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Cuentos: Cuento Los Insulares- Segunda Parte
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De: Ceciliak59  (Mensaje original) Enviado: 13/05/2010 13:26

LOS INSULARES (Segunda Parte)

(Del Libro: “Los Sufíes” de Idries Shah)

 

La responsabilidad de dicha "evolución" recayó en quienes poseían las condiciones necesarias para llevarlas a cabo. Estos habrían de ser naturalmente pocos, ya que a la masa del pueblo le resultaba virtualmente imposible mantener vivos en su conciencia dos conocimientos conflictivos entre sí. La "ciencia especial" era preservada por algunos expertos.

Dicho "secreto"  o método de efectuar la transición se basaba en el dominio de las artes marítimas y en su aplicación práctica. Para salir de la isla se necesitaban instructores, materias primas, personal, esfuerzos y determinados conocimientos. Una vez en posesión de todo ello, la gente aprendería a nadar y a construir navíos.

Los encargados de organizar la salida expresaron de manera muy clara que para aprender a nadar o tomar parte en la construcción de buques era necesaria dicha preparación y así se vino haciendo satisfactoriamente durante algún tiempo.

Pero de pronto, uno en quien se descubrió la carencia de las cualidades adecuadas, se rebeló contra todo aquello y se las arregló para desarrollar una idea clave. Dicho individuo llegó a la conclusión de que para salir de la isla era precisa una tarea muy pesada, mal acogida muchas veces por el pueblo, el cual, a su vez, se sentía dispuesto a creer cuanto se le dijera respecto a dicho tema. La simple puesta en relación de estas dos consecuencias podría volverle poderoso, permitiéndole a su vez vengarse de quienes le habían menospreciado.

Liberaría a las gentes de su carga asegurándoles sencillamente que dicha carga no existía.

Y divulgó esta proclama:

"No es preciso que esforcéis vuestra mente del modo que se os viene pidiendo. La mente humana es un factor perenne y sólido. Se os ha dicho que para construir buques hay que ser artesano. Pues bien, yo os aseguro que no sólo no es preciso, sino que no necesitáis los buques para nada. Para sobrevivir y quedar integrados en una sociedad, los insulares sólo tenemos que observar reglas muy similares. Practicando el sentido común, cualidad innata en todos, lograremos cuanto se quiera en esta isla, patria, propiedad y herencia de todos nosotros".

Y el charlatán, luego de haber despertado el interés del pueblo, concluyó "demostrando" su mensaje:

"Si el nadar y los barcos son una realidad, mostradnos buques que hayan efectuado la travesía y nadadores que hayan vuelto".

Aquellas palabras eran un desafío para los instructores, que éstos no lograrían contrarrestar al estar basado en un supuesto, cuya falacia nunca descubriría el obtuso rebaño. Porque, en efecto, los barcos no regresaban y, en cuanto a los nadadores, habían sufrido una transformación que los hacía invisibles para el resto.

La gente insistió en que se le diera una explicación válida.

En un intento para dialogar con los revoltosos se le dijo: "Construir buques es un arte y un oficio. El aprendizaje y el ejercicio de los mismos depende de ciertas técnicas, y este conjunto se expresa en una sola actividad que no podemos desmenuzar como solicitáis. En ella figura cierto elemento impalpable llamado baraka del que deriva la palabra "barba" o navío. Significa "sutileza" y nunca lograríamos materializarla ni demostrarla".

- ¡Arte, oficio, conjunto, baraka... tonterías! -gritaron los sublevados.

Y, furiosos, ahorcaron a cuantos artesanos cayeron en sus manos.

El nuevo evangelio fue recibido por todos como un signo de liberación. ¡El hombre acababa de descubrir su propia madurez! Habría sido liberado, al menos momentáneamente, de toda responsabilidad.

La sencillez y la comodidad de tal concepto revolucionario permitió la difusión de otras muchas ideas similares, y pronto aquél se convirtió en un hecho básico, que ningún ser razonable debía poner en duda. Por ser razonable se entiende a quien estuviera de acuerdo con la nueva teoría sobre la que descansaba ahora la sociedad.

Se tacharon de insensatas las ideas opuestas a la nueva línea. Y como todo lo insensato es malo, el individuo debía eliminar cualquier duda respecto a ella o dirigir su atención hacia cosas distintas ya que precisaba mostrarse racional a toda costa.

En realidad esto no era difícil porque sólo bastaba con adherirse a los valores establecidos. Por otra parte abundaban las pruebas de la veracidad de dicho raciocinio, siempre y cuando no se proyectara sobre algo situado fuera de la vida en la isla.

