ALEJANDRO ARMENGOL: Hacia el fin del embargo

ALEJANDRO ARMENGOL

El capitán de policía le arrebató la cuenta al camarero. ''No. Por favor, señor'', dijo con sonrisa irónica al matrimonio de refugiados políticos. Luego explicó su generosidad: ''Es un juego muy sencillo. Lo ponen en la cuenta y yo rompo la cuenta''. Se demoró apenas un instante para agregar con picardía: ``Resulta muy conveniente''.

Con igual cinismo, pero menos encanto del que el capitán Louis Renault muestra en Casablanca, dos presidentes norteamericanos --uno demócrata y otro republicano-- se han detenido un instante y firmado una y otra vez la prórroga que impide la puesta en práctica del título III de la ley Helms-Burton. Muy probable que durante los primeros meses de su mandato, el recién electo presidente Barack Obama haga lo mismo. Cabe esperar que no demore mucho en poner fin a la farsa, y apruebe una abolición de la ley que le presente el Congreso.

Tanto Bill Clinton como George W. Bush, durante sus mandatos respectivos, se cansaron de declarar de manera fácil un supuesto compromiso con la libertad de Cuba. Al mismo tiempo, apoyaron de palabra una ley inútil para producir cambios democráticos en la isla, engorrosa para los granjeros de este país, dañina para sus empresarios, injusta con buena parte de los cubanoamericanos y perjudicial para los habitantes de la isla. Es precisamente la Helms-Burton la que impide el inicio de una negociación de ajuste de indemnizaciones entre las firmas norteamericanas afectadas y el gobierno cubano, proceso que otros países han podido realizar.

Pues bien, ha llegado el momento de cambiar de rumbo. Obama ganó las elecciones en el condado Miami-Dade. Si bien no se declaró contrario al embargo norteamericano hacia el gobierno de La Habana, su posición firme en contra de las restricciones a los viajes y el envío de remesas abre mucho más que una esperanza. La próxima administración debe adoptar una política más sensata en el caso cubano. Cuenta para ello con un Congreso mayoritariamente demócrata, donde los esfuerzos que hasta ahora han resultado eficaces para frenar cualquier modificación a la legislación vigente van a resultar mucho más difíciles de detener. Una situación completamente diferente a la de los ocho años de mandato de Bush, donde cualquier propuesta legislativa al respecto enfrentaba de entrada el obstáculo de un veto presidencial seguro.

La ley Helms-Burton no resuelve problema alguno, pero su existencia abre la posibilidad de abolir o al menos modificar el embargo. Formulada para frenar las intenciones de Clinton de mejorar las relaciones con el gobierno cubano, también marca la vía de modificar esta situación. Al pasar de ser un instrumento político del ejecutivo a un cuerpo legal, el embargo se ha convertido en un instrumento jurídico cuya eficacia y vigencia están expuestas a la discusión congresional. La ley está sujeta a revisiones periódicas, en las cuales los legisladores deben sopesar su valor, frente a las necesidades de sus estados, los intereses de sus contribuyentes, el bienestar del país y la eficacia de la legislación.

La Helms-Burton ha puesto en evidencia que lo que por décadas ha sido un aspecto de la política exterior norteamericana --y un instrumento para asegurarse los votos de la comunidad cubanoamericana-- constituye también un problema nacional, con implicaciones económicas para Estados Unidos, y una fuente de conflictos comerciales internacionales. Ha llegado el momento de sacar a la demagogia de Washington, y adoptar una actitud más constructiva en lo que respecta a los intereses norteamericanos. Es necesario desestimar una política torpe, que en nada contribuye a un mayor respeto de los derechos humanos en Cuba.

Los defectos de la Helms-Burton no se limitan a su formulación equívoca. Por muchas ganas que se tengan de ver la salida de los hermanos Castro del poder, no debe pasarse por alto el carácter de injerencia de la medida, una especie de segunda Enmienda Platt.

No se trata, por otra parte, de adoptar una actitud hipócrita y afirmar que el levantamiento del embargo servirá para llevar la democracia a Cuba. Cualquier declaración en este sentido, es convertirse en portavoz de las bendiciones del libre comercio para llevar la libertad a otros países, el viejo y desprestigiado catecismo neoliberal, y en partidario --ingenuo o interesado-- de un credo en el cual la Coca Cola es mucho más que una pausa que refresca.

Esto, por supuesto, no implica que no se le conceda un gran valor al intercambio de información, así como que se apoye el principio de que las visitas a la isla son buenas para que, quienes viven aquí y allá, se conozcan y respeten mejor. Pero destacar el hecho de que se trata de un asunto familiar y no político en la mayor parte de las ocasiones. En cualquier caso, y en especial para los cubanos de las dos orillas, un aumento de los vínculos entre ambos extremos del estrecho de la Florida debe servir para el ejercicio saludable que permite despojarse de la herencia de la politización extrema, pese al trabajo que cuesta lograrlo.

La incapacidad intrínseca de la Helms-Burton convierte a la ley en vulnerable e inútil. Con independencia de que desde el punto de vista moral se condene el intento de lograr un cambio político mediante el expediente de someter a una población a la penuria, no resulta menos importante destacar que la legislación no ha podido detener el proceso de recuperación económica del gobierno de La Habana, como tampoco evitar la entrada en la isla de capitales extranjeros.

Ha llegado la hora de explorar otras vías en la relación con Cuba. Para Washington y el exilio de Miami, es importante no olvidar el consejo que el capitán Renault le da al protagonista de Casablanca: ``Mi estimado Rick, ¿cuándo te vas a dar cuenta que en el mundo actual el aislacionismo ya no resulta una política práctica?''.

aarmengol@herald.com