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Rocío, ay, mi Rocío


Una historia sentimental. Con su Cancionero

Un libro de Antonio Burgos - La esfera de los libros - 2007


 

 

 

 






Una historia sentimental. Con su Cancionero

Un libro de Antonio Burgos

La esfera de los libros - 2007



 



 
Sinopsis

 
 

Pocos días antes de morir, Rocío Jurado le dijo a su amigo Antonio Burgos, cuando la visitaba por última vez en su casa de La Moraleja: «Ahora ya, en cuanto me ponga una mijita mejor, te vas a venir una semanita con Isabel, tu mujer, a Yerbabuena, y allí verás tú cómo te cuento todo lo que quiero decirte para ese libro que tenemos que hacer y que yo no quiero que escriba nadie que no seas tú. Verás tú qué libro más bonito nos va a salir...».

La muerte impidió aquel relato en primera persona, al modo como el escritor reconstruyó en otros libros la vida de Curro Romero o de Juanito Valderrama. Por eso esta «historia sentimental» es el pago de esa deuda de amistad y gratitud del autor con la cantante: el libro que Rocío Jurado quería que le escribiera Antonio Burgos. Sus páginas reconstruyen los recuerdos de cuanto a lo largo de los años, en la cercanía de la amistad, le fue contando la artista sobre su vida y cuanto junto a ella pudo observar sobre su modo de ver el mundo y de entender el arte. Más que una biografía al uso o un estudio sobre su inmenso y diverso repertorio artístico, este relato novelado es un tributo de homenaje, en el que la personalidad y la calidad humana de la artista, por encima del mito de la estrella, quedan cercana y entrañablemente reflejadas en sus anécdotas, en los rasgos de su personalidad arrolladora, en su entorno familiar, en sus recuerdos de niña de Chipiona o en su inconfundible gracia y su fuerza a la hora de contar historias y de evocar todo un tiempo de España.

El libro se complementa con una selección antológica de las canciones que marcaron la carrera artística de la Chipionera: casi cien letras escritas para ella por autores como Rafael de León, Manuel Alejandro, José Luis Perales o Juan Pardo, entre otros muchos, así como los clásicos del cante flamenco y de la copla que Rocío Jurado recreó con su personal estilo y con el poderío de su voz.




Presentación del libro - Mayo 2007







Rocío Jurado nunca dejó de ser Rocío Mohedano, “la chipionera”, y quizás ahí estaba el secreto de su éxito, siempre mirando el futuro sin olvidar su pasado. En el Hotel Alfonso XIII, en Sevilla,  el libro “Rocío, ay mi rocío”, era presentado oficialmente a los medios y contó con dos presencias especiales, Gloria Mohedano, la hermana de la artista, y José Ortega Cano, el esposo. Fue un acto multitudinario pero muy íntimo al mismo tiempo, en primera fila el torero Curro Romero y su esposa Carmen Tello junto a Isabel Herce, la esposa de Burgos y con quién Rocío tenía una gran amistad. Antonio ha sido también biógrafo del Faraón de Camas, y de Juanito Valderrama y además es el autor del pasodoble dedicado a Ortega Cano, “Va por usted”, que la cantante incluía siempre en su repertorio.


Esta fue la primera vez que Gloria, que tras el fallecimiento de su hermana, hablaba en público y con los medios de comunicación. Ella, que siempre ha permanecido en un segundo plano, ha declinado multitud de peticiones de entrevistas, pero “no podía decirle que no a Antonio, primero por mi amistad y la admiración que siento por él, y segundo porque se lo debía a mi hermana”. Gloria estuvo tres días sin dormir desde que decidió hacer la presentación del libro, la ayudó a redactar sus palabras su hija pequeña, Rocío , que estudia periodismo. El libro cuenta las anécdotas y vivencias que Antonio tuvo con Rocío y reune también una recopilación de las letras de sus canciones. Gloria confesó ante el público que la deuda que el escritor contrajo con Rocío cuando esta le pedía que tenía que escribir su vida estaba saldada y “seguro que ella estará diciendo, míralo con lo recortaíto que es y lo que encierra”.






El periodista y escritor Antonio Burgos dijo hoy que su libro 'Rocío, ay, mi Rocío. Una historia sentimental', sobre Rocío Jurado, “no es una biografía al uso sino un retrato apasionado de Rocío, más que de Rocío Jurado, de Rocío Mohedano”.

Burgos advirtió que “no es un libro del corazón, sino escrito con el corazón”. También definió la obra “como un homenaje a la más grande, la más larga, la más honda y la más jonda” y que Rocío Jurado, si en lo personal era “generosa, espléndida, excesiva en todo y arrebatadora”, en lo artístico “era como una navaja suiza” y cantaba temas de Barbra Streisand, Frank Sinatra o La Niña de los Peines porque “lo dominaba todo”.