La sociedad parecía haber quedado temporalmente equilibrada, dotada de una convincente plenitud, al menos desde su propio punto de vista, y establecida sobre la razón más la emoción, cosa plausible. Se permitía por ejemplo el canibalismo sobre una base racional. Considerando que el ser humano es comestible y que lo comestible es alimento, el cuerpo humano es, pues, alimento. Con el fin de compensar la poca consistencia de dicha deducción se aseguraba que el canibalismo quedaría controlado, en interés de la sociedad. Las componendas eran un buen recurso para restablecer el equilibrio, y se apelaba a ellas con frecuencia. La lucha entre razón, ambición y comunidad originaba algunas fórmulas sociales nuevas.

Como el arte de construir buques no tenía aplicación en dicha sociedad, era por consiguiente absurdo realizar tal esfuerzo, por otra parte innecesario al no existir adonde dirigirse. Las consecuencias de ciertas suposiciones pueden ser presentadas de modo que "demuestren" dichas suposiciones. Es lo que se llama pseudo-certidumbre, sustitutivo de la certeza verdadera; algo así como lo que sucede a diario cuando estamos seguros de que viviremos al día siguiente. Pero nuestros insulares lo aplicaban de manera general.

Dos artículos de la Enciclopedia Universal de la Isla nos muestran cómo se desarrollaba este proceso. Luego de destilar su sabiduría de la única fuente de alimento mental que les era permitido utilizar, los varones doctos del país establecieron, sin duda honestamente, las siguientes definiciones:

 

"BARCO: Concepto reprobable. Vehículo imaginario que ciertos impostores y farsantes consideran adecuado para surcar los mares, desatino que ha sido demostrado científicamente como no practicable. No existen en la isla materias impermeables con las que dicho barco se pueda construir, dejando aparte la cuestión si fuera de la isla hay algún lugar a dónde dirigirse. Proponer la construcción de barcos es un delito grave, según la Ley XV11 del Código Penal, subsección J, Protección de los Crédulos. La OBSESIÓN DE LOS BARCOS es una forma aguda de escapismo mental, indicio de inadaptabilidad. Todos los ciudadanos tienen la obligación constitucional de denunciar a las autoridades sanitarias cualquier indicio de tan trágica condición que puedan observar en otros.

“Véase: Natación; Aberraciones mentales; delitos (Graves). Libros recomendados: SMITH, J., Por qué no es posible construir buques, Universidad Insular, Monografía nº 1151.

“NATACION: Reprensible. Supuesto método para impeler el cuerpo en el agua sin ahogarse, generalmente con el propósito de "alcanzar un lugar más allá de la isla". El "aprendiz" de tan aborrecible actividad tenía que someterse a un ritual ridículo. En la primera lección se postraba en el suelo, moviendo brazos y piernas según le ordenaba su "instructor". Todo el concepto se basa en el deseo de tales “instructores” de ejercer un dominio sobre personas crédulas en tiempos de incultura. Más adelante este culto ha adoptado la forma de manía epidémica.

“Véase: Barco; Herejías; Pseudo artes.

 Libros recomendados: Brown, W., El Gran Desvarío de la “Natación”, 7 vols., Instituto de Lucidez Social.”.

 

Las palabras "reprobable" y "reprensible" se usaban en la isla para indicar todo aquello que fuera contrario al nuevo evangelio conocido bajo el nombre de "Por Favor". La idea que implicaba era la de que la gente debía sentirse complacida, dentro de la finalidad principal de complacer al Estado. Y el Estado representaba a todo el pueblo.

No puede, pues, sorprendernos que desde tiempos muy remotos, la sola idea de abandonar la isla llenara de terror a las gentes. Venía a ser algo así como el miedo que siente el condenado que va a ser puesto en libertad luego de largos años de cárcel, y para quien el "exterior" entraña un mundo incierto, desconocido y peligroso.

La isla no era una cárcel, pero tenía el carácter de jaula, con barrotes que, aunque invisibles, eran más efectivos que los verdaderos.

La sociedad insular se fue tornando cada vez más compleja. Sólo examinaremos algunos de sus factores esenciales. Su literatura era rica, y además de obras culturales, producía muchos libros que explicaban las cualidades y los logros del país. Se daba también un sistema de ficción alegórica, que ponía de manifiesto lo terrible que hubiera sido la vida, de no haberse organizado de un modo tan perfecto y tranquilizador.

