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PSICOLOGIA: Sincronicidad (=coincidencia significativa)
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Da: ESKARLATA  (Messaggio originale) Inviato: 25/11/2009 22:03

Sincronicidad:
el Sentido a través de la coincidencia


 
 
Desde su orientación existencialista, Martín Heidegger denunció que Occidente "olvidó el Ser". No debería resultarnos extraño, entonces, el reinante sin-sentido actual.

Después del Idealismo Absoluto alemán (Hegel), el Ser quedó sumido en la Idea, en la Razón, en una Conciencia que se autodespiega en la historia y en el acontecer de tiempo-espacio. Para el isomorfismo hegeliano "todo lo real es racional y todo lo racional es real". En nuestro mundo posmoderno, que por reacción al racionalismo se refugia en el así llamado "pensamiento débil" en el relativismo generalizado, ¿habrá, pues, algún lugar para disfrutar de un acontecer preñado de sorpresa y sentido, sin tener que empeñarnos en encontrar para el mismo una "causa" explicativa? ¿Dónde quedan hoy el misterio, la libertad y la espontaneidad del Ser cuya ley es la de simplemente ser? Algunos piensan que nuestro tiempo necesita encontrar una solución no- racionalista a la clásica dicotomía entre objetividad-subjetividad, sin caer en un idealismo absoluto, ni abandonarnos tampoco al eclecticismo relativista. Y aunque es mucho más que eso, la sincronicidad puede ser una opción válida en tal sentido para nuestro mundo en general, y para nuestra perspectiva cotidiana personal.

Ya el viejo Pascal habló de aquellas "razones del corazón que la razón no entiende". Pero, ¿es acaso la sincronicidad un mero sin-sentido subjetivo? Todo lo contrario. La sincronicidad no alude al sin-sentido, ni sólo al plano del acontecer subjetivo, sino más bien a un plano total donde se encuentran subjetividad y objetividad en el abrazo de la coincidencia significativa. Es más, desde la perspectiva de la sincronicidad el acontecer del Ser es lo que importa, las explicaciones y por los porques quedan en un segundo plano. Según Jung, la sincronicidad si bien no se opone a la causalidad, es distinta de ella, y se la entiende justamente como una coincidencia significativa. Es conocido el relato del mismo Jung, con el que ilustra este tema. Cuenta que estando en su consultorio con una paciente, mientras ésta relataba un sueño en el que aparecía una especie rara de escarabajo, en la ventana de aquella habitación, en ese mismo momento, un insecto volador de la misma especie comenzó a golpear el vidrio de la ventana. ¿Cómo explicar esta coincidencia de relato y hecho? ¿Acaso la aparición real de aquél escarabajo habría sido causada por el relato de la paciente? Es por eso que los planos de la subjetividad y la objetividad se abrazan en el fenómeno de la sincronicidad: ambos son sólo manifestación del Ser en el aquí y ahora, en el tiempo-espacio, con la absoluta libertad y espontaneidad con la que el Ser se automanifiesta.

Desde la perspectiva -de origen oriental- de la sincronicidad, no se trata de hallar la causa eficiente de un fenómeno al modo occidental de la Escolástica; ni se trata de buscar siquiera razones suficientes al estilo de Leibniz; ni de determinar las condiciones de posiblidad al modo de Kant. Y sin negar ni afirmar que en otro plano (el metafísico) puedan darse causas y razones, el fenómeno de la sincronicidad nos abre a un plano fronterizo donde la objetividad converge con la subjetividad, y posibilita la sorpresa de la automanifestación soberana del Ser, en la que simplemente coinciden significativamente un acontecimiento exterior con uno interior, un hecho objetivo con uno subjetivo, una palabra, un pensamiento, un deseo... con un factum temporo-espacial.

Hay un conocido proverbio oriental que relata simbólicamente lo que sucede cuando se intenta imponer al Ser una restricción de dominio y utilidad (tan típico de Occidente): simplemente deja de manifestarse. Relata que un hombre iba todas la mañanas a una playa, donde gozaba del aire fresto, de la vista del mar, y de la cercanía de las gaviotas que llegaban a posarse sobre él. Un día su padre, admirado por ello, le pidió que atrapara una de las gaviotas que se le posaban para que él pudiera también jugar con ella. Al día siguiente, fue a la playa y las gaviotas volaron por arriba suyo, lejos ya de su mano.

Al Ser no podemos imponerle nuestro intento de dominación utilitarista. El Ser no se deja aprisionar por nuestras intenciones y propósitos pragmáticos y cosificadores. El hombre y la naturaleza toda, según el espíritu y mentalidad zen, están en el mismo plano; el hombre no está por encima de la naturaleza para someterla y dominarla, ni siquiera es un ser superior, sino parte de la naturaleza misma, y por lo tanto convive en el Todo y es parte y manifestación del mismo. ¡Qué difícil se nos hace a los hombres y mujeres de Occidente posicionarnos en esta otra perspectiva, y abandonar así -al menos por un instante- el propósito consciente e inconsciente de dominación y de utilitarismo!

