Puede que Venecia tenga la mayor concentración de arte por metro cuadrado del mundo. Son tantos sus edificios notables que un buen número de ellos, que en otros lugares serían monumentos destacados, aquí pasan prácticamente desapercibidos. Un magnífico ejemplo es la impresionante iglesia de Santa María Asunta, construida entre 1715 y 1729 bajo la dirección de Domenico Rossi y conocida popularmente como I Gesuiti.

 

Capilla de San Ignacio

Capilla de San Ignacio.

Ignacio de Loyola visitó Venecia por primera vez en 1523, camino de Tierra Santa. Regresó en 1535, esta vez acompañado por un grupo de amigos, que ya se hacía llamar Compañía de Jesús. Lo que pocos saben es que fue durante esta segunda visita cuando recibió el orden sacerdotal. Precisamente en Venecia, una ciudad que nunca tuvo buena relación con la Compañía. La Serenissima siempre receló de los jesuitas, a quienes con razón consideraba un instrumento de Roma, ciudad que también tenía un largo historial de desencuentros con la república. Para el Papado, la existencia de un estado fuerte y próspero en el Véneto había impedido la expansión de los Estados Pontificios al norte del río Po. Además, nunca vio con buenos ojos la existencia de una sociedad a la cual consideraba excesivamente libertina e influenciada por Oriente. El resultado fue una asombrosa sucesión de entredichos, en 1202, 1284, 1308, 1483, 1509 y 1606. El enfrentamiento tuvo su punto culminante en 1309, cuando Clemente V decretó una Cruzada contra los venecianos, autorizando a quien capturase un ciudadano de la república a esclavizarlo y tratarlo como un infiel.

Frescos de Francesco Fontebasso

Frescos de Francesco Fontebasso.

El último entredicho, decretado en 1606 por Pablo V, tuvo sus raíces en la promulgación en Venecia de dos leyes, prohibiendo la enajenación de bienes raíces a favor del clero y exigiendo la aprobación del poder civil para construir nuevas iglesias. Aunque nominalmente, fue la imputación del abad de San Eustaquio por el Consejo de los Diez, uno de los más altos órganos jurisdiccionales de la república, el desencadenante del conflicto. Venecia respondió a Roma con la expulsión de jesuitas, teatinos y capuchinos. El enfrentamiento estuvo a punto de provocar una guerra europea, con España apoyando al Papado y Francia a Venecia. Finalmente, se logró evitar un conflicto armado y, en 1607, se levantó el entredicho. Tanto teatinos como capuchinos regresaron a Venecia. No así la Compañía de Jesús, que tuvo que esperar otros cincuenta años antes de poder instalarse de nuevo en la ciudad.

Arcángel Sealtiel, de Giuseppe Torretti

Arcángel Sealtiel, de Giuseppe Torretti.

Para entonces, la Serenissima había dejado sus mejores años muy atrás. Enfrentada al Imperio Otomano en una guerra tan larga como costosa, andaba escasa de recursos. En lo que quizá fue una jugada perfectamente orquestada, el papa Alejandro VII donó a la república los bienes de los crucíferos, una antigua orden hospitalaria. Necesitada de fondos, Venecia vendió el complejo, formado por una iglesia, un convento y un hospital, a la Compañía de Jesús por 50.000 ducados. Pronto, la iglesia se quedó pequeña para las ambiciones de la Compañía, que ordenó su derribo en 1715. Trece años más tarde, en 1728, consagraban el imponente templo que ha llegado a nuestros días. Los jesuitas pasarían por su peor momento en 1773, cuando la orden fue disuelta por Clemente XIV. Tras su restauración en 1814, una vez más tendrían que esperar, esta vez treinta años, antes de regresar a Venecia y a su iglesia de Santa María Asunta. Aunque, para entonces, la República de Venecia no era más que un lejano recuerdo.

Fachada principal

Fachada principal.

Los jesuitas se esforzaron en edificar un templo que reflejase su fuerza frente a la menguante república, de nuevo en problemas, ocasionados por otra guerra con los otomanos. La fachada, inequívocamente barroca, está concebida para ser contemplada tanto de cerca como lateralmente, ya que el Campo dei Gesuiti es una plaza estrecha y alargada. Sobre la puerta principal, el sello de la Compañía no deja duda alguna sobre su propietario. Las grandes hojas, de bronce cincelado y repujado, son de las pocas originales del XVIII que quedan en la ciudad. Cuatro estatuas en los nichos laterales representan a Santiago el Mayor, San Pedro, San Pablo y San Mateo. Junto con las ocho de la cornisa, completan el conjunto de los doce apóstoles. Corona la fachada una representación de la Asunción de María.

Altar Mayor

Altar Mayor.

Pero nada prepara al visitante para lo que va a encontrar al traspasar las puertas. El interior es un magnífico ejemplo de horror vacui​. Apenas queda algún espacio sin decorar. Desde el suelo hasta el techo, los distintos motivos ornamentales parecen rivalizar entre sí por ocupar cada milímetro de superficie. Si, al igual que otras iglesias de los jesuitas en Roma o Palermo, su objetivo era demostrar el poder y la opulencia de la orden, indudablemente lo consigue. La mirada se dirige inevitablemente al suntuoso altar mayor, diseñado por Giuseppe Pozzo, un miembro de la Compañía. Dedicado a la Santísima Trinidad, sus columnas salomónicas, de mármol verde, rivalizan con los adornos de lapislázuli. El grupo escultórico es obra de Giuseppe Torretto, con Cristo y Dios Padre sentados en un globo terráqueo, acompañados del Espíritu Santo, que los contempla desde la cúpula del dosel.

Púlpito

Púlpito

Según se avanza por la nave, una sorpresa aguarda al visitante, captando su atención. El púlpito, que desde la entrada parecía estar esculpido en mármol y parcialmente cubierto por una gruesa cortina, revela su secreto según nos acercamos. Lo que parecía una tela, es en realidad mármol. Todo el conjunto, obra de Francesco Bonazza, está exquisitamente tallado en una pieza.

Detalle del interior

Detalle del interior.

A partir de ese momento, la visita se convierte en un acertijo, intentando diferenciar lo cierto de lo simulado. No siempre es posible. Al igual que, desde lejos, el púlpito aparentaba ser lo que no era, es difícil distinguir los bajorrelieves de los trampantojos, o el mármol polícromo de la pintura. Sobre todo en la parte superior del templo, a la que, por razones obvias, es imposible acercarse. En cualquier caso, la saturación visual es tal que acaba ofuscando mente y sentidos, haciendo complicado discernir la realidad.

Martirio de San Lorenzo, de Tiziano

Martirio de San Lorenzo, de Tiziano.

Tanta carga ornamental hace pasar casi desapercibidas algunas de las obras maestras que atesora el templo, como el Martirio de San Lorenzo, de Tiziano, o la Asunción, de Tintoretto. En su interior, también podemos encontrar obras de artistas menores, como varias esculturas de Giuseppe Torretto, o los frescos de Francesco Fontebasso, por citar algunos nombres.

Campo dei Gesuiti

Campo dei Gesuiti.

A pesar de su proximidad al embarcadero de Fondamenta Nuove, Santa María Asunta suele ser un lugar tranquilo. Incluso en temporada alta, es posible disfrutar de su interior casi en solitario. Ubicada en el Campo dei Gesuiti, en pleno barrio de Cannaregio, tanto la iglesia como su entorno son un magnífico lugar en el que descansar de las aglomeraciones de Venecia, mientras se visita un edificio con un pasado y una arquitectura de indudable interés.