Entonces Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.
Hechos 8:35.
El tio de Maríela
Mariela, una niña de seis años de edad, estaba visitando a sus tíos. El domingo por la noche quedó sola en casa con el tío. Éste miraba televisión mientras la niña hojeaba un libro de ilustraciones.
De repente ella se cansó, levantó la cabeza y dijo al tío:
– Cuéntame algo del Señor Jesús. Mamá lo hace cada domingo.
El tío la miró sonriendo.
Pero la niña insistió:
– Cuéntame algo de Jesús… ¿o no sabes nada de él?
– Así es, contestó el tío, no sé nada de él.
Es fácil responder así a un niño, se dijo luego. Pero, ¿tenía él derecho de no saber nada? ¿Habría podido dar a Dios la misma respuesta? Era necesario que pensara en eso y se informara. Entonces empezó a leer la Biblia para hallar en ella al Señor Jesús. Y efectivamente lo encontró, no sólo como una persona importante, sino como su Salvador personal.
¿Qué habría respondido usted a su sobrina o a su nieta? Sin duda, no es tan ignorante como el tío de Mariela. Seguramente le habría hablado del nacimiento de Jesús, de su vida, de su muerte en la cruz y de su resurrección.
Pero, ¿qué significan estos relatos para usted? ¿Son sólo hechos históricos, o tienen una importancia moral? No basta ver al Señor Jesús como el Salvador que Dios dio a la humanidad. Él debe llegar a ser su Salvador personal y el Dueño de su vida.