Un  día Danielito le preguntó a su mamá:
-  Mami. ¿que hay que hacer para tener algo que uno quiere  mucho?
La  mamá que se imaginó enseguida que Danielito quería un perrito para su  cumpleaños, le contestó:
-  Tienes que imaginarte claramente lo que quieres, como si ya lo tuvieses contigo,  luego tienes que querer, con todo tu corazón, que se haga  realidad.
Pasaron muchos días y Danielito le dijo a la  mamá:
-  Mami, yo hice todo lo que me dijiste y todavía no tengo lo que quería. ¿qué  estoy haciendo mal?
La  mamá, que seguía pensando en el cachorro para el cumpleaños de Danielito, y  considerando que todavía faltaban veinte días le dijo:
-  Mira Danielito, si realmente quieres algo, además de hacer lo que te dije,  tienes que pedírselo a Dios. Cualquier cosa que quieras, se la pides a Dios y  Dios te la va a dar.
Desde  ese día Danielito apenas se levantaba a la mañana, se imaginaba claramente lo  que quería y le pedía, del siguiente modo, a Dios con todo su  corazón:
-  Dios mío, te quiero mucho, y se que podéis darme todo lo que te pido. Dios mío  dame las pastillitas de colores.
Otro  tanto hacía cuando se iba a dormir a la noche.
Así  pasaron los días, hasta que al fin el milagro estaba a punto de  producirse.
Esa  mañana bien temprano, cuando recién terminaba de hacer su "pedido a Dios", su  mamá le había dicho:
-  Danielito, ya sois grande, y por ese motivo quería preguntarte si te gustaría  quedarte solo esta noche en casa, mientras tu papá y yo nos vamos al  cine.
La  respuesta afirmativa de Danielito fue tan efusiva que confundió un poco a la  mamá, que pensó: indudablemente este chico está mucho más crecido de lo que yo  creía.
Ahora  eran las siete de la tarde y se estaban dando las condiciones necesarias para  lograr lo que tanto había deseado. Era indudable que la mano de Dios estaba  presente.
Danielito no veía la hora de quedarse solo en casa, y  daba vueltas alrededor de su mamá, como si de este modo pudiese apurar al  tiempo, mientras decía:
-  Gracias Dios por tu ayuda, gracias.
Eran  casi las siete y media cuando su mamá terminó de pintarse los labios, le dio un  último toque a su peinado, y salió corriendo del baño, pues su papá ya estaba  gritando desde la puerta:
-  Apúrate, que si no llegamos tarde al cine.
Danielito acompaño a su mamá hasta la puerta. Estaba muy  nervioso, como si dudase de que el milagro siguiese su curso, y se tranquilizó  cuando ella le dijo:
-  Pórtate bien, no hagas travesuras, y si tenéis mucho sueño andate a dormir con  el osito de peluche. Nosotros volvemos cerca de media  noche.
Luego  la mamá se agachó y le dio un hermoso beso en la frente que lo dejó lleno de  rouge.
Fue  entonces el momento del papá, que se agachó se puso a la altura de sus ojos, lo  miró fijo y le dijo:
- Ya  sois todos un hombre, así que por primera vez te dejo al cuidado de la casa. Le  dio una palmadita en el cachete y se fue.
A  Danielito le pareció que el papá había sonreído ligeramente pero no estaba  seguro.
Parado sigiloso detrás de la puerta de calle, los oyó  subir al ascensor y alejarse hacía la planta baja del  edificio.
Por  fin el quedaba a cargo del operativo. Se dirigió resueltamente al baño, y lo  miró fijo. Allá arriba estaba el baluarte a conquistar. Un gran botiquín, de  color blanco que contenía su preciado tesoro.
Ahí  estaba el frasco con las hermosas pastillas de colores. Ese frasco contenía lo  que él quería. Más de una vez, había visto a su madre abrirlo, sacar una  pastilla y tragarla de inmediato. Debían ser pastillas maravillosas, no como las  que vendían en los kioscos y que ya lo habían hartado.
Pastillas maravillosas que lograban que su madre dejara  de estar tensa, Pastillas maravillosas que lograban que su madre dejara de  gritar y que se le endulzara la voz, de un modo tal que a veces se le ponía  pastosa.
Siempre se había preguntado porqué su madre, que tanto  decía que lo amaba, y que decía dar la vida por él, le negaba las pastillas.  Ella nunca había querido darle una de esas pastillas a pesar de sus ruegos y  berrinches. Es más la vez que él se había puesto firme en exigir que su madre  las compartiera con él, lo único que había logrado era una serie de cachetadas  muy fuertes, que le impidieron por un buen rato sentarse cómodamente en una  silla.
Pero  había llegado la hora de la venganza. Su resolución era inquebrantable: apenas  lograse llegar al botiquín y agarrar el frasco lleno de pastillas pensaba  comérselas todas. Saborearlas una por una despacio, hasta acabarlas. De este  modo su mamá aprendería que con él no se jugaba.
Estudió la situación y se dio cuenta que no había un modo  directo de subirse al lavabo, para luego desde ahí llegar al botiquín. Pidió a  Dios que lo iluminara y ayudara. Se le ocurrió de inmediato una idea, fue  entonces al comedor y luego de dura lucha entró con una pesada silla que puso al  lado del lavabo. Se subió a la silla y de ahí al lavabo, pero tampoco parecía  llegar. Volvió a pedirle a Dios ayuda, y se afirmó más arriba del lavabo  mientras con la mano derecha lograba abrir el botiquín. Volvió a pedirle ayuda a  Dios y parándose de punta de pies logró agarrar el  frasco.
Luego  vino el grito a sus espaldas, luego vinieron los chirlos, luego vino el encierro  en su pieza. Luego vinieron las preguntas. Luego llegaron las  conclusiones.
¿Cómo  puede ser que justo cuando uno está por comerse las pastillas, vuelva la mamá y  lo atrape?
¿Por  qué, justo ese día, su papá tiene que olvidarse la billetera con los documentos  y la plata y volver a buscarla?
Es  indudable que Dios nos niega lo que más queremos en la vida. Es indudable  entonces que Dios no es tan bueno como dicen. Es indudable que es inútil confiar  en Dios y pedirle ayuda.
Tuvo  que pasar mucho tiempo para que Danielito dejara de estar enojado con Dios por  el tema de "las pastillas de colores", y de este modo pudiese empezar a reírse  de lo sucedido y de su propia ignorancia. Tuvo que pasar un poco más de tiempo  para que finalmente pudiese agradecerle a Dios.
Como  adultos, que creemos ser, muchas veces le pedimos cosas a Dios, y él las niega.  Entonces protestamos como chicos, sin saber que atrás de esa negativa está la  sabiduría que nos protege.