El viudo de la artista recordó que Rocío Jurado “llenaba ella sola los escenarios por más grandes que fueran, “tuteo al duende”, fue una mujer autodidacta y preocupada por cultivarse a sí misma y siempre trató de que “la intelectualidad estuviera cerca de copla”, a la vez que confió en que, de igual modo, sean los intelectuales quienes defiendan la fiesta de los toros.

Ortega Cano, que confesó que siente “su aura y su protección” de Rocío Jurado en esta nueva etapa como torero, recordó que su mujer siempre atendía a todos y que después de una gala o de cualquier actuación saludaba a todos los que querían saludarla y se veían obligados a cenar bien entrada la madrugada.

Gloria Mohedano confesó haber llorado  - hasta el punto de no haber podido concluir algún capítulo -, haber sonreído y haber reído con la lectura de este libro, que recoge vivencias comunes a su autor y a la artista.

También dijo que la memoria de Burgos “es fresca” y no puede proporcionar más detalles de cómo era su hermana y de muchas de esas vivencias, a la vez que aseguró que estas páginas encierran “mucha verdad, y momentos irrepetibles”.

Burgos ha aunado en este libro “sus grandes dotes de narrador, poeta y ensayista”, según Navajo, quien recordó también el deseo de Rocío Jurado de que Burgos escribiera su biografía, lo que no fue posible por la enfermedad y muerte de la artista.





Asi es el libro de Antonio Burgos sobre Rocio Jurado

 


«Eras, eres, seguirás siendo la paloma brava que abrazaba mundos enteros con los vientos de tus alas. Eras, eres, seguirás siempre siendo como una ola de gracia y de entrega a tu gente, que eran como todos tus públicos como de la familia. Eras, eres, seguirás siempre siendo un clavel tan encendido que hasta el fuego lo quemabas con tu condición generosa y desprendida».

«El viejo deseo de Rocío de que yo le escribiera este libro. Me habló de este libro durante años y años. Unas veces por esto y otras por aquello, nunca lo empezamos. Hasta después de dar a conocer en la rueda de prensa de la Valentía, con aquella entereza, que tenía un cáncer, horas antes de entrar por primera vez en el quirófano, de aquel momento de la verdad. Rocío Jurado tuvo la deferencia de llamarme por teléfono para felicitarme por mi regreso como articulista a ABC. Nunca la oí más llena de vida. Ni más ganas de que este libro se escribiera: -Que en cuanto salga de la clínica tenemos que hacer mi libro…»

 «Te digo simplemente, Rocío, ay, mi Rocío, que este libro es el pago de aquella deuda. No la de escribir un libro. La otra. La deuda de la amistad que me diste, de la vida que me contaste, de la alegría de tus recuerdos que me contagiaste, de la cercanía de tu gracia, donde me permitiste estar tantos días, tantas horas a lo largo de tantos años, con tanta gente común querida».




Q
ue no daría yo…

«Me ha dicho la Luna, niña Rocío, que si amanece y ves que estás dormida, como lo estabas en Chipiona aquella noche que llegaste envuelta en tus dos banderas, la de España y la de Andalucía, que no era precisamente el día de la bulería, es ni tan siquiera embiste el toro de la pena, sino que la vida, rojo, rojo clavel, no hecho más que empezar. La larga vida de la inmutabilidad del arte. Si no cumplías años, porque como Pastora, como Lola, como Concha, como Juana, las grandes entre las grandes, muy especialmente las diosas romanas de la Bética, y más si son paisanas de Escipión, no tiene edad ni tacos de almanaque que lo puedan reflejar, ¿cómo íbamos a sacar una paleta para ir aquella mañana de jacarandas y buganvillas, de magnolios y amapolas a tu debú en el teatro de la muerte».

Antonio Burgos coloca a Rocío entre las más grandes voces e intérpretes de la copla y el flamenco, porque, además de ya ser una evidencia, el tiempo pondrá a Rocío Jurado -«La Voz»- en lo más alto del ránking. «Que no daría yo, niña Rocío de luna blanca, caricia y poderío de tu voz. Tu voz que queda. El no sé qué que queda balbuciendo, a compás de bulería. Pues me ha dicho la luna que si amanece y ves que estás dormida, tu Yemayá de moscatel, tu virgen de Regla, hará el milagro de que sigamos oliendo la misma flor de tu voz muchas, muchas primaveras».

