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EL POEMA DIARIO: AQUELLA LUZ
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De: LEO-MARI  (Mensaje original) Enviado: 23/03/2012 13:34
 

 

AQUELLA LUZ

 

 

Entonces se puso su cabeza en mi regazo, arrodillado ante mí,

y yo miré su pelo oscuro y suave, un poco más largo que de costumbre,

como siempre que va a hacérselo cortar. Sus largos brazos me

estrecharon y todo lo que parecía estar sembrado de espinas

desapareció. Acaricié su cabello. El aire era de raso; el color

ambarino de la luz transformaba la piel en satín. No había un

espejo allí, pero yo registré ese momento como una fotografía

color sepia en la que un hombre y una mujer, cansados de ser

arrastrados hacia los remolinos del río por la corriente rápida

de la ira, los celos, las equivocaciones, los rudos golpes de

haber vivido... cortan el elástico de la tensión y, al instante,

se sientes libres como dos barquitos navegando armoniosamente.

Una fotografía desfallecida, neblinosa y bella. Ese gesto entregado

me quebró. Se me escurrieron las palabras, ¿Qué podía decirle?

¿Qué podría reprochar? ¿Qué podía pedir que no estuviera recibiendo

ya?. Todos los discursos del universo eran menos elocuentes que el

calor de sus brazos aferrándome, o más bien, aferrándose de mí...

 

 

Acaricié su cabello, sus mejillas hundidas, sus ojeras oscuras. Suavemente.

 

Él subió su cabeza de mi regazo a mi pecho, y su expresión de

dolor se fue mudando a paz. Dijo: "Te quiero, perdóname." Lo dijo

muchas veces , muchas veces... Frotó su rostro en mis manos y su

llanto las humedeció. Todo quedó lavado con esas lágrimas. Purificado.

Claro. Borrados los precipicios. Borradas las esperas con dolor en las

tripas. Borrada la incertidumbre. Borrada la rabia. Borrados los detalles,

las piedras pesadísimas que hubieran hundido la embarcación. No es que

no doliera, sino que su amor fue la anestesia que acallo el dolor. Cómo

puede un gesto sencillo y verdadero obrar su milagrosa curación. Cómo

una voz que nace de la fuente encantada del amor es capaz de sanar los

tules rasgados de la ilusión, las cortaduras del alma... Los actos

simples hacen simple al hombre. ¡Y qué difícil es ser un hombre simple!

Él puso su cabeza sobre mi regazo, arrodillado ante mí. Entregado.

Sincero. Avergonzado. Cansado. Vengo del infierno, musitó. Y yo supe

que era cierto. Que solamente el infierno puede borrar el brillo de

la mirada y dejar un pozo en cada ojo... ¡Cómo pudo ser que no me haya

dado cuenta! ¿Y, qué esperabas, qué creíste, qué buscabas?

 

 

No sé... las cosas estaban tan difíciles con vos... me pareció que no

me querías más, que yo ya no te importaba. Me volví loco. Tenía que

llamarte la atención... pensé que podía manejar la situación y caí en

mi propia trampa. ¿Te sirvió? ¡Me horrorizó! No quiero recordar los

detalles de esa historia; podría parecer un alarde de imaginación

tortuosa, enfermiza. Me basta con saber que nada pudo destruir lo

esencial. Que lo sagrado siempre quedó conmigo, y tuvo que regresar

para recuperarlo... Acaricié su cabello suave. Besé sus párpados.

Sus mejillas mojadas. Nunca estuvimos tan cerca como en ese momento.

Nunca nos miramos tan hondo durante tanto tiempo. Tan hondo, tanto,

tanto, que vi cuando sus ojos recuperaron aquella luz perdida. Venía

del fondo, creciendo como un incendio: llama tibia, fogata, hoguera,

sol. Amaneció su vida.

 

Amaneció mi vida. Y no es que no doliera, ni que no hubiese existido

la noche antes de ese amanecer... sino es que el amor... ay, el amor...

 

Poldy Bird

 

 



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