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General: HIROSHIMA , EL HORROR QUE NUNCA NOS QUISIERON ENSEÑAR .-
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 01/01/2013 21:31
05 febrero 2007
 

 

Las bombas de Hiroshima y Nagasaki acabaron con la vida de más de 250.000 personas y dejaron un legado de horror que aún perdura en nuestros días. En los siguientes años, la destrucción de ambas ciudades quedó asociada con las imágenes de edificios arrasados y llanuras llenas de escombros. Pero, ¿dónde estaban las víctimas? A principios de 1946, las autoridades estadounidenses habían ordenado la destrucción de centenares de fotografías y prohibido la difusión de cualquier testimonio de la masacre. Se prohibió a la población japonesa cualquier comentario sobre los bombardeos o las informaciones que pudieran “alterar la tranquilidad pública”.

Con los años, salieron a la luz algunos de los documentos clasificados como “alto secreto”, pero Hiroshima y Nagasaki siguieron quedando como un terrible dato en la enciclopedia; a diferencia de lo que sucediera con otras infaustas masacres - las pilas de cadáveres de Mauthausen o los gaseados en el Kurdistán -, en Hiroshima y Nagasaki no quedó imagen ni conciencia del horror, solo unos centenares de miles de víctimas sin nombre, convertidas en una cifra escalofriante a la que nadie ponía cara.

Lo que vais a ver es un testimonio de la más horrible destrucción causada por el ser humano, una recopilación de fotografías que se han publicado otras veces, pero raramente juntas. Aquellos que no estén preparados, o solo sientan el impulso del morbo, por favor, que se queden en la puerta. Los demás, pasad con respeto; el único objeto de esta entrada es evitar que la ignominia caiga en el olvido. (Seguir leyendo)

1. Señales

Uno de los muchos relojes encontrados en los alrededores de Hiroshima; todos permanecen parados a la misma fatídica hora, las 8,15 h., la hora exacta de la explosión.

En muchas superficies el calor y la fuerza salvaje de la explosión dejaron una impronta sobre paredes y suelos. En algunos casos, como este puente situado a un kilómetro del centro de la explosión, se ve claramente la denominada “sombra nuclear” que dejó la deflagración detrás de los pilotes.

En otros lugares, como en esta pared, la explosión imprimió las siluetas de algunas personas, cuyos cuerpos fueron pulverizados de forma instantánea.

La imagen de abajo, situada a unos 250 metros del centro de la explosión, muestra la sombra de una persona que estaba sentada en las escaleras de un banco, probablemente esperando a que abriera. Las temperaturas de hasta 2.000º C lo incineraron sobre el escalón.


2. El horror

El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, la bomba lanzada por el Enola Gay estalló a una altura de 580 metros sobre el centro de Hiroshima y mató a unas 70.000 personas al instante. La onda expansiva, a unos 6.000 grados de temperatura, no dejó un edificio en pie y carbonizó los árboles a 120 kilómetros de distancia.

Varios minutos después, el hongo atómico se elevó a unos 13 kilómetros de altura y expandió una lluvia radiactiva que condenó a muerte a las miles de personas que habían escapado del calor y las radiaciones. Dos horas después habían muerto unas 120.000 personas, 70.000 habían resultado gravemente heridas y el 80% de la ciudad había desaparecido.

Según Wikipedia, el área inmediatamente afectada fue de 5 kilómetros cuadrados densamente poblados. Hubo miles de casos de incineración súbita, carbonizaciones parciales y quemaduras de personas expuestas hacia el hipocentro del estallido, a más de 10 km de la zona cero.


Pero el horror no había terminado. Días después de que la bomba atómica destruyera la ciudad, los médicos comprobaron asombrados que la gente seguía muriendo en forma enigmática y aterradora, de síntomas desconocidos; "al principio los médicos y cirujanos trataban las quemaduras como cualquier otra, pero los pacientes se licuaban por dentro y morían. Ningún médico había visto nada igual".

