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Sea la luz
“Sea la luz” (Génesis 1:3); esta fue la primera acción, la primera palabra de Dios dirigida a una tierra sumergida en la oscuridad. Entonces la luz empezó a brillar. Sin ella no existiría la vida. Dios separó el día de la noche; y este fue el primer día de la creación. Siglos más tarde la luz se encarnó en la persona del Santo Ser que nació en el pesebre de Belén. Era Emanuel, que significa “Dios con nosotros”. Era la Palabra creadora. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres… aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1:4, 9). Esta luz se manifestó en gracia y en verdad, tomó un cuerpo en Jesucristo. Este nacimiento fue el segundo gran día brillante de la humanidad. El tercer gran día es el de la victoria de Jesucristo en la cruz sobre la muerte, el pecado y las fuerzas del mal, después de las tres horas más oscuras de la Historia, cuando llevó sobre sí mismo el pecado del hombre culpable, para soportar el juicio de parte de Dios (Mateo 27:45). Entonces, después de su grito de victoria: “Consumado es” (Juan 19:30), la luz brilló nuevamente. Tres días después fue la gloriosa mañana de resurrección; la tumba estaba abierta y vacía: ¡Jesús resucitó! Esta es la luz espiritual para todo aquel que cree, “luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18).
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