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General: Mi solidaridad para los hermanos mexicanos
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: Nobotuma  (Mensaje original) Enviado: 21/09/2017 00:40
 Desde Venezuela Bolivariana toda mi solidaridad para nuestros hermanos mexicanos que están pasando por momentos difíciles. 

     Tomemos precauciones ya que estos fenómenos naturales: sismos y huracanes, están afectando a varios países. Primeramente debemos mantener la calma a la hora de un evento sísmico o de huracanes: mantener los celulares cargados, velas, fósforos, linternas, agua en botellas plásticas, materiales de primeros auxilios, a la mano. 

     También es bueno recordar que muchos de los fenómenos naturales que estamos viendo es producto de nuestra inconsciencia en el trato con nuestro medio ambiente. El ser humano se ha dedicado, en su afán de obtener riquezas, a destrozar los espacios naturales. Llega el momento en el que la naturaleza nos pasa factura de nuestros desmanes. 

Abrazos.


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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: t-maria2 Enviado: 21/09/2017 19:35

Mi solidaridad con nuestros hermanos Mexicanos

Jojutla, zona cero

Un pequeño pueblo de Morelos, a 70 kilómetros del epicentro del sismo mexicano, acumula la mayor concentración de ruina y muerte

Edificios derruidos en el centro de Jojutla por el terremotoVer fotogaleríaEdificios derruidos en el centro de Jojutla por el terremoto DANIEL VILLA

La tierra crujió al sur y el temblor subió 130 kilómetros como un latigazo hasta Ciudad de México. Antes, a medio camino entre el epicentro y la megalópolis, la sacudida del martes se sintió en un pequeño pueblo arrocero del estado de Morelos como en ningún otro lugar. Si en la capital los muertos son cientos entre 20 millones, aquí, en Jojutla, son decenas entre 25.000. Si en el centro de México tumbó edificios, aquí arrasó barrios enteros. Si en la ciudad se levanta la cabeza por el morbo de ver caer algún rascacielos, en el pueblo se mira al suelo con la esperanza de encontrar algún resto del naufragio.

Por la plaza del ayuntamiento, tomada por cuatro furgones del ejército, una mujer arrastraba la noche del miércoles los pies y una manta. “Mi pueblo se vino abajo. Esto es una zona de desastre”. Lo primero en desprenderse de la casa consistorial fue el reloj, redondo y blanco, que presidía la fachada. Un policía cuenta que le cayó encima a un vecino que iba a pagar una factura. Atrapados dentro del edificio, con un mordisco de Godzilla en un lateral, también murieron dos funcionarios. Desde la 13:14 del martes el reloj de Jojutla se ha detenido en la ruina y la desolación.

A esa hora, Héctor Manuel Franco, 41 años, estaba en su habitación, su abuela en la sala y su tío en la tiendita que tenían en la entrada. Comenzó el vaivén y Franco metió a su abuela en la habitación. El tío, intentó salir a la calle y el techo de abobe se derramó sobre su cabeza. “Salí a la calle por detrás y vi como la mitad de mi casa eran puros escombros. La gente tiraba de mi tío y conseguimos sacarle. Esta en el hospital, estable pero con problemas en el pulmón”.

El hospital de Jojutla, un centro regional que atiende a otros cinco pueblos de la zona, también acusó el terremoto. Varios enfermos fueron llevados al garaje del edificio y los casos más urgentes, trasladados en helicóptero a Ciudad de México. “Ayer ayudamos a sacar a dos niños. Uno estaba ya muerto. A otro, le amputaron un brazo y en el helicóptero se desangró y no alcanzó al hospital”, cuenta Cuauhtémoc Machado, uno de los cientos de voluntarios que se han volcado con sus vecinos.

Ejercito, policía estatal, federal y protección civil también están presentes. Las cifras oficiales rozan la veintena de fallecidos –casi una tercera parte del total de víctimas en el Estado–, 300 viviendas destruidas y casi 2.000 inmuebles dañados. Los vecinos, sin descanso en la solidaridad, están convencidos de que el daño es mayor. “Casi la tercera parte del pueblo está afectado – añade Muñoz– Llevamos por lo menos 100 muertos”.

Hasta seis albergues han sido habilitados en el pueblo. Rebosan víveres, mantas, medicinas y fraternidad vecinal. Pero fuera, en la calle, el paisaje es postapocalíptico. En la colonia Emiliano Zapata, una de las más golpeadas, apenas hay una casa que se mantenga erguida. Postes de luz vencidos sobre techos a ras de suelo, amasijos de hierro saliendo de columnas despellejadas, baños resquebrajados a la vista de la acera, juguetes sucios entre pilas de cascotes.

Antonio López, 69 años, ha logrado salvar un colchón y dos neveras. Es pollero y guardaba lo que le sobraba del mercado en esos refrigeradores caseros que ahora tiene saludando la calle de arena. No piensa separase de ellos, ni de las ruinas de su casa. “Hoy duermo aquí, no vaya a ser que venga algún ratero a aprovecharse”. La escena se repite en cada esquina: vecinos pasando la noche frente a los restos de su hogar por miedo al pillaje. “Solo será hoy –continúa López– porque ya me han dicho que mañana la van a demoler. Lo que no me han dicho es si después de me van a ayudar”.

