|   CANTOS DE VIDA Y 
ESPERANZAA 
José Enrique Rodó
 
 I
 Yo soy aquel que ayer no más decía
 el 
verso azul y la canción profana,
 en cuya noche un ruiseñor había
 que era 
alondra de luz por la mañana.
 
 El dueño fuí de mi jardín de 
sueño,
 lleno de rosas y de cisnes vagos;
 el dueño de las tórtolas, el 
dueño
 de góndolas y liras en los lagos;
 
 y muy siglo diez y ocho y muy 
antiguo
 y muy moderno; audaz, cosmopollita;
 con Hugo fuerte y con Verlaine 
ambiguo,
 y una sed de ilusiones infinitas.
 
 Yo supe de dolor desde mi 
infancia,
 mi juventud... ¿fue juventud la mía?
 Sus rosas aún me dejan la 
fragancia...
 una fragancia de melancolía...
 
 Potro sin freno se lanzó 
mi instinto,
 mi juventud montó potro sin freno;
 iba embriagada y con puñal 
al cinto;
 si no cayó, fué porque Dios es bueno.
 
 En mi jardín se vió 
una estatua bella;
 se juzgó de mármol y era carne viva;
 un alma joven 
habitaba en ella,
 sentimental, sensible, sensitiva.
 
 Y tímida, ante el 
mundo, de manera
 que encerrada en silencio no salía,
 sino cuando en la 
dulce primavera
 era la hora de la melodía...
 
 Hora de ocaso y de 
discreto beso;
 hora crepuscular y de retiro;
 hora de madrigal y de 
embeleso,
 de "te adoro", de "¡ay!" y de suspiro.
 
 Y entonces era en la 
dulzaina un juego
 de misteriosas gamas cristalinas,
 un renovar de notas 
del Pan griego
 y un desgranar de músicas latinas.
 
 Con aire tal y con 
ardor tan vivo,
 que a la estatua nacían de repente
 en el muslo viril patas 
de chivo
 y dos cuernos de sátiro en la frente.
 
 Como la Galatea 
gongorina
 me encantó la marquesa varleniana,
 y así juntaba a la pasión 
divina
 una sensual hiperestesia humana;
 
 todo ansia, todo ardor, 
sensación pura
 y vigor natural; y sin falsía,
 y sin comedia y sin 
literatura...:
 Si hay un alma sincera, ésa es la mía.
 
 La torre de 
marmil tentó mi anhelo;
 quise encerrarme dentro de mí mismo,
 y tuve hambre 
de espacio y sed de cielo
 desde las sombras de mi propio abismo.
 
 Como 
la esponja que la sal satura
 en el jugo del mar, fué el dulce y 
tierno
 corazón mío, henchido de amargura
 por el mundo, la carne y el 
infierno.
 
 Mas, por la gracia de Dios, en mi conciencia
 el Bien supo 
elegir la mejor parte;
 y si hubo áspera hiel en mi existencia,
 melificó 
toda acritud el Arte.
 
 Mi intelecto libré de pensar bajo,
 bañó el agua 
castalia el alma mía,
 peregrinó mi corazón y trajo
 de la sagrada selva la 
armonía.
 
 ¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
 emanación del corazón 
divino
 de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda
 fuente cuyo virtud vence al 
destino!
 
 Bosque ideal que lo real complica,
 allí el cuerpo arde y vive 
y Psiquis vuela;
 mientras abajo el sátiro fornica,
 ebria de azul deslíe 
Filomela.
 
 Perla de ensueño y música amorosa
 en la cúpula en flor del 
laurel verde,
 Hipsipila sutil liba en la rosa,
 y la boca del fauno el 
pezón muerde.
 
 Allí va el dios en celo tras la hembra,
 y la caña de Pan 
se alza del lodo;
 la eterna vida sus semilas siembra,
 y brota la armonía 
del gran Todo.
 
 El alma que entra allí debe ir desnuda,
 temblando de 
deseo y fiebre santa,
 sobre cardo heridor y espina aguda:
 así sueña, así 
vibra y así canta.
 
 Vida, luz y verdad, tal triple llama
 produce la 
interior llama infinita.
 El Arte puro como Cristo 
exclama:
 ¡Ego sum lux et veritas et vita!
 
 Y la 
vida es misterio, la luz ciega
 y la verdad inaccesible asombra;
 la adusta 
perfección jamás se entrega,
 y el secreto ideal duerme en la 
sombra.
 
 Por eso ser sincero es ser potente;
 de desnuda que está, 
brilla la estrella;
 el agua dice el alma de la fuente
 en la voz de cristal 
que fluye de ella.
 
 Tal fué mi intento, hacer del alma pura
 mía, una 
estrella, una fuente sonora,
 con el horro de la literatura
 y loco de 
crepúsculo y de aurora.
 
 Del crepúsculo azul que da la pauta
 que los 
celestes éxtasis inspira,
 bruma y tono menor ¡toda la flauta!,
 y Aurora, 
hija del Sol ¡toda la lira!
 
 Pasó una piedra que lanzó una honda;
 pasó 
una flecha que aguzó un violento.
 La piedra de la honda fué a la onda,
 y 
la flecha del odio fuése al viento.
 
 La virtud está en ser tranquilo y 
fuerte;
 con el fuego interior todo se abrasa;
 si triunfa del rencor y de 
la muerte,
 y hacia Belén... ¡la caravana pasa!
 
 Ruben 
Dario      |