Hemos perdido la confianza en el Ser. Tenemos como grabada a fuego la idea que para conseguir algo positivo en la vida tenemos que hacerlo a fuer de coacción, voluntarismo, disciplina, dominación propia y de los demás; caso contrario pensamos que caeremos nosotros mismos y nuestro entorno inmediato en la anarquía, el desenfreno, el desorden, la desidia, la indolencia y la esterilidad en cualesquiera de sus formas. ¡Cuántas veces nos decimos a nosotros mismos el dicho popular: "Somos hijos del rigor"! Y puede ser que muchas veces consigamos lo que buscamos a fuer de todo lo mencionado que puede resumirse en dominación (Voluntad de Poderío, diría Nietsche). Pero la perpectiva de la sincronicidad nos invita a pasar a otro plano: ya no en el de la causa-efecto, explicación, dominación-utilización. En general las escuelas orientales de espiritualidad invitan a dejar ser, a recibir la gratuidad, a gozar de la presencia, a soltar para recibir... y en último término, a morir para vivir.

Desde el ángulo de la sincronicidad, la realidad no es vista como un producto logrado por el esfuerzo y el mérito, sino (sin negarlos) como un acontecer libre, espontáneo, siempre gratuito, siempre novedoso. Dentro de la doctrina cristiana católica de la Edad Moderna se abrieron dos corrientes de espiritualidad: la jesuítica, inclinada a remarcar el esfuerzo y la ascesis en el camino de santificación; y la dominicana, inclinada más a subrayar la primacía de la gracia divina por encima del esfuerzo y voluntad humana, que adquiría el papel secundario de predisposición para recibir la gracia, la cual ocupaba el primer lugar. Más allá de lo que sucedió en la aplicación práctica de estas doctrinas, la segunda corriente es más afín a la original doctrina (oriental, no lo olvidemos) del Maestro de Nazaret. En la misma línea, para el budismo zen el lugar del maestro no es el de causa de la iluminación del discípulo sino que cumple la función de guiar, acompañar y ayudar a predisponer el interior del discípulo a recibirla. También los auténticos místicos de todos los tiempos y credos experimentaron en sus apofáticos éxtasis aquella libertad soberana con la que se manifiesta el Ser.

 
El viejo Pitágoras decía a sus discípulos en la Magna Grecia (Sur de Italia) que algunas almas, con la debida predisposición, podían alcanzar a percibir (interiormente) la bellísima armonía del Kósmos, donde cada cosa se mueve en consonancia con el movimiento de todas las demás. También el Oscuro de Éfeso, Heráclito, decía que es necesario callar para captar el Logos [=Sentido] que penetra hasta la médula de todas y cada una de las cosas. Los ejemplos de tradiciones antiguas que llegaron a descubrir que cada acontecimiento y cada ser no está aislado sino que adquiere sentido en el contexto del Todo, se multiplican inconmensurablemente. ¡Cuán lejos estamos de percibir de nuevo el Sentido-Logos-Tao de las cosas, quizá porque ya no callamos para escuchar aquella armonía universal, ya no miramos las cosas con desapego sapiencial, sino más bien desde la cada vez más estrecha óptica del utilitarismo, del consumismo, del individualismo... !

Rumi, el gran místico sufí-persa del siglo XIII, dice en unos de sus poemas:

Las palabras rompen el hilo,
Pero el secreto habla en el silencio...
Pregunté: querido intelecto, ¿dónde estás?
Y él respondió: si ya he logrado ser vino maduro
¿para qué volver a ser una uva amarga?

De uva amarga a vino maduro... Difícil expresar de un modo más sintético, profundo y bello, aquél paso de la lógica a la contemplación, por el cual el entendimiento humano, despojándose de la razón argumentativa, llega a intuir algo de aquel tejido misterioso de la sincronicidad en la que cada acontecimiento enriquece el sentido del Todo, y adquiere sentido a su vez en el contexto de ese mismo Todo: invitación a abrir la mente, a soltar los intereses y los puntos de vista particulares, y a recibir a cambio la fruición de encontrar aquél Tao [=Sentido] y descansar en él, sin preguntas, sin respuestas, donde sólo basta la presencia cargada de sentido, un sentido siempre pluriforme, nunca aislado del Todo, sino en consonancia con él.

¿Nos atreveremos a encontrar el Sentido profundo de los acontecimientos cotidianos que están preñados de significación? Más que preguntarnos "por-qué", preguntémonos: "qué-quiere-decir"...


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