al viento en la esperanza de que ella los recibiera, viendo pasar las estaciones... cuando se espalda ya había ensanchado y su sonrisa era capaz de cautivar a cualquiera de las jóvenes de los contornos, sólo entonces la luna por fin le habló:

- ¿Me quieres?

- Como a nadie podré querer nunca.

- Pues sube y quédate conmigo.

- ¿Cómo podría hacerlo, dímelo?

- Te espero dentro de tres noches en el claro del bosque. Te convertiré en mi estrella y ya nunca conocerás amor humano.

- No hay lugar en mi corazón para una mujer, pues te amo sólo a ti. - exclamó con vehemencia.

Como la luna era muy desconfiada y había sido testigo de las debilidades humanas, receló inmediatamente de las palabras del muchacho. Ideó una prueba cruel para conocer los verdaderos sentimientos del que, desde hacia tantos años, le admiraba cada noche.

El joven contó los días con impaciencia y a la tercera noche se presentó en el claro del bosque, firmemente decidido a dejar la tierra para encontrar su hogar en el cielo.

Pero algo había cambiado, el claro no era el de siempre. Una casa, cuyos muros se hallaban repletos de flores y enredaderas, se erigía ahora frente a él. La puerta de frío acero, coronada por un arco vegetal, estaba cerrada.

En aquel instante escuchó la voz. Musitaba una canción de cuna. Dedicó una sonrisa a la luna y miró de soslayo hacia el lugar del que llegaban los sonidos amortiguados de unos pasos. Y la vio: le faltó el aire, un dolor ardiente se extendió por su pecho y se le enturbiaron los ojos, pues los latidos de su corazón se alojaron de repente allí.

Tenía una larga y ondulada melena rubia, casi blanca, como si sus cabellos fueran hebras de fina plata, que caía suave hasta la cintura. Su piel resplandecía blanca como la leche y sus ojos eran grises, grandes y rodeados de espesas pestañas. Tenía la boca pequeña y la nariz puntiaguda. Su vestido, vaporoso y del color del nácar, flotaba alrededor de sus pies desnudos. Trenzaba una corona de flores entre sus finos dedos.

La luna se estremeció de placer. El muchacho ya era suyo para siempre.

La espigada figura se detuvo frente a la puerta y le miró a los ojos con los labios entreabiertos.

- ¿Vives aquí?

- Sí.

- ¿Cómo te llamas?

- Eso no importa.

- ¿Puedo volver a visitarte?

- Sólo durante el día. Nunca me encontrarás aquí por las noches.

Él asintió a todo. Por primera vez en su vida dejó de mirar al cielo y regresaba cada día, desenado poder saber más sobre ella, sobre su misteriosa vida, sobre la figura que se insinuaba bajo los vestidos blancos, queriendo llenar con palabras los vacíos sin respuesta.

Diez años más tarde se atrevió a pedirle matrimonio, pero ella ni siquiera le contestó. Cuando pensaba a qué dedicaría su amada las noches creía enloquecer de celos, pero no encontraba las fuerzas para dejarla marchar.

Pasaron los años, muchos años. El llegaba al bosque apoyado en su bastón, la espalda arqueada, la imagen frágil, sus manos arrugadas y manchadas, sus ojos color índigo empañados ya por la falta de visión.

Pero ella seguía tan joven y hermosa como siempre, como la primera noche que la conoció. Cómo la única noche en la que le había visto.

El último viaje al claro, el corazón enamorado, pero demasiado viejo...

Y por fin una respuesta:

- Me llamo Luna.

Una última exhalación, los ojos cerrados, una travesía rápida y la caricia más cálida jamás recibida.

- En verdad me amas.

Y una nueva estrella comenzó a brillar junto a la luna."

 Shirat:

“La cama se había convertido en su peor enemiga, y la humedad y el calor le impedían dormir. En realidad, ni siquiera estaba segura de estar despierta. Tal vez todo aquello era una pesadilla.

Se levantó. Se acercó a la ventana y miró hacia el cielo. Estaba despejado y había una luna grande y rojiza. Había leído en alguna parte que cuando la luna tenía ese color ocurrían desastres y se producían más crímenes de lo habitual. Ella nunca lo había creído y volvió a acostarse. Necesitaba dormir.

