Es noche de muertos, al menos noche de gente con alma podrida. Y el primero entre ellos soy yo. Vengo del mismo infierno, lleno de vanidad y de complejos. Vengo a martirizar a los vivos. Me lleva el mismísimo diablo. A la gente que tengo cerca invado. Cuando tengo su alma me gusta juguetear con ella. Necesito tener poder. Conseguirlo de alguna forma me satisface. Sentirme dentro de ellos, en sus entrañas. Ser amado en definitiva. Pero me llega al alma destrozar la de los demás.
Me siento un monstruo con mis vergüenzas. No soy el ser que todos creen. Cubro con un velo suave y liso mi rostro, para que no se percaten del sufrimiento que encoge mi dicha; Para que no se note el fétido olor de mis sentimientos. ¿Por qué soy así? Mi destino es cruel conmigo. Quiero pensar que es él, el que urde mis planes. Lo que me ahoga es mi penosa existencia.
Soy aquel que lleva la marca de un rayo. Una ráfaga, de oscuro cabello, que me hundió en medio del corazón, una astillada estaca; Que ni siquiera cicatriz dejó, sino una llaga macilenta y asquerosa, que repugna, que huela, que supura. Una herida que no cicatrizará nunca. Aquella que sólo puede cerrar ese diablo, que amé y que odio con todas mis fuerzas.
Así es como es mi interior. Creo conocerme ahora y justo en este momento. Quizá mañana piense de otra forma. Quién sabe. Sólo el inmenso caos de nuestras vidas lo sabe.
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