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El bufón del rey

Érase una vez un rey que tenía en su corte a un bufón favorito. Como este había hecho una labor magnífica durante bastantes años alegrándolo con sus chistes y sus gracias, el monarca le concedió unas tierras y una renta cuantiosa y lo jubiló. Por añadidura le entregó un bello bastón de madera con incrustaciones de oro, y le dijo:
—Te hago este obsequio porque me has brindado mucho ánimo y compañía durante años. Ahora que te he dispensado de mi servicio vas a emprender un viaje, y quiero que te lleves contigo el bastón. ¡Te lo regalo por haber hecho el tonto como nadie!
Algunos años más tarde, el bufón tuvo noticia de que el rey —que también era bastante anciano— agonizaba. Acudió a su lecho de muerte y se compadeció de él. Le preguntó:
—¿Está lista vuestra majestad para marcharse?
—¿Qué quieres decir? —le respondió el rey.
—Desde la última vez que os vi —explicó el bufón—, he recibido a Jesucristo como Salvador. Estoy listo para morir; me iré al Cielo con Él.
Seguidamente, preguntó al monarca:
—¿Está lista vuestra majestad para viajar a la otra vida? ¿Se ha preparado para morir aceptando a Jesús como Salvador?
—¿De qué preparación me hablas? —exclamó el rey— ¿Qué falta me hace prepararme? No creo en Jesús ni en el Cielo. ¡Mi reino es este! Es real, y es todo lo que me importa.
—Me entristece oír eso —repuso el bufón en voz baja—. No se da cuenta vuestra majestad del error que comete al rechazar el perdón y la vida eterna que le ofrece el Rey de reyes.
Y añadió:
—Una vez que yo iba a emprender un largo viaje, vuestra majestad me obsequió este bastón porque decía que había hecho el tonto como nadie. Pero yo sí me he preparado para el viaje más largo que hemos de emprender en la vida, aquél del que nunca se retorna. Vuestra majestad, en cambio, no se ha preparado. Por eso, quiero devolver el bastón; ¡vuestra majestad es más tonta que yo!

* * *

A mucha gente no le gusta hablar de la muerte; tampoco quiere pensar en ella. Es algo que tarde o temprano nos espera a todos. Sin embargo, la mayoría no están listos, no han hecho preparativos para ella.
No hay razón para desentenderse de la muerte, tenerle miedo o negarse a pensar en ella. Para los que conocemos al Señor, ¡será una agradable liberación! Entraremos a un nuevo mundo e iniciaremos una nueva vida. Porque en cuanto morimos, de inmediato nuestro espíritu queda libre de la carne que lo aprisiona y accede al plano espiritual. Habremos concluido nuestra vida terrenal y pasado, por así decirlo, a otro curso.
No dejes de prepararte aceptando a Jesús como Salvador. Así estarás listo cuando Él venga a buscarte. Mientras tanto, podrás vivir la vida en plenitud, sabiendo que estás a salvo y tienes el Cielo asegurado. ¡Recibe a Jesús hoy mismo!

Un ascenso

No me gusta la palabra morir. Los que creemos en Jesús en realidad no morimos. Dice Jesús: «¡Todo el que vive y cree en Mí no morirá jamás!» (Jn.11:26, NVI.) En otro pasaje, dice: «El que guarda Mi Palabra nunca verá muerte» (Jn.8:51). Y en otro lugar, el apóstol Pablo afirma: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» (1ª a los Corintios 15:55.)
Para nosotros, la muerte no tendrá aguijón, porque nuestros pecados han sido perdonados. Y el sepulcro no tendrá victoria, pues habremos vencido a la muerte por medio de Cristo. Estamos salvados y resucitaremos. De inmediato, nuestro espíritu queda libre para irse con el Señor. Así pues, para nosotros la muerte no significa lo mismo que para otros. En realidad no morimos en el sentido en que otros lo hacen.
Por eso no me gusta emplear palabras como morir o muerte. Prefiero llamarlo graduación, paso a la otra vida o ascenso. Es comparable a pasar de una habitación a otra, o a subir al piso de arriba. Es una experiencia muy bella para quienes conocen y aman al Señor.
 
   
 
 
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