"Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quito; sea el nombre de Jehová bendito" (Job 1:21)
Cierto predicador quiso enseñar a un grupo de jóvenes, cómo la adversidad rebela el corazón valiente o débil. Así que llenó un vaso de agua y lo colocó sobre la mesa delante de sí. Mientras estaba hablando, golpeó la mesa con el puño lo suficientemente fuerte como para que el agua salpicara todo. Entonces explicó: "Se van a encontrar con muchos problemas, pero cuando eso pase, recuerden, sólo lo que está dentro de ustedes se verterá fuera".
Vale la pena pensar en esto. Si somos maltratados o incomprendidos, ¿cómo reaccionamos?: ¿Con amor, paciencia y amabilidad? ¿Con ira?
Cuando estamos bajo el control del Espíritu Santo, lo mostramos por la manera en que reaccionamos a las ofensivas y bruscas pruebas de la vida. La forma en que respondemos a las situaciones molestas y embarazosas que de repente se nos echan encima es una buena manera de probar si hemos crecido en santidad. Lo que hacemos impulsivamente, cuando no tenemos tiempo de pensar, revela si nuestras vidas están llenas del amor de Cristo, o no.
Decir ¡no! No voy a reaccionar en una situación tensa, puede suprimir sus sentimientos íntimos, a fin de servir a sus propios intereses. Pero cuando una persona llena del amor del Salvador es empujada, será paciente y amable sin incluso pensar en ello, como aquel vaso mostrará lo que hay en su interior por lo que verterá fuera.
Hay tres actitudes positivas frente al sufrimiento que nos conducen desde el valle de las sombras hasta las cumbres soleadas de la vida radiante y victoriosa: La paciencia, la colaboración y la sublimación.La paciencia. Paciencia es amor expresado en situaciones molestas. Las personas sensatas se dan cuenta de que hace falta tiempo para la curación de una enfermedad o para la normalización de sus vidas desorganizadas por la adversidad o por sus propios errores y saben esperar. Estas personas, mientras esperan, se esfuerzan de veras por cumplir todas las leyes naturales y espirituales.La colaboración. El hombre que sufre debe salir de sí mismo, debe rechazar un dolor egoísta, sin fe, sin amor, sin consuelo, y ha de lanzarse a ayudar a los demás, a pesar de llevar él mismo su propia carga.
Sólo de este modo podrá salir del pozo del sufrimiento y sólo así podrá demostrar el espíritu de Cristo. Recordemos que Él, a pesar de llevar su pesada cruz física, mental, moral, emocional, social y espiritual, se compadeció de las mujeres que lloraban a lo largo de la cuesta del calvario, también se compadeció de los ladrones, que pendían a su lado de las cruces y hasta de sus mismos verdugos.
La colaboración nos eleva, nos ayuda a salir del remolino de las angustias y de los problemas.La sublimación. Infortunios, problemas, obstáculos, son piedras de tropiezo para algunos, pero son peldaños hacia las alturas para otros. Así que, no hay derrotas sino las que vienen de nosotros mismos y no hay barreras infranqueables, sino nuestra propia debilidad de propósitos.
Muchos ciegos están alegres, son dichosos y disfrutan de una paz interior que muchos videntes querrían para sí, porque han sublimado su desgracia.
Bethoven siguió componiendo música a pesar de su terrible sordera. Y hay pintores que, aunque no tienen manos, pintan preciosos cuadros con la boca o con los dedos de los pies. ¡Han sublimado su desgracia!
Aprendamos la lección del águila que se hecha al borde del precipicio y mira los oscuros nubarrones que están cubriendo el cielo.
Allí permanece perfectamente tranquila; mira con un ojo hacia la tormenta y luego con el otro, mientras los rayos surcan el cielo en diversas direcciones.
No mueve una pluma hasta que siente el primer soplo del viento. Entonces sabe que el huracán la ha alcanzado. Con un graznido se lanza con su pechuga hacia la tormenta. Usa la tormenta misma para elevarse hacia el cielo negro. Dios desea que ésta experiencia se repita en la vida de cada uno de sus hijos. Que convirtamos las nubes de nuestra tormenta en nuestra carroza particular. ¡Él quiere que levantemos las alas como águilas!
Para dar una respuesta noble, elevada y digna al aldabonazo del dolor, cuando éste llame a nuestra puerta, hemos de adquirir una actitud sana ante la vida.
La clave del secreto de la vida feliz no es la protesta frenética ante el sufrimiento, sino el "Hágase tu voluntad" que pronunció Jesús en el jardín de Getsemaní. Al unir su voluntad con la del Dios Todopoderoso, usted se ha hecho uno con él y él ha roto sus cadenas. Entonces, usted es un ser gloriosamente libre.
"Lo que es un obstáculo en el camino del débil puede ser un pedestal en el camino de fuerte.
Lo que para unos es motivo de tristeza en otros puede ser causa de alegría".
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