Existen diversos modos para medir el nivel de nuestra confianza en Dios. Uno resulta sumamente sencillo y muy fácil de aplicar.
Se encuentra en el libro titulado "El combate espiritual", escrito por el P. Lorenzo Scupoli (1530-1610).
En el capítulo 4, el P. Scupoli explica cómo reconocer si ya hemos aprendido a desconfiar en nosotros mismos y a confiar completamente en Dios.
"Si el que desconfía mucho de sí mismo y confía mucho en Dios comete alguna falta, no se maravilla, ni se turba o entristece, conociendo que su caída es efecto natural de su flaqueza, y del poco cuidado que ha tenido de establecer su confianza en Dios".
Así de sencillo es este termómetro: si uno confía en Dios, no se desanima al pecar; si uno se desanima, es que no confía...
Porque cuando uno es consciente de su debilidad, cuando tropieza y cae lo constata nuevamente y en seguida refuerza su confianza en Dios.
El P. Scupoli seguía su texto con esta reflexión: el que ha caído, "con esta experiencia aprende a desconfiar más de sus propias fuerzas, y a confiar con mayor humildad en Dios, detestando sobre todas las cosas su falta, y las pasiones desordenadas que la ocasionaron; y con un dolor quieto y pacífico de la ofensa de Dios, vuelve a sus ejercicios, y persigue a sus enemigos con mayor ánimo y resolución que antes".
¿Así de fácil? Cuesta, porque duele reconocer las propias faltas y pecados, sobre todo si uno ha iniciado un camino espiritual y durante cierto tiempo ha podido progresar algo.
Pero la humildad abre nuestros corazones a la confianza. El Dios que tantas veces nos ha perdonado en el pasado nos perdonará ahora, porque Su Amor y Su misericordia son eternos, como indican numerosos pasajes de la Biblia.
Así que existe un sencillo termómetro para medir mi confianza en Dios: observar cómo reacciono ante mis debilidades.
Ese termómetro, puesto en las manos de Cristo, me ayudará a superar tristezas dañinas y a promover en mi corazón un camino de esperanza que me permita abandonarme confiadamente en mi Padre Dios.