El articulista tampoco escatima elogios al poderío artístico de la chipionera, para la que no había género musical que se le resistiera: «Porque no te dio por la ópera, niña, que, si no, hubieras mandado a María Callas y a Monserrat Caballé, a las dos juntitas, ea, a los albañiles. Porque te dio por el flamenco que corría por las venas de tu padre Fernando, porque te dio por la dulzura de las coplas que tu madre Rosario te cantaba como ahora nos las dices tú al oído a todos nosotros, desde el dulce sueño de la inmortalidad del arte, a la memoria de este pueblo que te pondrá, y si no, al tiempo, muy por encima de todo. Tú sí que serás La Voz».




P
astora Imperio

Rocío era capaz de atreverse con cualquier cante desde bien jovencita, una capacidad que estaba precedida por su facilidad para el flamenco, sin lugar a dudas uno de los géneros preferidos. Lo llevaba en los genes, en la sangre, en el corazón… era parte de su ser. La chipionera se formó en la universidad de los tablaos, los más importantes de Sevilla, como el de Adelita Domingo, en donde se forjó como artista y como persona. Y enseguida Sevilla se le quedó pequeña: «El cante y el billete a Madrid la sacaron de trabajar de temporera en el campo de Chipiona, de llevar con sus manos el dinero a casa, donde tanta falta hacía desde que se murió su padre (…). El primer éxito de Rocío fue seguir su vocación. Lo del Evangelio, aplicado a su amor por el cante: “Deja cuanto tienes y sígueme”».

Y pronto conoció a una de las más grandes, Pastora Imperio, que quedó sorprendida del arte de la chipionera: «Todos quedaron maravillados con la actuación de la Jurado y Pastora decidió ponerla inmediatamente como atracción del tablao (El Duende)».



C
aracol

Como le sucedió antes con Chipiona, El Duende se Sevilla se le quedó chico a la estrella, que «pronto pasó a otro tablao, de más éxito, donde había más dinero, más comercial, que Manolo Caracol acababa de abrir en la calle Barbieri: Los Canasteros». Ella era una belleza andaluza, delgada, y con la inocencia habitual de su edad.

«Rocío iba aprendiendo, junto a los cantes, estos sabores de la vida, los peligros de la carne, de espantar moscones. Y a ser menos cándida. Muchas veces, desde el tablao, salía bolos particulares. Salidas del cuadro, con dos cantaores y un guitarrista, para actuar en una fiestecita privada, en alguna buena casa de Madrid, en alguna embajada de un país hispanoamericano. A Rocío siempre la llevaban. Era tan finita, tan guapa, que las señoras de la casa siempre la acogían con ternura… Eran una forma de alternar en sociedad. Rocío escuchaba las bromas, los cuchicheos, las maledicencias de aquellas señoras. Los chistes. Tan poca maldad tenía, tan inocente era, tan poco picardeada estaba, que oía un chiste verderón y no sabía quizá el sentido que tenía».



R
ocío es cojonuda en el Teatro Pemán

Convertida ya en una estrella, triunfante en los escenarios de más de medio mundo, Jurado era más ella que nunca cuando actuaba en Sevilla o en Cádiz, sobre todo en el Teatro Pemán, donde no pudo acudir a su última cita en 2004 porque un dolor profundo y premonitor le impidió estar con su gente de la Tacita de Plata. Rocío intuyó que aquello no era nada bueno y enseguida se puso en manos de los médicos para atajar la enfermedad. «No sabíamos aquel día de 2004 que ya no íbamos a volver a ver a Rocío cantando en los veranos de jazmines de su Teatro Pemán de Cádiz. Que aquel libro que desde el hospital me volvía a recordar que teníamos que hacer juntos iba a tener que convertirse en esta historia sentimental, en este largo recuerdo de sus genialidades. De su forma de hablar. De su gracia. Gracia de nuestro Cádiz…».

En aquel escenario, Jurado se transformaba. Ante miles de seguidores, muchos llegados de Chipiona en autocares, la gaditana mostraba su cara más humana: «Esa era la verdadera, la auténtica, la intransferible Rocío humana, cercana, alejada del divismo. Y por eso la querían tanto en Cádiz. Cada vez que actuaba en el Teatro Pemán, todos los veranos, sin faltar uno, de Chipiona venían autobuses y más autobuses, con todas sus paisanas. Las partidarias de Rocío ocupaban siempre las primeras filas del auditorio, y casi ni la dejaban cantar, jaleándola y aplaudiéndola. Pues iba a empezar una canción, la orquesta dirigida por el maestro Gas atacaba la falseta de introducción, y las partidarias se ponían a gritar, como si estuvieran en un campo de fútbol, en el Estadio Carranza mismo: -¡Rocío, Rocío, Rocío es cojonuda, como Rocío, no hay ninguna! La reacción de la artista era instantánea. Tras parar la orquesta pedía a sus fans que no la sacaran más los colores con esos vítores, sentía vergüenza, después de tantos años de éxitos. De verdad que “era cojonuda”».