"Sin alguna razón aparente, su salud comienza a deteriorarse -escribía Wilfred Burchett en su reportaje-,... Los médicos japoneses les inyectan vitaminas, pero la carne de los enfermos se pudre al contacto con la aguja. Hay algo que acaba con los glóbulos blancos, pero no sabemos qué es".



Esta imagen muestra el ojo de una víctima de ‘cataratas por radiación’. Muchos de los afectados estaban en un radio de dos kilómetros. La mayoría de los casos aparecieron años después.






3. Los Hibakusha

Hibakusha ("persona bombardeada") fue el término con que los japoneses designaron a los supervivientes. Oficialmente hubo más de 360.000 hibakusha de los cuales la mayoría, antes o después, sufrieron desfiguraciones físicas y otras enfermedades tales como cáncer y deterioro genético.

Paradójicamente, muchos de los hibakusha fueron víctimas dobles: de los norteamericanos y de sus propios compatriotas, que le discriminaron durante años debido a que “la radiación se creía contagiosa”.

'La gente normal no nos dejaba acercarnos', explicaba uno de los hibakusha años después. "Algunas víctimas de las bombas ocultaron los ocurrido y pudieron encontrar trabajo, pero, en cuanto se les declaraba alguna de las mil y una dolencias derivadas de la radiación, eran fulminantemente despedidas".


4. Yamahata, el fotógrafo de Nagasaki

El día 10 de Agosto de 1945, menos de 24 horas después del estallido de la segunda bomba, Yosuke Yamahata, fotógrafo del Ejército japonés, llegó a la ciudad de Nagasaki con el encargo de documentar los efectos del "nuevo tipo de arma". Yamahata caminó durante horas entre los escombros del escenario más dantesco que jamás hubiera imaginado. Sus fotografías son una de las pruebas más desgarradoras de la monstruosidad humana:

“Un viento caliente comenzó a soplar – explicó años después – En todos lados se veían pequeños incendios, como antorchas apagándose: Nagasaki había sido totalmente destruida… prácticamente tropezábamos con cuerpos humanos y de animales que yacían a nuestro paso…"

"Era en verdad el infierno en la tierra. Aquellos que apenas pudieron sobrevivir la intensa radiación -con los ojos quemados y la piel calcinada y ulcerada- deambulaban apoyándose en palos para poder sostenerse esperando ayuda. Ni una sola nube amortiguaba los rayos del sol de ese día de agosto, brillando inmisericorde en ese segundo día después del estallido”.






Veinte años después, el 6 de agosto de 1965, cuando se recordaba el vigésimo aniversario del bombardeo a Hiroshima, Yamahata enfermó súbitamente. A los 48 años de edad, le fue diagnosticado cáncer terminal de duodeno, probablemente debido a efectos radiactivos residuales recibidos en Nagasaki en 1945. Murió el 18 de abril de 1966 y fue enterrado en el cementerio de Tama en Tokio.

Más información en el Congreso de Japón.

Más información y fuentes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 / English version.

 

 

 



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De: Ruben1919 Enviado: 01/01/2013 23:03
 
 
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Hiroshima: del llanto por la estúpidez humana a la esperanza de un futuro en paz (febrero de 2012)

 

