| 
 
 Ya empiezas a dorar, octubre mío,con las cimas del huerto, ésas -distantes-
 del pensamiento a cuyas frondas fío
 la sombra de mis últimos instantes.
 
 Corazón y jardín tuvieron, antes,
 cada cual a su modo, su albedrío;
 pero deseos y hojas tan brillantes
 necesitaban, para arder, tu frío.
 
 Aterido el vergel, desierta el alma,
 más luz entre los troncos que despojas
 a cada instante, envejeciendo, veo.
 
 Y en el cielo ulterior, de nuevo en calma,
 cuando terminen de caer las hojas
 miraré, al fin, desnudo, mi deseo.
 Jaime Torres Bodet
      
 |