|     LOS 
ROBLES    1
 Allá en tiempos que fueron, y el alma
 han 
llenado de santos recuerdos,
 de mi tierra en los campos hermosos,
 la 
riqueza del pobre era el fuego,
 que al brillar de la choza en el 
fondo,
 calentaba los rígidos miembros
 por el frío y el hambre 
ateridos
 del niño y del viejo.
 
 De la hoguera sentados en torno,
 en 
sus brazos la madre arrullaba
 al infante robusto;
 daba vuelta, afanosa la 
andana
 en sus dedos nudosos, al huso,
 y al alegre fulgor de la 
llama,
 ya la joven la harina cernía,
 o ya desgranaba
 con su mano 
callosa y pequeña,
 del maíz las mazorcas doradas.
 
 Y al amor del hogar 
calentándose
 en invierno, la pobre familia
 campesina, olvidaba la 
dura
 condición de su suerte enemiga;
 y el anciano y el niño, 
contentos
 en su lecho de paja dormían,
 como duerme el polluelo en su 
nido
 cuando el ala materna le abriga.
 
 
 2
 
 Bajo el hacha 
implacable, ¡cuán presto
 en tierra cayeron
 encinas y robles!;
 y a los 
rayos del alba risueña,
 ¡qué calva aparece
 la cima del monte!
 
 Los 
que ayer fueron bosques y selvas
 de agreste espesura,
 donde envueltas en 
dulce misterio
 al rayar el día
 flotaban las brumas,
 y brotaba la fuente 
serena
 entre flores y musgos oculta,
 hoy son áridas lomas que 
ostentan
 deformes y negras
 sus hondas cisuras.
 
 Ya no entonan en 
ellas los pájaros
 sus canciones de amor, ni se juntan
 cuando mayo alborea 
en la fronda
 que quedó de sus robles desnuda.
 Sólo el viento al pasar trae 
el eco
 del cuervo que grazna,
 del lobo que aúlla.
 
 
 3
 
 Una 
mancha sombría y extensa
 borda a trechos del monte la falda,
 semejante a 
legión aguerrida
 que acampase en la abrupta montaña
 lanzando 
alaridos
 de sorda amenaza.
 
 Son pinares que al suelo, desnudo
 de su 
antiguo ropaje, le prestan
 con el suyo el adorno salvaje
 que resiste del 
tiempo a la afrenta
 y corona de eterna verdura
 las ásperas 
breñas
 
 Árbol duro y altivo, que gustas
 de escuchar el rumor del 
Océano
 y gemir con la brisa marina
 de la playa en el blanco 
desierto,
 ¡yo te amo!, y mi vista reposa
 con placer en los tibios 
reflejos
 que tu copa gallarda iluminan
 cuando audaz se destaca en el 
cielo,
 despidiendo la luz que agoniza,
 saludando la estrella del 
véspero.
 
 Pero tú, sacra encina del celta,
 y tú, roble de ramas 
añosas,
 sois más bellos con vuestro follaje
 que si mayo las cumbres 
festona
 salpicadas de fresco rocío
 donde quiebra sus rayos la aurora,
 y 
convierte los sotos profundos
 en mansión de gloria.
 
 Más tarde, en 
otoño
 cuando caen marchitas tus hojas,
 ¡oh roble!, y con ellas
 generoso 
los musgos alfombras,
 ¡qué hermoso está el campo;
 la selva, qué 
hermosa!
 
 Al recuerdo de aquellos rumores
 que al morir el día
 se 
levantan del bosque en la hondura
 cuando pasa gimiendo la brisa
 y remueve 
con húmedo soplo
 tus hojas marchitas
 mientras corre engrosado el 
arroyo
 en su cauce de frescas orillas,
 
 estremécese el alma 
pensando
 dónde duermen las glorias queridas
 de este pueblo sufrido, que 
espera
 silencioso en su lecho de espinas
 que suene su hora
 y llegue 
aquel día
 en que venza con mano segura,
 del mal que le oprime,
 la 
fuerza homicida.
 