El alma se encoge un poco en Hiroshima. El peso de la historia, la profundización en lo terca que puede llegar a ser la estupidez humana, la sinrazón absoluta, la sensación de que el entorno próspero y atrayente de hoy en día se convirtió en pocos segundos en desolación y ruinas… Muchas cuestiones para un mismo hecho. Uno de los desgraciados hitos de las aplicaciones bélicas en la evolución humana: la primera bomba nuclear lanzada contra objetivos rivales personales. La deshumanización más absoluta también afectó posteriormente a otro rincón de Japón, el puerto militar de Nagasaki, pero fue en Hiroshima donde su lanzamiento contra humanos alcanzó el tinte (desgraciado) de novedoso. Corrían las 8.15 horas del 6 de agosto de 1945 cuando a unos 600 metros sobre el centro de la ciudad (el epicentro) explotó Little Boy, el explosivo de carga nuclear (tres metros de altura, cuatro toneladas de peso, uranio como principal componente) lanzado minutos antes por el bombardero estadounidense (del tipo B-29) Enola Gay. El hipocentro, el punto de impacto, se encontraba junto a un hospital que desapareció de la faz de la Tierra con todos sus inquilinos. Su piloto, Paul Tibbets, quién bautizó el avión con el nombre de su señora madre, indicó hace unos años que volvería a involucrarse en una operación así sí se lo pidieran. El 9 de agosto, la bomba Fat Man (hombre gordo) caería sobre la otra ciudad nipona provocando unos 40.000 muertos.

La deflagración arrasó, literalmente, Hiroshima. Una nube de fuego radioactiva de hasta un millón de grados celsius arrampló con viviendas, estructuras y personas. Todo quedó reducido a una anárquica acumulación de escombros y restos entre los que apenas aguantaron firmes unas pocas estructuras. Una de ellas, la más cercana al hipocentro, fue el edificio de la Exposición Comercial de la Prefectura Hiroshima, una obra del checo Jan Letzel (1916) elevada por ese motivo a la categoría de icono del drama y rebautizada como Cúpula Genbaku (o Cúpula de la Bomba Atómica). Conservada tal y como sobrevivió (con algún trabajo de conservación, empero; y reproducida fielmente en el Museo de la Paz), la Genbaku es una de las grandes referencias del Parque Memorial de la Paz, un complejo jardinístico que ocupa una de las zonas más arrasadas por el arma atómica, el extinguido Distrito Nakajima, y que hoy en día cuenta con más de medio centenar de monumentos memoriales. Un lugar para el paseo tranquilo, la contemplación reflexiva y la meditación profunda que ha sido considerado Patrimonio de la Humanidad. Familias enteras desaparecieron en un segundo. Las sombras de las siluetas o los contornos quedaron marcados sobre el asfalto o la piedra como si de inocentes dibujos se tratara. Los metales se derritieron. Los cuerpos se deshicieron. La lluvia negra quedó marcada como tinta de tatuaje. Tal fue la presión de la violenta corriente generada por la bomba. Se calcula que un 50% de todos los expuestos a la explosión en un radio de 1,2 kilómetros murieron el mismo día 6; entre el 80 y el 100% de los que estaban en el hipocentro perdieron la vida inmediatamente. Los días posteriores, como consecuencia de las héridas y la exposición a la radiación, fallecieron muchos más. Y durante años, las consecuencias se dejaron notar en mutaciones y enfermedades que han llegado hasta nuestros días. Desde esta óptica, en pocos lugares se valora tanto el florecimiento de un árbol o el nacimiento de un niño.

Hiroshima, actualmente la undécima ciudad de Japón gracias a una población que supera ligeramente el millón de habitantes, tenía unos 350.000 en 1945. Era una próspera urbe asentada en la desembocadura del Ota (u Otagawa), marcada en su fisonomía por la división del río en varios brazos antes de alcanzar la bahía de Hiroshima. Una ciudad rica en industrias, muchas de ellas reconvertidas con fines militares dada la involucración japonesa en la Segunda Guerra Mundial por su menos criticable vetusta ansia imperialista. Muchísimos niños y muchísimos foráneos (fundamentalmente coreanos, pero también chinos) que trabajaban en las factorías perdieron la vida. Es más, muchos se volatilizaron. Desde tiempos remotos, además, los alrededores de Hiroshima habían acogido importantes acuartelamientos, destacando el de la llamada Quinta División. Y en su puerto habían embarcado muchísimas tropas para combatir contra o en China (en dos ocasiones) o Rusia, aventuras militares también muy cuestionables alimentadas por espíritus expansionistas. Se calcula que con motivo de la explosión nuclear perdieron la vida de una forma directa unas 140.000 personas. 80.000 de ellas, directamente tras el ataque. Un tifón, el Makurazaki, empeoró la situación apenas un mes después.

