Así, como el agua se regodea en tempestades, quiero ser el testigo de tus ojos. Así, como el aire se duerme en tu cintura, añoro elixires de plata y fuego en tus márgenes de ansia. Así, como el ruiseñor entrega su canto a la mañana -desnudez del tenor en una nota-, ensayo una caricia para que me digas si el monte truncó su cima para que puedas volar hacia el sol inasible entre los tules. Así, cuando la noche te haga regresar al imperio de los sueños -desnuda y pálida luz de los muslos entregados a la luna- estarás en mí, libre y confiada, para deslizarte a aquel extraviado mundo: ese, el de los destellos que se rompen al chocar suavemente contra un espejo…