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General: Una historia verdadera Parte 22
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De: Hermano Cristiano  (Mensaje original) Enviado: 27/12/2014 17:35

Parte 22

En una de las excursiones en que Luis Rechy nos involucró, visitamos las grutas de Apazapam, Ver. Lugar a donde nunca habíamos ido y que posiblemente nunca lo hubiéramos hecho si Luis no nos hubiera interesado tanto. Cuando llegamos al lugar, solo vimos un "hoyo" como de 3.5 metros. de diámetro aproximadamente y algo profundo, y al bajar digamos al primer nivel, vimos unas escaleras que daban al fondo obscuro y misterioso, todas oxidadas y faltándole partes de ella, lo que hacía imposible que pudiéramos bajar por las mismas, por lo que ya íbamos preparados con una carrucha grande y fuerte y una soga en las mismas condiciones para descolgarnos hasta el fondo del hoyo colocando la carrucha en un riel atravesado que en su tiempo había servido para sostener la ya maltrecha escalera.

Debo decirte que para poder adentrarnos en esas grutas tuvimos que llevar doble vestimenta, botas de hule y lámparas especiales que se adaptaban a nuestra frente, así como una o dos madejas de cordel de mecate para amarrar la punta de ella a la entrada cuando empezáramos a introducirnos a las grandes cavernas que componían las grutas y poder regresar sin ningún contratiempo. Antes de empezar a bajar, nos cambiamos la ropa "buena" por la ropa desechable y empezamos a descender con mucho cuidado y con el temor normal a lo desconocido.

Al llegar al fondo todavía llegaba cierta cantidad de luz por la boca de la entrada a las grutas, y lo primero que vi fue un pequeño riachuelo como de un metro de ancho por el cual corría agua de un azul turquesa increíble; del lado derecho se veían unas enormes cavernas con un dejo de soledad y abandono, lo que no dejó de sorprendernos, como si a cualquier clase de vida le fuera vedado el acceso a ese lugar, sorprendente ¿no creen ?, bueno pues, del lado izquierdo de la entrada se levantaba una enorme bóveda que cuando la iluminamos con nuestras lámparas nos dimos cuenta que alcanzaba cuando menos unos diez metros de altura, y algo sorprendente que solo lo habíamos visto en películas o revistas, ahí, frente a nuestros ojos, se descolgaban del techo de la caverna unas enormes formaciones llamadas estalactitas que despedían destellos producidos por la luz de nuestras lámparas, y abajo, como brotando de la tierra surgían imponentes y majestuosas esas formaciones que conocemos como estalagmitas formadas por el goteo constante de las filtraciones de agua combinadas con distintos minerales, entre ellos, según supimos después, el carbonato de calcio, que una vez cristalizado tenía la particularidad de reflejar la luz que recibían de nuestras linternas; también hacía un calor sofocante combinado con millones de mosquitos y cucarachas y un suelo lodoso que se formaba por el guano (caca) de los miles o tal vez millones de murciélagos que habitaban en ese impresionante y tenebroso lugar, ya que la luz de nuestras lámparas que recibía el recinto, formaban en las sombras figuras fantasmagóricas que nos asombraban.

En cuanto comenzamos nuestro recorrido por esas maravillosas cuevas, se abalanzaron contra nosotros, ¡al menos así lo sentimos! miles de murciélagos que literalmente golpeaban nuestras asustadas cabezas, y Luis, al ver nuestra angustia, decía que no nos preocupamos porque esos bichos no atacaban al hombre, por lo qué agarramos valor y continuamos con nuestra apasionante aventura.

¡Impactante! no encuentro otra palabra para describir la belleza de ese lugar. Nuevas cavernas se abrían paso ante nosotros una tras otra y todas ellas eran sin duda diferentes entre si, pues entre algunas de ellas había pequeños montecitos, en otras pequeñas lagunas de un agua chocolatosa y apestosa a azufre, color y olor característico del guano del murciélago; en una de esas lagunas que los más osados como Manuel y Luis se atrevieron a cruzar, hubo un momento aterrador para ellos, ya que del techo de esa caverna se empezaron a desprender murciélagos que catalogamos como bebés, y que al caer en el agua, algunos de ellos comenzaron como a nadar y por lo mismo se empezaron a trepar por donde podían para salir de allí, algunos de ellos encontraron los cuerpos de los muchachos y se les empezaron a trepar por sus playeras hacia sus cabezas, lo que hizo que empezaran a gritar como mujeres histéricas y a sacudírselos como Dios les dio a entender, hasta que pudieron llegar a la orilla para reponerse del tremendo sustote que se llevaron, en medio de las carcajadas de nosotros los cobardes, que no nos atrevimos a cruzar la lagunilla con ellos. Después de eso nos regresamos a Xalapa.

En otra visita que hicimos a las grutas Manuel y yo, dimos con una cámara que pensamos jamás había sido pisada por hombre alguno, ya que al llegar a un extremo de una cueva cavamos al pie de la pared, y para asombro nuestro, al otro lado nos encontramos con una cámara pequeña y angosta cubierta en su totalidad por el carbonato de calcio cristalizado lo cual le daba un aspecto realmente sensacional que no habíamos visto en otras grutas, ya que toda la cámara estaba, como dije anteriormente, totalmente cubierta por el carbonato de calcio, y de sus paredes brotaban protuberancias hasta como de treinta centímetro de largo y como de seis a diez centímetros de diámetro en la base, lo cual era para asombrarnos, porque las estalactitas se formaban de arriba hacia abajo y las estalagmitas de abajo hacia arriba, y estas, no supimos como se llamaban ya que brotaban de la pared misma de la cueva y hacia los costados. Bueno, pues que corto un pedazo como de cuarenta por treinta centímetros aproximadamente, el cual, al colocarlo horizontalmente parecía que estaba frente a un paisaje lunar con montes y columnas de cristal, lo que convertía a ese pedazo de pared, en una verdadera maravilla, por lo que, con mucho cuidado lo saqué de las grutas, y con ese mismo cuidado lo transporté de Apazapan hasta Xalapa, este viaje lo realizábamos comúnmente por tren, ya que a todos nos gustaba el traqueteo del mismo y el ver los paisajes cambiantes de lo verde brillante al verde seco, así como el ir pasando por diversas estaciones ( paradas ), y adquirir alguna torta o enchilada para alivianar el hambre, recuerdo que en uno de esos viajes, nos tocó sentarnos frente a un rancherote el cual sacó de su morralito unos tamales ídem (rancheros) y por puros traviesos nos le quedamos viendo con cara de ¿me das?, y el susodicho ranchero se dio cuenta y nos dijo ¿ustedes gustan? y raudos y veloces le dijimos ¡yes! y que nos atascamos de tamales hasta que se acabaron ante el gesto de ¡por qué los invité! del ranchero que cometió el error de convidarnos.



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De: Dios es mi paz Enviado: 29/12/2014 02:49


 
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