El presidente Peña Nieto visitó la zona el miércoles a medio día acompañado del gobernador del Estado. Ambos se comprometieron a levantar un censo para determinar la medida de la catástrofe. Durante semana seguirán las reuniones entre las autoridades y sobre la mesa está la posible calificación del pueblo como zona de desastre, lo que aceleraría la ayuda federal. De momento, el reloj de Jojutla sigue parado en las 13:14 del pasado martes.


Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: Nobotuma Enviado: 21/09/2017 22:39
Mientras pasan las horas, menos posibilidad de encontrar sobrevivientes en varios de los edificios colapsados  

Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: Gran Papiyo Enviado: 21/09/2017 23:28
 

Desde Ciudad de México

Las pantallas de los televisores no tardaron en mostrar, pese a los mensajes de los locutores de mejor quédese en casa, las cadenas de jóvenes trepados en los montículos informes de los derrumbes, acarreando escombro a mano limpia, acercando palas, polines para apuntalar muros y techos, camillas. Como otros jóvenes, espontáneos y solidarios, hace 32 años. Como otros derrumbes, exactamente iguales.

Sin prestarles demasiada atención, las cámaras de televisión pasaban por encima de esas cadenas humanas, brigadistas que sin convocatoria formal mediante ya repartían agua, cubrebocas y pan a las multitudes espantadas; a aquellos que quedaron varados en las calles, envueltos en nubes de polvo.

Las empresas mediáticas, rebasadas por las redes sociales, de plano los ignoraron; no los entrevistaron, como tampoco prestaron atención a las parvadas de ciclistas organizados. Éstos, ágiles entre las masas de automóviles atorados en el tráfico colapsado, circulaban para aproximarse a los puntos del desastre.

Como en 1985, ellos y ellas salieron de la nada para dar la mano a los damnificados, invisibles para los corporativos mediáticos. Esos pequeños rasgos de lo que, en aquel entonces, Carlos Monsiváis bautizó como sociedad civil. Parecidos pero diferentes, porque los muchachos y muchachas de 1985 no podían apoyarse, como los de hoy, en los teléfonos móviles, los whats app, los telegram, los hashtags, las alertas en redes sociales, los mapas satelitales y demás herramientas de la tecnología que los hicieron mucho más eficientes.

Desde las 13.14 horas, todos los canales abiertos o de pago empezaron a transmitir sin cesar. No hubo Rosa de Guadalupe, ni Enamorándonos, ni otras telenovelas o programas de entretenimiento que desplazaran la labor informativa.

Primero abundaron las imágenes del movimiento brusco, los postes bamboleantes, el terror de la gente que salía a chorros de los portones de los edificios, incrédula; los edificios en una danza inverosímil. Pero cómo, si hacía poco más de una hora esa misma ruta de salida había sido un simulacro, un ejercicio amenizado por el relajo. Y ahora, sin alarma sísmica previa, sobrevenía con toda la fuerza de la tierra un sismo en serio. Con graves consecuencias.

Y en la medida en que esas consecuencias se hacían evidentes, en el registro televisivo aumentó el caos. El 19 de septiembre, nada menos y nada más; 32 aniversario del terremoto de cuando los mayores teníamos 32 años menos. Cada programa, en todos los canales, tenía preparado un segmento especial de aniversario, un stock de imágenes listas. Y éstas, los brutales derrumbes de 1985, salieron al aire mezclados con el escenario de hoy. Confusión por momentos.

Las grandes figuras de la pantalla empezaron a tomar su lugar. Puntuales, mostraron las cifras oficiales, los boletines, el conteo de víctimas fatales verificadas que aumentaba hora tras hora. Los productores de los programas noticiosos empezaron a cazar las imágenes ciudadanas, otro signo de los tiempos del celular todoterreno. Así, los mejores reporteros fueron anónimos, ciudadanos de a pie, quienes con sus celulares captaron las escenas que veríamos minutos después, una vez y otra hasta el infinito: los derrumbes, los rescates, las víctimas, la catástrofe en tiempo real. Eso sí, sin que nadie les diera al menos crédito.

En la carrera sorda entre televisión convencional y redes sociales se consumieron las horas de las nerviosas audiencias. Pero mucho después de que terminara el último noticiero, cuando los agotados chilangos apagaron la tele, dispuestos a enfrentar los miedos íntimos y el insomnio, la sociedad civil reloaded continuó ahí, al pie del cañón, en las calles devastadas.

Los jóvenes no lo saben, pero en 1985, esa fuerza que ahora los empuja a ellos le ganó la carrera a la consigna oficialista que apostaba a la parálisis de la sociedad: Vuelta a la normalidad, nos recomendaron. Y no, nadie regresó a esa normalidad.

SALUDOS REVOLUCIONARIOS 

(Gran Papiyo)         



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