¿Por qué Hiroshima? En abril de 1945, las autoridades militares de Estados Unidos manejaban hasta 17 posibles destinos. Pocas semanas después, en mayo, habían reducido la lista a Kokura, Kyoto, Yokohama e Hiroshima. Descartada Kyoto (o Kioto, antigua capital imperial) por su gran patrimonio, también pesó la decisión aliada de destruir factorías bélicas y tratar de herir el orgullo nipón para forzar al país a aceptar la paz. Que en un reconocimiento sobre Hiroshima el cielo estuviera claro y se intuyera que sería fácil inspeccionar los resultados a posteriori la convirtió en objetivo definitivamente. Una hora después caía la bomba y comenzaba la tragedia conocida por todos. Un reloj de bolsillo, convertido en icono de los hechos, refleja como pocos objetos el arranque del drama. Ese reloj, propiedad de Kengo Nikawa (que tenía 59 años), parado desde entonces, es uno de los muchísimos vestigios que sorprenden al visitante en el duro, porque la temática así lo es, pero muy recomendable Museo Memorial de la Paz de Hiroshima. La muestra es realista, huye del cinismo y deja claras las cosas en lo referente a las aplicaciones militares de lo nuclear.

El Museo y el Parque Memorial (ideado por Kenzo Tange, autor de la recuperación arquitectónica y urbana de Hiroshima) son dos visitas obligadas que hasta cierto punto cambian la forma de concebir la vida. Resulta difícil digerir lo que allí se muestra. Pero una de las claves de su éxito pasa por no olvidar de qué cosas es capaz el ser humano. Curioso, cuanto menos para el que esto escribe, resultó compartir visita con autoridades israelíes. Un militar hebreo, perfectamente uniformado, no dejaba de hacer fotos y grabar vídeos. Lo dicho, curioso. Y hermoso, profundamente, resultaba charlar con alguno de los voluntarios que explican y contextualizan las diferentes piezas o maquetas. Además, el inglés no es idioma desconocido en absoluto y no faltan (detallazo) los trípticos en castellano. Algunos de esos voluntarios conocieron la tragedia en primera persona y muchos más son la generación siguente y la tienen muy enrraízada. Más allá de que Hiroshima pudiera pagar por los excesos nipones, el castigo fue tan sumamente excesivo e inhumano que generó una rápida respuesta pacifista, contraría a todo lo bélico y lo nuclear, que hiló con la espiritualidad intrínseca de la cultura japonesa. Hiroshima, por tanto, es la capital de la paz.

El dolor, sobre todo cuando ha sido mucho, es difícil de olvidar. Pero en su recuerdo se basan las fortalezas del futuro. Porque lo que no nos mata nos hace más fuertes, según reza un refrán muy castellano. Tras la visita a los espacios memoriales de Hiroshima, inolvidables, nuestro periplo debía poner rumbo hasta la cercana isla de Miyajima. Antes, aunque tanta profundización nuclear no lo dejara fácil, tuvimos la oportunidad de acercarnos a un centro temático junto a la avenida Shintenchi, el Okonomimura, de un tipo comida tradicional (okonomiyaki) con un estilo propio "a la Hiroshima". Una especie de comida rápida exquisita que probamos en el negocio de una mujer con cincuenta años de tradición hostelera.


Hiroshima. Mapa de ubicación en las islas japonesas.

Esperando el afamado tren bala (shinkansen) en la estación de Kioto. La antigua capital de Japón e Hiroshima están separadas por unos 400 kilómetros, pero tomando el tren de las 8.30 de la mañana nos plantamos en la segunda a las 10.05. Y la puntualidad es escrupulosa.

Orden y la citada puntualidad, dos normas de la casa en absoluto sujetas al azar. Benditas costumbres.

