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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Yaxi  (Mensaje original) Enviado: 23/09/2020 22:52
 Combate   
Clementina Suarez
Yo soy un poeta,
un ejército de poetas.
Y hoy quiero escribir un poema,
un poema silbatos,
un poema fusiles
para pegarlos en las puertas,
en la celda de las prisiones,
en los muros de las escuelas.
Hoy quiero construir y destruir,
levantar en andamios la esperanza.
Despertar al niño
arcángel de las espadas,
ser relámpago, trueno,
con estatura de héroe
para talar, arrasar
las podridas raíces de mi pueblo.

Por: Rafael Heliodoro Valle ¿Por qué causas misteriosas la música de un violín o el perfume de un jazmín nos recuerdan muchas cosas? Sortijas de aguas preciosas, pañuelos de raso y tul, cartas dentro de un baúl, valses del tiempo pasado, y lo del cuento azulado: “Este era un príncipe azul”. Esa flor nítida es una cosa de la primavera: un jazmín que ella nos diera en una noche de luna. Quién sabe por qué fortuna esa romántica flor puede expresar el temblor sutil que en el alma vive, eso que nunca se escribe en una carta de amor. Suave la hacen los cariños, triste las penas secretas, y la arrancan los poetas y la deshojan los niños. Si está sobre los corpiños su perfume nos evoca el beso, cuya miel loca deja sobre el corazón la inefable sensación de una hostia en la boca. Cuando en los días primeros se conjuga el verbo amar sus flores en el solar se abren a los aguaceros… Días tibios y ligeros, días de balcón y esquela de rondar la callejuela y de escribir madrigales; páginas sentimentales de nuestra mejor novela. Días de embriaguez divina, —todo por unas pestañas— cuando se ven las montañas coronarse de neblina. Cuando hay una bandolina temblando ante rejas raras, cuando se cunden las varas de jazmines y de rosas y parecen más hermosas las noches frescas y claras… Y cuando el alma, en su brío, lo que tiene el jazmín toma: si al abrirse, riega aroma, si al sacudirse, rocío. Si alguien nos dice “eres mío” todas las cosas son bellas, y nuestras móviles huellas, de pálidos soñadores van sobre puentes de flores y bajo palios de estrellas. Entonces en giro blando, son —envueltas en aromas— hacia el viento las palomas jazmines que van volando… En esos días­ es cuando tenemos palacios reales con terrazas de cristales y bruñidos pavimentos y son de verdad los cuentos de los reyes orientales. Jazmines de sedas finas y de carnes aromosas, y más buenos que las rosas porque no tienen espinas. Platas de fragantes minas, incensarios de placer, novios para la mujer sin novio que haga canciones, quieren como corazones cuando se dan a querer. Y aquellos de la sumisa edad cuando nos ensalma la novia, el jazmín del alma, la hostia, el jazmín de la misa. Y los que peina la brisa cuando moja los barrancos, los que están junto a los bancos y los parques y los muros; jazmines bellos y puros como algunos dientes blancos. Los de silvestre hermosura que eran —con piedad contrita— regados por la abuelita en la madrugada pura. (La abuela por su blancura en el recuerdo me sabe a un jazmín de lo más suave que se coge en los sembrados, un jazmín de los lavados con el agua de la llave…) Es jazmín con viejos oros el marfil de los pianos. ¡Yo he visto volar dos manos sobre jazmines sonoros! Con sus egregios decoros, como nacido entre brumas, daba el champán sus espumas en las copas champañeras, entre un blancor de pecheras y de abanicos de plumas… Niña de mi devoción, déjame que ahora duerma viendo el brillo de la esperma esparcida en el salón. Me acuerdo, con la emoción casta del primer anhelo de tus mejillas de cielo; de blancura adorable y hasta del inolvidable perfume de tu pañuelo… ¡Oh, Julieta, oh, Margarita! tu evocación es al fin, a manera de un jazmín de primavera bendita. ¡Oh, balcón de aquella cita por lo romántica, loca, pues cualquier palabra es poca para decir lo que yo sentí cuando ella me dio de comulgar en su boca! Jazmines de noble cuna los de mis cánticos; puestos a serenarse en los tiestos que trasplanté de la luna. ¡Buenas noches! En la bruna tiniebla un surtidor mana. ¡Jazmines hasta mañana!… De aroma haciendo derroche, entrad, porque en esta noche quedó abierta mi ventana.

