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Biografías de V. y Santos: Santa Aurea. Áurea (Oria o Auria), virgen (c. a. 1042-1070)
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Paqui  (Mensaje original) Enviado: 13/06/2010 21:51

Santa Aurea. Áurea (Oria o Auria), virgen (c. a. 1042-1070)

Festividad el 11 de Marzo

Santa Oria Santa Oria nació (+ 1050) en la localidad riojana de Villavelayos. Fue su maestro y padre espiritual Don Munio, que escribió su vida en latín, y luego tradujo en sonoros versos alejandrinos Gonzalo de Berceo. Una vida digna de crédito, pues, según el poeta, ni por un rico condado hubiera consentido mentir: En todo cuanto dijo, dijo toda verdad.

El mismo nombre de Oria—Aurea, Dorada—era ya todo un presagio de rica calidad: "Como era preciosa, más que oro preciada, nombre avía de oro: Oria era llamada". Son deliciosos los versos de Berceo: "Era esta manceba de Dios enamorada, más quería ser ciega que verse casada". Prefería las "horas" litúrgicas más que otros cantares y oír a los clérigos más que a otros juglares. "pesque mudó los dientes, luego a los pocos anuos, pagábase   muy poco de los seglares ponnos". Sentía envidia de María, la hermana de Lázaro. Como ella, pasaría la vida junto al altar, a los pies de Cristo.
Un día se puso en romería y llegó al monasterio de San Millán de la Cogolla. El prior se llamaba Domingo, y más tarde fundaría la abadía de Silos. Oria cayó a sus pies y le pidió consejo para vivir separada del mundo y entregada a Dios. "Señor, Dios lo quiere, tal es mi voluntat, prender orden e velo, vivir en castidat, en rencón encerrada yacer en pobredat, vivir de lo que diera por mi la christiandat". Después de encargarle el prior que pensase mucho el paso que iba a dar, y de insistir Oria en su empeño, Domingo accedió y le dio el hábito de esposa de Cristo.

Quiso vivir emparedada, sin trato con persona alguna, reclusa, en oración permanente alimentada por la lectura de la Sagrada Escritura y las vidas de santos, con la ocupación manual de hilar y tejer para ayudar a la comunidad. Los albañiles abrieron un hueco en el muro de la iglesia de San Millán de Suso, el de Arriba—donde también estuvieron enterrados los Siete Infantes de Lara—frente al altar mayor y al coro donde cantaban los monjes, y allí fue encerrada la intrépida doncella Oria.

Eran tiempos de heroicidades. Había personas que no se contentaban con encerrarse en un monasterio. Querían todavía más rigidez. Se encerraban en celdas increiblemente pequeñas, donde a veces no cabían de pie, para no salir más. Sólo abrían un ventanillo que diera al altar. A veces acudían gentes a pedirles consejo. Pero normalmente su soledad era total, sólo interrumpida por la lucha con los demonios y por su trato con los ángeles. Las mujeres fueron las más generosas para esta prisión voluntaria. Se llamaba las emparedadas, y todavía queda el recuerdo de su heroísmo.

Dice el cantor de su vida que «si antes fuera buena, fue después muy mejor». La fama de santidad llegó a traspasar las paredes de su celdilla, pegada a los muros del monasterio, destacó por su vida de oración y el atractivo  que despertaba en las gentes; las cuales luego referían los numerosos favores y milagros que a través de ella se realizaban por el acierto que llevaban los consejos que daba generosamente a todos los que vivían por aquellos contornos y se los pedían.

Parece que, en días cercanos a la Navidad, Oria tuvo visiones; dicen que se le aparecieron las santas Águeda, Cecilia y Eulalia y la transportaron en su arrobo a contemplar una escala celeste y el gozo del cielo. Esto le llevó a hacer más recia aún su gran penitencia.

Siguió luego una serie de admirables éxtasis, en los que percibe la violencia del amor divino en que se abrasa, ansiosa por verse libre de las ataduras de esta vida. La aparición de la Virgen Santísima fue el colofón de los fenómenos místicos que de ella se cuentan; la Señora le aseguró la proximidad de su muerte, precedida de una angustiosa y cruel enfermedad que le sirvió para ejercitar la paciencia. Los relatos afirman que hasta el Maligno se ensañó con Oria, prometiendo dejarla en paz cuando dejara de rezar.

Murió en 11 de marzo de 1070, estando presentes su madre Amuna y el abad del monasterio, don Pedro. La enterraron en una cueva abierta en la roca del monasterio de San Millán de la Cogolla, y, en la casa familiar donde pasó los primeros años de su vida, levantaron los devotos una capilla en la que se le da culto.

Gonzalo de Berceo supo poner gracia arcaica en sus versos del siglo XIII a la figura de Áurea, «la reclusa leal», borrosa por el paso del tiempo, al traducir al naciente castellano la vida escrita en latín por fray Munio o Muño, quien añadía candor al fervor y que estuvo presente en su tránsito.



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De: Margarita12 Enviado: 12/09/2010 11:46
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