Ya estamos en Hiroshima.

La publicidad es una compañía habitual en todos los vestíbulos.

Estación de shinkansen de Hiroshima, todo un intercambiador con otras modalidades de transporte. Nosotros, de camino a la isla de Miyajima, íbamos a hacer una parada, obligatoria por otra parte, en el Hiroshima Peace Memorial y nos aguardaba un servicio de autocar.

Un ciclista cruza con su bicicleta mientras otro aguarda escrupulosamente a que el semáforo se ponga verde. Como se puede comprobar, en Japón se conduce por la izquierda.

Edificios de Hiroshima en la Aioi-Dori Street. Estamos cerca de la zona memorial.

Vistas sobre algunos edificios de Hiroshima.

Parada de la Plaza de la Bomba Atómica.

La célebre Cúpula Genbaku, en plenas obras de restauración durante nuestra visita. Es conocida como A-bomb Dome.



El Otagawa (río Ota) se bifurca en varios brazos, todos ellos canalizados y con su propio nombre, formando varias islitas de interior. Junto a la cúpula Genbaku, el Motoyasu gawa.

Un puente, el Aioi, salva las aguas del río Ota. Al fondo, esbeltos edificios. No se aprecia bien pero esta infraestructura presenta forma de T (un ramal arranca en la islita de la izquierda) y fue la que se fijó como objetivo para el lanzamiento de la bomba atómica.

Dos visitantes (el número de turistas es constante y sorprende el número de extranjeros) contemplan el cartel que describe la historia de la Cúpula Genbaku y sus andanzas posteriores a la explosión de la bomba atómica.

Otra imagen de la Cúpula Genbaku. Este edificio de inspiración checa iba para museo y acabó como edificio administrativo. Fue el más cercano al hipocentro de la explosión de los que se mantuvo en pie. Y eso lo convirtió en un símbolo. En 1966, tras plantearse durante unos años su demolición, recibió la consideración de monumento. Desde 1996 es Patrimonio de la Humanidad.

Un frondosísimo árbol crece cerca de la Cúpula Genbaku. El verde ciertamente tiene un punto más nostálgico si cabe, porque las especies vegetales tardaron en volver a crecer con firmeza tras la explosión nuclear. La primera planta que floreció tras la catástrofe, de hecho, cuentan que fue la adelfa. Pero ni mucho menos se cumplió el pronóstico de 75 años sin plantas...

Memorial a los Estudiantes Movilizados. Este monumento de 1957 recuerda a todos los alumnos que, por imperativo imperial mediante, tuvieron que cambiar las escuelas por trabajos en las factorías de munición. Se calcula que de unos 8.400 estudiantes movilizados perecieron más de 6.000. La torre fue levantada con donaciones particulares.

Hemos abandonado temporalmente el monumento anterior a los estudiantes. En una callejuela (Saiku-machi) llegamos al hipocentro, junto al Shima Hospital.

¿Y qué es eso? Un cartel nos lo explica: el lugar sobre el que explotó la bomba. A algo más de medio kilómetro. Y después, temperaturas de hasta 4.000 grados. Pánico. De los pacientes y personal del hospital, unas 80 personas, ni rastro.

La vida sigue. Cercano al antiguo hipocentro comienza una calle comercial que a los pocos metros se convierte en las galerías tan presentes en las urbes niponas.

Un efectivo sistema para evitar que el coche se vaya sin pagar el aparcamiento... El vehículo, por cierto, es uno de esos kei cars, coches compactos donde prima más la manejabilidad y la ecología que el tamaño. Muy extendidos en Japón. Seguimos por la calle Saiku-machi.

Un cicloturista atraviesa el Ota a través del Puente Motoyasu. Este paso actual fue remozado entre 1989 y 1992. El viejo se remonta a la época del castillo de Hiroshima, nada menos que 400 años atrás en el tiempo. Sobrevivió a la explosión, con muchos daños, como podrá apreciarse en una fotografía de la época posterior.