E
nciclopedia de la copla

Jurado era, además de una magnífica cantante e intérprete, una verdadera enciclopedia de la copla. Dice Antonio Burgos en Rocío, ay, mi Rocío que se lo sabía todo «de aquí a Filipinas». Con sólo dos palabras de una canción, era capaz de recordar estrofas y estribillo y cantarse el tema completo. Un tesoro de sabiduría musical, que a muchos sorprendería.

«Si en algo siento ahora no haber podido escribir este libro a base de lo que Rocío me fuera contando de sus recuerdos, es por lo que no pudo ser (y además es imposible) de haber recogido todo su saber enciclopédico sobre el género y su artista. Se sabía de memoria, sin pestañear, no sólo la letra de las canciones, sus intérpretes y sus autores, sino a qué espectáculo pertenecían, quién la había estrenado y a lo mejor hasta en qué teatro de qué ciudad».



O
rtega Cano

Burgos explica que conoció a la Rocío soltera, a la Rocío casada con Pedro Carrasco, a la separada y a la enamorada y esposa de Ortega Cano. Testigo de los sabores y sinsabores del corazón de la chipionera, el autor dedica uno de los capítulos de su libro a la historia de amor entre la artista y el torero, un romance entre las dos artes tantas veces repetido en la Historia. «Se enteró pronto España entera de aquel amor a voces. A Rocío se le veía ilusionada», dice el escritor porque el amor de ambos era público y notorio desde el principio. Rocío estaba enamorada hasta las trancas del torero, que un año después sigue lamiendo las heridas profundas que deja el haber amado a una mujer tan grande artista como compañera en el viaje de la vida.



L
ucha, lucha, lucha

Además de su categoría profesional y humana, Rocío será recordada siempre por la entereza que mostró a lo largo de toda su enfermedad. Una lucha constante que arrancó el verano de 2004, continúo en las distintas intervenciones quirúrgicas a las que fue sometida en España y en Houston y en los dolorosos tratamientos. «Desde aquella rueda de prensa en el jardín de su casa de La Moraleja, cuando cogió por los cuernos al negro toro del cáncer y lo llamó por su nombre, por su hierro, por su número, por su pelo y por sus señales, Rocío Jurado fue un ejemplo admirable, un espejo de coraje, una brújula de confianza para miles de enfermos oncológicos de ambos lados de la atlántica mar de su Chipiona.»

Tal y como relata uno de sus temas más conocidos -Lucha, lucha, lucha-, la gaditana no dejó que la enfermedad se apoderara anímicamente de ella. Siempre echó el resto como confesó a todos sus amigos y ante millones de espectadores en la última entrevista concedida a un medio de comunicación, en el programa de entrevistas de Jesús Quintero.

Se iría de este mundo, pero por lo menos habría hecho todo lo posible por vencer el mal: «Lucha, lucha, lucha, el lema del estribillo famoso de su canción triunfal, con la que dio la vuelta al mundo en sus últimos recitales, fue como un himno guerrero para la batalla del ánimo contra la desesperación y el dolor de muchas gentes. A la clínica de Houston le llegaban a Rocío los ecos de esas voces de resistencia frente a la adversidad, de personas que estaban en semejantes circunstancias y no se atrevían ni a someterse a la necesaria intervención quirúrgica ni a la lucha contra la enfermedad para algunos innombrable, pero que, al ver su coraje, su determinación, su firmeza, habían decidido seguir su ejemplo y atajar el mal en corto y por derecho».

«Por las largas avenidas donde una niña juntaba los doblones de oro que el sol le daba, se oía ese silencio sonoro. El de su gente. Había toreros, cantantes, flamencos, políticos, pintores. Estaban los que le cosieron telas y los que le cosieron versos y compases. Y estaba su gente. Y estaba su mar. Ya la traen, paso racheado de la cuadrilla de Regla, bajo el palio de un azul de marismas rocieras del cielo. Y desde aquí, desde los cipreses del cementerio de San José, oigo el silencio sonoro que proclamó el obispo con la Palabra de la que Rocío dio testimonio, cantándola y viviéndola. Hasta se ha parado el viento.»

Con estas palabras culmina Antonio Burgos este Rocío, ay, mi Rocío, que se complementa con una selección antológica de las canciones que marcaron la carrera artística de la Jurado, casi cien letras escritas para ella por grandes autores, así como los clásicos del flamenco y la copla que ella recreó con su personal estilo y su poderosa voz.

 



 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
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