Pasó una hora. Dos, tres. Era imposible. El sudor hacía que las sábanas se le pegaran a la piel y parecía que aquello no acabaría nunca.Volvió a levantarse y decidió ir a beber un vaso de agua.

La cocina estaba silenciosa y no encendió la luz. Le bastaría con la que salía del frigorífico. Al acercar su mano derecha hacia la botella de agua vio que tenía un color anormalmente sonrosado. Se la acercó y se dio cuenta de que en realidad era sangre. Se miró la otra mano y comprobó con espanto que no sólo las manos, sino todo su cuerpo, estaba cubierto de sangre. Corrió a su habitación y entonces sí, encendió la luz y comprobó que la humedad de su cama no la habían causado ni el calor ni el sudor. Había un hombre desconocido. Muerto y ensangrentado.

Despertó de golpe. Su cama estaba limpia. Había sido una pesadilla. Las sábanas blancas y limpias lo corroboraban. Todavía con el susto en el cuerpo se levantó a desayunar. Sonrió. “Vaya nochecita”, pensó. "La cuestión es que el sueño parecía totalmente real. Qué cosas."

Se puso una bata y salió a la puerta a por el periódico.

“Asesinado en su propia cama el empresario M.” A pesar de la corbata y el traje de la foto, supo de inmediato que se trataba del hombre con el que había soñado. ¿O quizá no fuera un sueño después de todo? Volvió a mirarse las manos. Estaban limpias.

El sol empezaba a calentar con fuerza y se preguntó qué aspecto tendría la luna esa noche.

No sabía por qué, pero tenía la sensación de que iba a ser un largo verano.”

Bertha:

Un muchacho de familia adinerada y de buena posición, un dia le dijeron sus padres que le querían casar con la hija de una familia de su misma categoría y clase, pues no querían bajar de posición, eso era algo impensable para ellos; el muchacho en cuestión, era un chico tranquilo y un buen hijo, nunca replico a sus padres en ninguna ocasión, para el era algo que no había echo nunca.

Tenían casa el la ciudad y en verano iván a otra cerca de la playa en la que había unas vistas espectaculares del mar en todo su esplendor, allí no había casas cercanas a la suya y él se pasaba muchas noches paseando por ella pues eso le tranquilizaba, le daba paz y disfrutaba de sus vistas sensacionales.

Una de esa noche él paseaba por la orilla del mar y de el salio una figurar resplandeciente, pues esa noche el cielo estaba con unos tonos rojizos, se quedo pasmado al ver esa exquisita figura, esbelta, radiante, hermosa, no pudo dejar de mirarla, parecía que fuese una sirena, pues era bellísima, se iba acercando y acercando cada vez mas a el, el no sabia como reaccionar pues estaba inmóvil, no podía mover un solo músculo de su cuerpo.

Cuando ya estuvo a su lado vio que era una chica, ella dijo:

¿Que te pasa no has visto a nadie salir de agua o que?

El no pudo decir palabra alguna y la chica siguió su camino.

La vio marcharse, pero siguió sin poder articular palabra y al final dejo de verla.

Fue corriendo a hablar con su padres y decirles que había encontrado el amor de su vida y que mañana hablaría con ella y se le declararía, los padre impresionados no dijeron nada.

Al día siguiente volvió a ir para volver a verla saber su nombre y declárale su amor, pero no la vio, espero toda la noche hasta la madrugada.

Volvió a casa y se lo contó a sus padres y ellos le dijeron que no podría ser, en esa playa nunca nadie se venia a bañar, pues decían que en las noches de verano podían verse cosas muy extrañas casi espejismos y en una noche como esa, el quiso ver lo que tenia en su mente, pues tal vez estaba agobiado por lo que sus padres le habían dicho.

Aunque no la volvió a verla nunca mas, el siguió paseando por el mar todo ese verano y todos los veranos de toda si vida pues esperaba volverla a verla otra vez, en alguna de aquellas noches de verano.