La Cúpula Genbaku vista desde el Motoyasu Bridge. Al fondo, el Aioi Bridge, cuya forma de T fue el objetivo al que se apuntaba. La referencia.


Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 01/01/2013 23:04
Childen´s Peace Monument. Monumento inaugurado en 1958. Este monumento es obra Kazuo Kikuchi, profesor en la Universidad de Tokio. La escultura se ecuentra a nueve metros de altura.



La protagonista de la cúspide sostiene con sus manos una pajarita de papel (realmente una grulla, que es el ave más admirada en el país nipón). No es casual. Esta escultura se basa en la vida de Sadako Sasaki, una joven nativa que falleció víctima de las consecuencias de la radiación en 1955 (en 1945 apenas tenía dos años), que alimentó la creencia de que se curaría si hacía 1.000 unidades. Una leucemia pudo con ella. Sus compañeros de clase iniciaron un movimiento que se extendió por 3.100 escuelas de Japón y otros nueve países del mundo y que permitió sufragar su instalación.

Un precioso y colorido detalle del Children´s Peace Monument.

Atomic Bomb Memorial Mound. Las cenizas de unas 70.000 víctimas que no pudieron ser identificadas o cuyos restos no fueron reclamados (muchas familias completas desaparecieron) descansan en esta montañita sagrada y venerada. Tras la explosión, muchos cuerpos fueron amontonados y forzosamente quemados.

Campana de la Paz (Bell of Peace). Concebida por Masahiko Katori, este monumento de 1955 permite al visitante una ofrenda sonora por el fin de las guerras. Su particular acústica es ciertamente sorprendente y en 1996 fue elegida como 'uno de los 100 sonidos que a los japoneses les gustaría preservar para siempre'. La campana pesa unos 1.200 kilos.



Dos visitantes contemplan las campanas de la paz, que contiene inscripciones en griego, sánscrito y japonés.

El momento del "toque". Reza un cartel (en inglés y japonés) desde 1964: "We dedicate this bell as a symbol of Hiroshima Aspiration: let all nuclear arms and wars be gone, ande the nations live in true peace! May it ring to all corners of the earth to meet the ear of every man, for in it throb and palpitate the hearts of its peace-loving donors. So may you, too, friends, step foward, and toll this bell for peace". Más o menos quiere decir: "Dedicamos esta campana como símbolo de la aspiración de Hiroshima: que todas las armas nucleares y las guerras desaparezcan, y las naciones vivan en una paz verdadera. Que pudiera sonar en todos los rincones de la Tierra para encontrarse con el oído de cada hombre, pues en ella laten y palpitan los corazones de los amantes de la paz que la donaron. Así que usted puede, también, amigo, avanzar y tocar esta campana por la paz ".
 
Dos visitantes se fotografían en la estructura que sostiene la Campana de la Paz.

En memoria de los coreanos. Se calcula que unos 40.000 humanos de nacionalidad coreana, por entonces ocupada militarmente por Japón, fallecieron en Hiroshima, donde trabajaban casi de manera forzosa.

Un detalle del monumento. Desde 1999 se encuentra en el Parque Memorial, anteriormente se encontraba en las cercanías del Honkawa Bridge, el lugar donde se encontró el cuerpo de la Princesa Lee, integrante de la familia real (no hemos podido concretar de qué casa real se trata, pues Corea perdió su monarquía antes de ser anexionada por Japón. Su último monarca fue el Emperador Sunjong).



Una piedra testimonio del desaparecido Jisenji Temple, destruido por la bomba atómica al encontrarse a poco más de 200 metros del hipocentro; es otro de los numerosos testimonios del Parque Memorial.

Memorial Monument for Nakajima-hon-machi Residents. Otro integrante del Parque Memorial.

El Parque Memorial se asienta sobre el antiguo Nakajima District, un barrio que según zonas se extendía desde los 100 a los 700 metros del hipocentro. Daba igual. Fue arrasado.