De vez en cuando algunos instructores trataban de incitar a la comunidad a que escapara. Los jefes se sacrificaban con el fin de restablecer un clima en el que los constructores de barcos, que ahora actuaban en la clandestinidad, pudieran continuar su tarea. Historiadores y sociólogos consideraban tales esfuerzos como referidos a los límites estrictos de la isla, sin establecer contacto alguno con lo situado fuera de aquella sociedad cerrada. Era fácil ofrecer explicaciones verosímiles a una multitud de cosas, sin que ello implicara ningún principio de ética, porque los eruditos profesaban auténtica dedicación a lo que consideraban verdadero. "¿Qué más podemos hacer?", se preguntaban, dando a la palabra "más" un sentido de simple cantidad. O se decían el uno al otro: "¿Qué otra cosa hacer?", como si la respuesta radicara en "algo diferente". El verdadero problema estribaba para ellos en que se creían aptos para formular preguntas pero ignoraban que éstas eran tan importantes como las propias respuestas.

Desde luego, los isleños disponían de amplio campo de acción para pensar y actuar dentro de su pequeño territorio. La diversidad de ideas y de opiniones creaba cierta ilusión de libertad de pensamiento y éste era a su vez estimulado siempre y cuando no invadiera el terreno de lo "absurdo".

Estaba permitida la libertad de palabra, pero resultaba de poca utilidad ya que, al no ir acompañada del entendimiento, carecía del impulso necesario.

El trabajo y el programa de los navegantes tuvo que irse adaptando a los cambios sufridos por la comunidad, lo que les confirió un carácter aún más confuso para quienes trataban de asimilarlos sin salirse de las normas de la isla.

Entre toda esta confusión, incluso la capacidad para acordarse de que cabía romper aquellos límites se convertía a veces en un obstáculo. La noción de dicha empresa y de sus posibilidades no seguía una norma fija, y con mucha frecuencia los que anhelaban la huída acababan por contenerse con cualquier sucedáneo. Un concepto tan vago de la navegación no podía ser realizado sin una orientación adecuada. Pero incluso los que con más afán anhelaban construir buques habían sido educados de modo que les hacían creer que ya la poseían, que ya estaban maduros para ella. Y se irritaban contra quienes insistían en que necesitaban dicha preparación.

Ciertas pintorescas versiones acerca de nadar o de construir buques perturbaban a veces las posibilidades de un progreso real. Los mayores culpables en dicho sentido eran los abogados de la pseudo-natación o de los buques alegóricos, simples charlatanes que ofrecían lecciones a quienes eran demasiado débiles para nadar, o pasajes marítimos en barcos que nunca podrían botar agua.

Las necesidades de la sociedad habían hecho en principio necesarias ciertas formas de trabajo y pensamiento que evolucionaron hacia lo que fue conocido como ciencia. Pero este admirable enfoque, esencial en los campos en que podía ser aplicado, acabó por perder su significado verdadero. La orientación llamada "científica" que siguió a la revolución "Por favor" se fue ampliando hasta abarcar toda clase de ideas. Y andando el tiempo, todo cuanto quedó comprendido en sus límites se consideró "anticientífico", otro sinónimo muy adecuado para designar lo "malo". Sin que la gente se diera cuenta, las palabras cayeron prisioneras y acabaron por convertirse en esclavas.

Al no adoptar una actitud adecuada, como hacen por ejemplo quienes leen apresuradamente una revista tras otra, abandonados a sus propios recursos en una sala de espera, los insulares se dedicaron a encontrar sustitutos para cumplir lo que tenía que ser el objetivo original, y desde luego decisivo, de su exilio.

Algunos consiguieron distraer su atención con más o menos éxito dedicándose a actividades en las que predominaba lo emotivo. Pero aunque existían diferentes estados de emoción, carecían de escala con la que medirlos. A las emociones se las consideraba "profundas" u "hondas" en contraste con la carencia de ellas. Cualquier emoción que lograra conmover a la gente hasta un límite extremo, físico o mental, era automáticamente calificada de "profunda".

La mayoría de las personas se fijaron sus propios objetivos o dejaron que otras los preparasen para ellas. Lo mismo practicaban sucesivos cultos, como perseguían el dinero o trataban de conseguir la preeminencia social. Algunos adoraban ciertas cosas y se creían superiores al resto. Otros, al repudiar lo que consideraban idolatría, se creyeron libres de ídolos y en situación de reírse del prójimo.

