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    Léeme abuelito, léeme  Sus 
ojos se humedecieron con lágrimas espontáneas mientras Nicole ascendía a su 
regazo y se acomodaba contra su pecho. Su pelo acabado de lavar y secar, olía a 
limón. Palpó su mejilla suavemente, mientras ella descendía. Con ojos claros de 
color azul-verdoso, ella contempló su rostro con expectación, le acercó el raído 
y familiar libro de cuentos y dijo: “¡Léeme abuelito, 
léeme!” “Abuelito” James ajustó cuidadosamente sus anteojos, 
aclaró su garganta y comenzó a leer la acostumbrada historia. Nicole sabía las 
palabras de memoria y con emoción “leía” al unísono. A cada rato él omitía una 
palabra: ella delicadamente le rectificaba. “No, abuelito, no es eso lo que 
dice. intentemos de nuevo para que lo hagamos bien”. Ella 
no tenía idea de cómo su pureza de corazón enternecía su alma o cómo su simple 
confianza en él, lo conmovía. La 
infancia de James había sido diferente, caracterizada por una violencia 
existencia, recrudecida por un padre distante y exigente. Desde sus cinco años, 
su padre le hacía trabajar los campos de sol a sol. Los recuerdos de su niñez, a 
veces se prolongan para acarrear ira y dolor. Esta 
primera nieta, sin embargo, trajo gozo y luz a su vida en tal magnitud que 
desplazó su propia infancia. Él retribuyó su amor y fe con gentileza y 
dedicación, proporcionando a su mundo seguridad y protección sin medida. La 
relación entre ambos se conservó siempre. Para Nicole, la misma le proveyó un 
cimiento para la vida. Para James, sanó un pasado de 
dolor. “¡Léeme abuelito, léeme!” Vía 
Renuevo de Plenitud   
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