Chema:

Una tarde del mes julio había tenido que acercarme al barrio de Atocha a hacer una gestión. Nada más terminar, me disponía a salir de aquel laberinto de calles para encontrar la boca de metro por la que había llegado allí y regresar a casa. En otra época del año quizá me habría quedado un rato paseando por esas calles antiguas de Madrid, pero el calor que hacía no invitaba a ello.

Vi en un paso de cebra a una chica esperando a que no pasaran coches para cruzar. Me fijé en ella y me dije: “Es ella. No hay duda: alta, blanca de piel, pelo castaño, ojos rasgados, labios gruesos... y además recuerdo bien su cara”.

Ese día me encontraba en un estado de ánimo sereno ideal para abordarla. Si me contestaba mal no me afectaría en exceso, y seguramente no tendría más oportunidades de verla. Así que me lancé:

-Esto... Perdona, una pregunta... ¿Tú estuviste estudiando en la escuela de Industriales de la Politécnica, verdad?

-¡Pues sí! ¿Tú también, verdad? ¡Me suena tu cara!

Di un suspiro de alivio por dentro y pensé: “Ha recogido el guante y no me ha hecho sentir ridículo, menos mal”.

-Recuerdo que coincidimos en algunas clases -le expliqué yo-. En 2º de carrera iba a un grupo de tarde. Tú venías a clase de Ampliación de Química y de Métodos Informáticos.

-¡Pues sí, ahora que lo dices, es verdad! ¡Qué buena memoria! -exclamó ella.

-...Y recuerdo que siempre te sentabas delante del todo, en la parte de la izquierda.

-¡Pero bueno, si lo recuerdas mejor que yo misma! Pues sí, justo así era. La verdad es que estuve tres años luchando con asignaturas de 1º y de 2º, pero al final me di cuenta de que no era lo mío y dejé la carrera. Estudié Económicas, y ahora estoy muy contenta.

-Ya me di cuenta de que te habías ido de la escuela, porque no te volví a ver. Cuando estás allí, te da pena que la gente se vaya -le dije, y de inmediato sentí apuro de que se diera cuenta de que la tenía en mi punto de mira como un ‘amor platónico’-. Pero bueno, es una carrera muy dura -añadí, tratando de borrar el efecto de mi frase anterior-, y si no se está muy motivado es mejor buscar otra cosa.

-Claro que sí. Oye, vivo justo ahí al lado -dijo señalándome un edificio antiguo pero bien conservado-. ¿Por qué no subes a mi casa y seguimos hablando allí? Estoy sola, vivo con mis padres y ahora están de viaje.

Me dio un vuelco el corazón. Debí de haberle inspirado mucha confianza para que me invitara a subir a su casa. Con algo de temor, pero consciente de que era una oportunidad de hablar con ella y conocerla mejor, y de intercambiar nuestros datos de contacto, acepté.

-Ah... Pues bueno... ¡Venga, vale! -le dije, tratando de que no se notara mucho el temblor en la voz.

Por lo que había visto hasta ese momento, esa chica había cambiado para bien. Ahora era muy abierta y jovial, mientras que hace años, cuando estaba en la escuela, parecía muy seria y tímida. Eso era en parte lo que me inhibía en su momento para entablar conversación con ella.

Y además, estaba más atractiva. Antes iba siempre con una sudadera -o una camiseta si era verano-, un pantalón de pana blanco y unas deportivas. Hoy llevaba una camiseta de tirantes, un pantalón pitillo por media pierna y unas sandalias. Y tenía un peinado ondulado muy bonito, mientras que antes siempre llevaba el pelo muy liso y sin gracia.

Mientras subíamos al piso, le pregunté:

-Ah, por cierto, creo recordar que tú te llamabas María, ¿verdad?

-¡Ahí va, de eso también te acuerdas! -dijo ella, riendo-. ¿Cómo lo sabías?

-No me acuerdo bien -repliqué yo-. Supongo que escuché a alguien llamarte por tu nombre y se me quedó...

-¿Y tú cómo te llamas, a todo esto?

-Chema. Jose María, vamos, pero prefiero Chema, que lo otro es demasiado formal.