Conforme se fueron sucediendo los siglos, los insulares quedaron sumergidos entre los escombros de tales cultos, unos escombros que -al contrario de los puramente físicos- tenían la propiedad de perpetuarse por sí mismos. Las gentes bien intencionadas, e incluso otras, los combinaron y recombinaron al tiempo que propagaban otros nuevos. Para el aficionado a tales cosas o para el intelectual, aquello resultó una mina de material académico o "de iniciación" que aportó una agradable sensación de variedad.

Proliferaron las facilidades para gozar de "satisfacciones" limitadas. Palacios y monumentos, museos y universidades, instituciones pedagógicas, teatros y campos de deportes llenaban la isla. La gente se enorgullecía de tal profusión de medios, muchos de los cuales creían relacionados de un modo general con la verdad absoluta, aunque la mayoría fuera incapaz de comprender la causa.

Se vinculaba la construcción de barcos con algunas dimensiones de dicha actividad, aunque muchos no supieran el porqué.

Clandestinamente los barcos largaron sus velas y los nadadores siguieron enseñando la natación.

Las condiciones reinantes en la isla no acongojaban demasiado a aquellas abnegadas gentes. Después de todo, eran originarias de su misma comunidad y estaban unidas por lazos indisolubles tanto a ella como a su destino.

Mas con frecuencia tenían que precaverse contra las atenciones de sus conciudadanos, como en el caso de los isleños "normales" que se propusieron salvarlos a sí mismos. Y por una razón igualmente sublime, otros trataron de matarlos. Unos cuantos, en fin, buscaron afanosamente su ayuda, aunque sin poderla conseguir.

Todas estas reacciones frente a la existencia de los nadadores eran resultado de idéntica causa, aunque filtrada a través de canales distintos. La misma residía en que ahora apenas nadie sabía qué era realmente un nadador, en qué se ocupaba o dónde se le podía encontrar.

Conforme la vida en la isla se hizo más y más civilizada, una extraña pero lógica industria empezó a florecer. Su objetivo consistía en atribuir dudas respecto a la validez del sistema imperante. Consiguió su propósito, en lo referente a los valores sociales, riéndose de ellos o satirizándolos. Dicha actividad podía adoptar un carácter tanto alegre como triste, pero dentro de un ritual siempre constante. Aunque en posesión de un valioso potencial, fueron muchas las veces en que no pudo ejercer su función creadora.

La gente consideraba que, luego de haber dado expresión temporal a sus dudas, podía hasta cierto punto atemperarlas, conjurarlas e incluso propiciarlas. La sátira se confundió con la alegoría y en cuanto a ésta, si bien fue aceptada, nadie logró digerirla. Obras teatrales, libros, películas, poemas, libelos fueron los medios usuales que marcaron dicha evolución, aunque una parte de la misma se operó en sectores más académicos. Para muchos isleños, el seguir este culto con preferencia a otros más viejos significaba mayor emancipación, modernidad y progreso.

De vez en cuando, un candidato se presentaba todavía a un instructor para hacerle patente su propósito. Y por lo general, se entablaba una conversación parecida a la siguiente:

- Quiero aprender a nadar

- ¿Desea formular una pregunta?

- Lo único que quiero es poderme llevar mi tonelada de coles

- ¿Qué coles?

- Las que necesitaré en la otra isla.

- Allí hay comida mejor.

- No sé de qué me habla. No lo entiendo. Deseo llevarme mis coles.

- ¿Cómo va a nadar con ellas?

- Pues entonces, no me muevo de aquí. Según usted, su peso resulta insoportable, pero son un alimento del que no puedo prescindir.

- Suponga que empleamos una alegoría y que la palabra "coles" es equivalente a "suposiciones" o a "ideas destructivas".

- Hablaré de mis coles con quien comprenda mis necesidades mejor que usted.

 

En este libro se trata de instructores y de constructores de buques, y también de algunos que quisieron seguirlos, con mayor o menos éxito. Pero la fábula no puede darse por terminada porque aún queda gente en la isla.

Los sufíes se valen de claves diversas mediante las que comunicamos sus ideas.  Recomponed el nombre de su comunidad original El Ar para que adopte la palabra "Real". Tal vez hayáis observado que la expresión inglesa "por favor" -please- adoptada por los revolucionarios puede convertirse en otra que significa "dormido" -asleep-.

 

 

 

Aportado espontáneamente por: Johny9022

(Miembro activo de esta Comunidad)

 

Adaptado y revisada por: Carlos de

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