Continúe leyendo en: https://nacerenhonduras.com/2012/02/jazmines-del-cabo.html | Nacer en Honduras
Por: Rafael Heliodoro Valle ¿Por qué causas misteriosas la música de un violín o el perfume de un jazmín nos recuerdan muchas cosas? Sortijas de aguas preciosas, pañuelos de raso y tul, cartas dentro de un baúl, valses del tiempo pasado, y lo del cuento azulado: “Este era un príncipe azul”. Esa flor nítida es una cosa de la primavera: un jazmín que ella nos diera en una noche de luna. Quién sabe por qué fortuna esa romántica flor puede expresar el temblor sutil que en el alma vive, eso que nunca se escribe en una carta de amor. Suave la hacen los cariños, triste las penas secretas, y la arrancan los poetas y la deshojan los niños. Si está sobre los corpiños su perfume nos evoca el beso, cuya miel loca deja sobre el corazón la inefable sensación de una hostia en la boca. Cuando en los días primeros se conjuga el verbo amar sus flores en el solar se abren a los aguaceros… Días tibios y ligeros, días de balcón y esquela de rondar la callejuela y de escribir madrigales; páginas sentimentales de nuestra mejor novela. Días de embriaguez divina, —todo por unas pestañas— cuando se ven las montañas coronarse de neblina. Cuando hay una bandolina temblando ante rejas raras, cuando se cunden las varas de jazmines y de rosas y parecen más hermosas las noches frescas y claras… Y cuando el alma, en su brío, lo que tiene el jazmín toma: si al abrirse, riega aroma, si al sacudirse, rocío. Si alguien nos dice “eres mío” todas las cosas son bellas, y nuestras móviles huellas, de pálidos soñadores van sobre puentes de flores y bajo palios de estrellas. Entonces en giro blando, son —envueltas en aromas— hacia el viento las palomas jazmines que van volando… En esos días­ es cuando tenemos palacios reales con terrazas de cristales y bruñidos pavimentos y son de verdad los cuentos de los reyes orientales. Jazmines de sedas finas y de carnes aromosas, y más buenos que las rosas porque no tienen espinas. Platas de fragantes minas, incensarios de placer, novios para la mujer sin novio que haga canciones, quieren como corazones cuando se dan a querer. Y aquellos de la sumisa edad cuando nos ensalma la novia, el jazmín del alma, la hostia, el jazmín de la misa. Y los que peina la brisa cuando moja los barrancos, los que están junto a los bancos y los parques y los muros; jazmines bellos y puros como algunos dientes blancos. Los de silvestre hermosura que eran —con piedad contrita— regados por la abuelita en la madrugada pura. (La abuela por su blancura en el recuerdo me sabe a un jazmín de lo más suave que se coge en los sembrados, un jazmín de los lavados con el agua de la llave…) Es jazmín con viejos oros el marfil de los pianos. ¡Yo he visto volar dos manos sobre jazmines sonoros! Con sus egregios decoros, como nacido entre brumas, daba el champán sus espumas en las copas champañeras, entre un blancor de pecheras y de abanicos de plumas… Niña de mi devoción, déjame que ahora duerma viendo el brillo de la esperma esparcida en el salón. Me acuerdo, con la emoción casta del primer anhelo de tus mejillas de cielo; de blancura adorable y hasta del inolvidable perfume de tu pañuelo… ¡Oh, Julieta, oh, Margarita! tu evocación es al fin, a manera de un jazmín de primavera bendita. ¡Oh, balcón de aquella cita por lo romántica, loca, pues cualquier palabra es poca para decir lo que yo sentí cuando ella me dio de comulgar en su boca! Jazmines de noble cuna los de mis cánticos; puestos a serenarse en los tiestos que trasplanté de la luna. ¡Buenas noches! En la bruna tiniebla un surtidor mana. ¡Jazmines hasta mañana!… De aroma haciendo derroche, entrad, porque en esta noche quedó abierta mi ventana.