 
 4
 
 Torna, roble, árbol patrio, a dar 
sombra
 cariñosa a la escueta montaña
 donde un tiempo la gaita 
guerrera105
 alentó de los nuestros las almas
 y compás hizo al eco 
monótono
 del canto materno,
 del viento y del agua,
 que en las noches 
del invierno al infante
 en su cuna de mimbre arrullaban.
 
 Que tan bello 
apareces, ¡oh roble!
 de este suelo en las cumbres gallardas
 y en las 
suaves graciosas pendientes
 donde umbrosas se extienden tus ramas,
 como en 
rostro de pálida virgen
 cabellera ondulante y dorada,
 que en lluvia de 
rizos
 acaricia la frente de nácar.
 
 ¡Torna presto a poblar nuestros 
bosques;
 y que tornen contigo las hadas
 que algún tiempo a tu sombra 
tejieron
 del héroe gallego
 las frescas 
guirnaldas!
 
 [...]
 
 
 15
 
 Alma que vas huyendo de ti 
misma,
 ¿qué buscas, insensata, en las demás?
 Si secó en ti la fuente del 
consuelo,
 secas todas las fuentes has de hallar.
 ¡Que hay en el cielo 
estrellas todavía,
 y hay en la tierra flores perfumadas!
 ¡Sí...! Mas no 
son ya aquellas
 que tú amaste y te amaron, 
desdichada.
 
 
 16
 
 Cuando recuerdo del ancho bosque
 el mar 
dorado
 de hojas marchitas que en el otoño
 agita el viento con soplo 
blando,
 tan honda angustia nubla mi alma,
 turba mi pecho,
 que me 
pregunto:
 "¿Por qué tan terca,
 tan fiel memoria me ha dado el 
cielo?"
 
 
 17
 
 Del antiguo camino a lo largo,
 ya un pinar, ya 
una fuente aparece,
 que brotando en la peña musgosa
 con estrépito al valle 
desciende.
 Y brillando del sol a los rayos
 entre un mar de verdura se 
pierden,
 dividiéndose en limpios arroyos
 que dan vida a las flores 
silvestres
 y en el Sar se confunden, el río
 que cual niño que plácido 
duerme,
 reflejando el azul de los cielos,
 lento corre en la fronda a 
esconderse.
 
 No lejos, en soto profundo de robles,
 en donde el silencio 
sus alas extiende,
 y da abrigo a los genios propicios,
 a nuestras 
viviendas y asilos campestres,
 siempre allí, cuando evoco mis sombras,
 o 
las llamo, respóndenme y vienen.
 
 
 18
 
 Ya duermen en su tumba las 
pasiones
 el sueño de la nada;
 ¿es, pues, locura del doliente 
espíritu,
 o gusano que llevo en mis entrañas?
 Yo sólo sé que es un placer 
que duele,
 que es un dolor que atormentando halaga,
 llama que de la vida 
se alimenta,
 mas sin la cual la vida se apagara.
 
 
 19
 
 Creyó 
que era eterno tu reino en el alma,
 y creyó tu esencia, esencia 
inmortal;
 mas, si sólo eres nube que pasa,
 ilusiones que vienen y 
van,
 rumores del onda que rueda y que muere
 y nace de nuevo y vuelve a 
rodar,
 todo es sueño y mentira en la tierra,
 ¡no existes, 
verdad!
 
 
 20
 
 Ya siente que te extingues en su seno,
 llama 
vital, que dabas
 luz a su espíritu, a su cuerpo fuerzas,
 juventud a su 
alma.
 
 Ya tu calor no templará su sangre,
 por el invierno helada,
 ni 
harás latir su corazón, ya falto
 de aliento y de esperanza.
 
 Será cual 
astro que apagado y solo,
 perdido va por la extensión del cielo,
 mudo, 
ciego, insensible,
 sin goces, ni tormentos.
 
 
 21
 
 No subas tan 
alto, pensamiento loco,
 que el que más alto sube más hondo cae,
 ni puede 
el alma gozar del cielo
 mientras que vive envuelta en la carne.
 
 Por 
eso las grandes dichas de la tierra
 tienen siempre por término grandes 
catástrofes.
 
 Rosalia de Castro       |