|         27  de febrero, año 2010Vicente Herrera Márquez
 
 La energía de la  tierra por años contenida,
 ya no cabía en sus entrañas, era tanta que  pujaba.
 Pujó, pujó y parió destrucción descontrolada,
 por una brecha que  abrió entre placas tectónicas
 en el sur del mundo entre mar bravío y  cordillera altiva.
 
 Se liberó una vez más.
 Sí, se liberó y se paseó  por Chile como bestia reprimida.
 Asolando la noche tranquila,
 destruyendo  voluntades y esperanzas,
 arrasando en el campo las mieses que doraban
 y  en el mar tragando redes recolectoras del sustento diario.
 
 Se liberó  otra vez.
 Sí, se liberó y recorrió caminos conocidos,
 destruyendo  estructuras viejas de adobes y maderos
 carcomidos por los años y el tiempo  de la historia,
 que había olvidado derribar en su pretérita visita,
 y  también inclinando torres de cemento, sudor y acero
 erigidas desafiando al  cielo cual débiles Babel.
 Luego se envolvió en manto de oscuridad para segar  vidas
 con implacable guadaña destructora.
 
 Y la tierra se  sacudió.
 Y la noche con luna creciente, casi llena,
 fue cómplice de las  fuerzas desatadas
 que arrasaron implacables con el fruto
 de cuerpos  cansados que dormían,
 y las ilusiones pintadas con colores futuristas
 de  inquietos espíritus nuevos que soñaban.
 Desde más allá de los límites  marcados por los ríos,
 Mapocho por el norte y Biobío por el sur,
 en  madrugada sabatina de 27 de febrero,
 mes aún vestido con ropas veraniegas y  color de vacaciones,
 se sintió el ondular crepitante de la tierra
 y la  furia irascible de las olas.
 
 Y el mar se encabritó.
 Y la aguas  recogidas se alzaron en olas destructoras,
 hambrientas de pueblos  costeros
 que se reponían del sueño interrumpido por las sacudidas
 que  produjo el iracundo enojo de la tierra.
 Y ávidas cual gárgolas coléricas se  esparcieron por las playas
 cobrando el tributo por la pesca y el trabajo de  una vida.
 Engullendo casas, lanchas, botes, redes,
 fábricas, usinas,  plazas, parques y años de construir hogares.
 Y como hydra iracunda, de mil  cabezas,
 arrastrando a sus entrañas cuerpos plenos de vigor.
 
 Y la  naturaleza se enojó.
 Se enojó y siguió sacudiendo campos y ciudades,
 asolando todo con saña desatada.
 Derrumbando escuelas y jardines  infantiles.
 No respetó iglesias ni hospitales.
 Arrastró, ciega, autos  caros y pobres carretas;
 mansiones con jardines y viviendas proletarias.
 No discriminó, fue democrática. ¿Acaso fue justa?
 Se ensaño y le quitó  al rico y al pobre por igual
 Y  brotaron alimañas.Sí, de entre los escombros y lamentos brotaron  alimañas,
 que al igual que buitres hambrientos se regocijaron
 en la  destruida propiedad ajena
 y como vampiros sedientos bebieron
 de la sangre  maltratada del hermano.
 Brotaron de las grietas de la tierra y de las  rendijas sociales,
 cubriendo con una mancha de tinta oscura
 las blancas  páginas escritas por un pueblo sufrido y laborioso.
 
 Y luego renació la  esperanza, y pronto renació la esperanza.
 Desde los extremos geográficos del  largo país
 y desde los extremos sociales y políticos del angosto  país,
 surgió un grito de unión y un llamado solidario.
 Todos olvidaron  diferencias, todos cooperaron y todos trabajaron.
 Y al unísono con el temblar  de la tierra latieron corazones.
 Y hoy la destrucción deja pasos a cimientos  más firmes
 y estructuras tejidas con buen acero y normas respetadas,
 que  puedan resistir, en dos o tres décadas más,
 el próximo aborto de la furia  contenida en las entrañas de la tierra.
     Incluido  en libro: Todos los Vientos©Derechos Reservados. Registrado  con el N ° 175330 en el Registro de Propiedad Intelectual, Republica de  Chile
        |