|       Maldiciendo su destino como Glauco, el dios marino,
 mira, turbia la pupila
 de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.
 Él sabe que un Dios más fuerte con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,
 cual niño bárbaro. Él piensa
 que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,
 antes de perderse, gota
 de mar, en la mar inmensa.
 En sueños oyó el acento de una palabra divina; en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina,
 sin odio ni amor, y el frío
 soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.
 Bajo las palmeras del oasis el agua buena miró brotar de la arena;
 y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros
 animales carniceros...
 Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor. Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,
 para el ladrón y el robado,
 para el pájaro azorado,
 para el sanguinario azor.
 Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades, todo es negra vanidad;
 y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:
 sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.
 Y viendo cómo lucían miles de blancas estrellas,
 pensaba que todas ellas
 en su corazón ardían.
 ¡Noche de amor!
 Y otra noche sintió la mala tristeza
 que enturbia la pura llama,
 y el corazón que bosteza,
 y el histrión que declama
 Y dijo: Las galerías del alma que espera están
 desiertas, mudas, vacías:
 las blancas sombras se van.
 Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado de ayer. ¡Cuán bello era!
 ¡Qué hermosamente el pasado
 fingía la primavera,
 cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
 mísero fruto podrido,
 que en el hueco acibarado
 guarda el gusano escondido!
 ¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,
 arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!
  ANTONIO MACHADO            |