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Por: Rafael Heliodoro Valle ¿Por qué causas misteriosas la música de un violín o el perfume de un jazmín nos recuerdan muchas cosas? Sortijas de aguas preciosas, pañuelos de raso y tul, cartas dentro de un baúl, valses del tiempo pasado, y lo del cuento azulado: “Este era un príncipe azul”. Esa flor nítida es una cosa de la primavera: un jazmín que ella nos diera en una noche de luna. Quién sabe por qué fortuna esa romántica flor puede expresar el temblor sutil que en el alma vive, eso que nunca se escribe en una carta de amor. Suave la hacen los cariños, triste las penas secretas, y la arrancan los poetas y la deshojan los niños. Si está sobre los corpiños su perfume nos evoca el beso, cuya miel loca deja sobre el corazón la inefable sensación de una hostia en la boca. Cuando en los días primeros se conjuga el verbo amar sus flores en el solar se abren a los aguaceros… Días tibios y ligeros, días de balcón y esquela de rondar la callejuela y de escribir madrigales; páginas sentimentales de nuestra mejor novela. Días de embriaguez divina, —todo por unas pestañas— cuando se ven las montañas coronarse de neblina. Cuando hay una bandolina temblando ante rejas raras, cuando se cunden las varas de jazmines y de rosas y parecen más hermosas las noches frescas y claras… Y cuando el alma, en su brío, lo que tiene el jazmín toma: si al abrirse, riega aroma, si al sacudirse, rocío. Si alguien nos dice “eres mío” todas las cosas son bellas, y nuestras móviles huellas, de pálidos soñadores van sobre puentes de flores y bajo palios de estrellas. Entonces en giro blando, son —envueltas en aromas— hacia el viento las palomas jazmines que van volando… En esos días­ es cuando tenemos palacios reales con terrazas de cristales y bruñidos pavimentos y son de verdad los cuentos de los reyes orientales. Jazmines de sedas finas y de carnes aromosas, y más buenos que las rosas porque no tienen espinas. Platas de fragantes minas, incensarios de placer, novios para la mujer sin novio que haga canciones, quieren como corazones cuando se dan a querer. Y aquellos de la sumisa edad cuando nos ensalma la novia, el jazmín del alma, la hostia, el jazmín de la misa. Y los que peina la brisa cuando moja los barrancos, los que están junto a los bancos y los parques y los muros; jazmines bellos y puros como algunos dientes blancos. Los de silvestre hermosura que eran —con piedad contrita— regados por la abuelita en la madrugada pura. (La abuela por su blancura en el recuerdo me sabe a un jazmín de lo más suave que se coge en los sembrados, un jazmín de los lavados con el agua de la llave…) Es jazmín con viejos oros el marfil de los pianos. ¡Yo he visto volar dos manos sobre jazmines sonoros! Con sus egregios decoros, como nacido entre brumas, daba el champán sus espumas en las copas champañeras, entre un blancor de pecheras y de abanicos de plumas… Niña de mi devoción, déjame que ahora duerma viendo el brillo de la esperma esparcida en el salón. Me acuerdo, con la emoción casta del primer anhelo de tus mejillas de cielo; de blancura adorable y hasta del inolvidable perfume de tu pañuelo… ¡Oh, Julieta, oh, Margarita! tu evocación es al fin, a manera de un jazmín de primavera bendita. ¡Oh, balcón de aquella cita por lo romántica, loca, pues cualquier palabra es poca para decir lo que yo sentí cuando ella me dio de comulgar en su boca! Jazmines de noble cuna los de mis cánticos; puestos a serenarse en los tiestos que trasplanté de la luna. ¡Buenas noches! En la bruna tiniebla un surtidor mana. ¡Jazmines hasta mañana!… De aroma haciendo derroche, entrad, porque en esta noche quedó abierta mi ventana.

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