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De: Rosatenue (Mensaje original) |
Enviado: 05/08/2009 04:44 |
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- El
seminarista de los ojos negros
-
- Desde la
ventana de un casucho viejo
- abierto en
verano, cerrado en invierno
- por vidrios
verdosos y plomos espesos,
- una
salmantina de rubio cabello.
- y ojos que
parecen pedazos de cielo,
- mientras la
costura mezcla con el rezo,
- ve todas las
tardes pasar en silencio
- los
seminaristas que van de paseo.
-
- Baja la
cabeza, sin erguir el cuerpo,
- marchan en
dos filas pausados y austeros
- sin más nota
alegre sobre el traje negro
- que la beca
roja que ciñe su cuello
- y que por la
espalda casi roza el suelo,
-
- Un
seminarista entre todos ellos,
- marcha
siempre erguido, con aire resuelto.
- La negra
sotana dibuja su cuerpo
- gallardo y
airoso, flexible y esbelto.
- El solo, a
hurtadillas, y con el recelo
- de que sus
miradas observan los clérigos,
- desde que en
la calle vislumbra a lo lejos
- a la
salmantina de rubio cabello.
- La mira muy
fijo. con mirar intenso.
- y siempre
que pasa él deja el recuerdo
- de aquella
mirada de sus ojos negros.
-
- Monótono y
tardo va pasando el tiempo
- y muere el
estío y el otoño luego;
- y vienen las
tardes plomizas de invierno.
- Desde la
ventana del casucho viejo.
- siempre sola
y triste, rezando y cosiendo.
- una
salmantina de rubio cabello
- ve todas las
tardes pasar en silencio
- los
seminaristas que van de paseo
- Pero no ve a
todos, ve solo a uno de ellos.
- el
seminarista de los ojos negros.
-
- Cada vez que
pasa gallardo y esbelto,
- observa la
niña que pide aquel cuerpo
-
En vez de
sotana sus dulces arreos.
-
- Cuando en
ella fija sus ojos abiertos
- con vivas y
audaces miradas de fuego.
- parece
decirla -¡Te quiero', ¡te quiero!
- ¡Yo no he de
ser cura! ¡Yo no puedo serio!
- Si yo no soy
tuyo. me muero, me muero!
- ¡A la niña
entonces se le oprime el pecho,
- la labor
suspende, y olvida los rezos.
- y ya vive
solo en su pensamiento
- el
seminarista de los ojos negros.
-
- En una
lluviosa mañana de invierno
- la niña que
alegre saltaba del lecho.
- oyó tristes
cánticos y fúnebres rezos:
- por la
angosta calle pasaba un entierro.
- Un
seminarista sin duda era el muerto.
- pues cuatro
llevaban en hombros el féretro,
- con la beca
roja encima cubierto,
- y sobre la
beca el bonete negro.
-
- Con sus
voces roncas cantaban los clérigos;
- los
seminaristas iban en silencio
- siempre en
las dos filas hacia el cementerio,
- como por las
tardes al ir de paseo,
-
- La niña
angustiada miraba el cortejo:
- los conoce a
todos a fuerza de verlos...
- Sólo uno,
uno sólo faltaba entre ellos.
- el
seminarista de los ojos negros.
-
- Corrieron
los años, pasó mucho tiempo.
- y allá en la
ventana del casucho viejo,
- una pobre
anciana de blancos cabellos,
- con la tez
rugosa y encorvado el cuerpo,
- mientras la
costura mezcla con el rezo,
- recuerda,
recuerda, triste por las tardes...
- al
seminarista de los ojos negros.
Miguel Ramos Carrión
Soldeluna
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