Llegamos a su piso. Nos dirigimos a su habitación. Había un amplio sofá-cama, y me invitó a sentarme. Ella se descalzó y se sentó con las piernas cruzadas.

-¿Tú estás en Facebook? -me preguntó.

Pensé: “¡Esto es telepatía! ¡Qué bien, no se lo he tenido que preguntar yo!”.

-Sí que estoy. Aparezco como Chema Sc. Pero ahora te paso mi dirección de correo, y así me encontrarás más fácilmente.

-¡Fenomenal! Yo estoy como Maria Soñadora.

-Mejor así, que sepamos directamente cómo encontrarnos. Es difícil buscar a gente a través de las listas de amigos de otras personas. Las amistades que se hacen en la universidad quizá no dejan tanta huella como las del colegio. Buscas a una persona en la lista de amigos de alguien, y si no la encuentras, a saber si es porque no tiene Facebook, o porque esas dos personas han perdido el contacto y no están agregadas...

Quizá estaba dejando entrever que había intentado buscarla en Facebook a través de los perfiles de amigos que ella había tenido en la escuela y que yo conocía. No para mandarle una solicitud de amistad, sino para ver si tenía una foto actual suya como imagen de perfil... Los amores platónicos de juventud son así de tontos.

Estuvimos hablando hasta que se puso el sol, de todos los temas que surgían: de la escuela de industriales en la que habíamos coincidido, de su facultad de económicas, de las becas y los trabajos... Teníamos mucha química, parecía que nos conocíamos de toda la vida.

Se hacía tarde y tenía que regresar a casa. Me acompañó al portal. Nos despedimos dándonos un par de besos. Era palpable que ambos lo habíamos pasado muy bien. Teníamos anotados nuestros datos -número de teléfono, dirección de e-mail, nick de Facebook-, por lo que a partir de entonces podíamos mantener el contacto si queríamos.

Llegué a casa y cené, aunque estaba inapetente. Tenía el estómago cerrado por la emoción. Había hablado con la chica que me gustaba tantos años atrás, y además nos habíamos hecho muy amigos. Teníamos una gran afinidad. Parecía todo ello un sueño.

Cuando terminé de cenar, encendí el ordenador y miré el correo. Entre los nuevos mensajes, me saltó a la vista uno que decía:

“Maria Soñadora quiere que la aceptes como amiga en Facebook”.

No, no había sido un sueño entonces...

Geno:

Hacía tanto calor que pensó que no conseguiría dormirse en toda la noche. A pesar de la ventana abierta ni una gota de brisa corría y las sábanas se le pegaban a la piel haciendo que sudase aún más. Para colmo, en aquella cama desconocida no era capaz a encontrar una postura cómoda y cuantas más vueltas daba, más calor tenía. Pero poco a poco el cansancio había hecho mella en ella haciéndole caer en un sopor muy tranquilizador. El día había sido muy agotador y lleno de emociones así que a pesar del bochorno terminó por quedarse dormida.

Pocas horas habían pasado cuando un rayo de sol que incidía justo en su cara la despertó. Había dormido tan profundamente que tardó unos segundos en percatarse de dónde estaba. No, aquella no era su habitación. Claro, era la del hotel donde estaba pasando su semana de vacaciones. Mientras se desperezaba varias imágenes acudieron a su mente, imágenes que en un primer momento asoció con un sueño, un bonito sueño de un encuentro muchas veces planeado pero que nunca había llegado a término. Fue según pasaban los minutos y su mente se iba clarificando que se dio cuenta de que estaba equivocada ¡no había sido un sueño! ¡había sido realidad!

Y es que tras varios años de amistad, una amistad gestada y mantenida a través de los diversos medios de comunicación que ofrecía la red, por fin se habían encontrado en persona, por fin habían tenido esas conversaciones que las mantenían entretenidas durante horas, frente a frente.

Había pasado todo tan rápido, las horas habían ido tan deprisa que no es de extrañar que después de aquella noche de duermevela pensara que lo sucedido había sido un sueño, el sueño de una noche de verano que, por suerte, se había convertido en realidad.

 
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