Al fondo, el Museo Memorial de la Paz diseñado por Kenzo Tange e inagurado en 1955. En primer plano, la estructura que sostiene la Llama de la Paz. Su silueta se asemeja a la de dos manos unidas por la muñeca. El fuego seguirá vivo mientras exista la posibilidad real de que la Tierra pueda sufrir otra devastación nuclear semejante.

La Llama de la Paz, vista desde otra perspectiva con una bandera de Japón ondeando al fondo.

Una visitante contempla una fotografía que acaba de tomar a través del Cenotafio Memorial o Monumento a los Muertos, en cuyo centro queda perfectamente encuadrada la Cúpula Genbaku. Obra de Kenzo Tange y símbolo de la ciudad desde la creación de este icono, como puede comprobarse en los imanes de nevera u otros recuerdos. Una inscripción indica: "Descansad en paz, pues el error jamás se repetirá".

Réplica de la Cúpula Genbaku en el interior del Museo de la Paz. Este espacio, magnífico, también duro, ofrece un recorrido por la tragedia de Hiroshima, una reconstrucción de su historia, una valoración de lo que es la energía atómica y el papel de Hiroshima, desde 1945, como catalizador de la paz. Su alcalde envía una carta al presidente del país en cuestión cada vez que hay un ensayo de índole atómica. Todas se exponen en el museo también. El acceso al museo, testimoniales 50 yenes (poco más de 50 céntimos de euro).

El mítico reloj que recuerda el momento exacto de la tragedia.



Una espectacular imagen de la época días después del ataque nuclear. Así quedó todo. Arrasado. La Cúpula Genbaku, fantasmagórica, sobrevive. Asusta, la verdad.



Una vista del Cenotafio Memorial y la Llama de la Paz, con la Cúpula Genbaku al fondo.
Callejeando por la nueva Hiroshima. Curiosas publicidades en la Heiwa Odori.

dsfasf

Un nombre ideal para una tienda donde venden productos de telefonía... entre otros muchos. Esta cadena vende consumibles informáticos, electrodomésticos y tecnologías variadas con fines de ocio. Las sintonías de su hilo musical son muy muy pegadizas. Estamos a la altura de Shintenchi.

Una avenida de Hiroshima. Muchos luminosos en la avenida Shintenchi.

Llamativos carteles que sin nociones de lengua niponas son imposibles de descifrar. No obstante, estamos en Shintenchi y vamos a conocer una comida típica, el okonomiyaki, que algunos definen como una pizza japonesa. Etimológicamente vendría a significar algo así como gusto (konomi) cocinado (yaki). Vamos a visitar el Okonomimura, una especie de centro temático de comida típica.

Cómida rápida japonesa que te la preparan a la plancha en tus narices y resulta tan contundente como deliciosa. Un okonomiyaki en el establecimiento de Fumie Onoue (la mujer de la derecha). Hiroshima tiene un estilo propio para elaborar esta comida



Un posado en plena elaboración de los okonomiyaki de Humichan, cuyo precio oscilan entre los 630 (poco más de 6 euros) y los 735 yenes (menos de 7,5 euros) e incluyen una bebida.

La elaboración es sencilla, rápida y la comida resulta contundente para el estómago. Es una especie de fast food, pero de aires tradicionales.

Fumie Onoue, en acción. Su puesto, Humichan, es uno de los veintipico que podremos encontrar en el Okonomimura.

Un menú completo. La cerveza es de la marca Suntory, una empresa con sede en Osaka.



Una moderna plazoleta peatonalizada bajo la que se asienta un aparcamiento se extiende a las puertas de los accesos a los Okonomimura. Al parecer, los puestos tradicionales crecían en esta plaza antes de la remodelación.

Coloridos anuncios y coloridas letras en paredes donde no faltan las máquinas expendedoras de todo tipo.

Tranvías por las calles de Hiroshima.



 
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