
La primera vez que asocié la maldad a un gato negro, tenía como diez años. Edgar Allan Poe se inmiscuyó en mi vida, alimentando mi instinto cuestionador y curioso. En uno de sus cuentos relata como un gato negro arruinó la existencia de un matrimonio, su sola presencia hacía que ocurrieran cosas realmente malas (incendios, asesinatos, entre otros).
Por aquella época, la historia Egipcia (educación escolar) me mostraba otro lado de la idiosincrasia humana: la adoración por los felinos. Esta inteligente cultura trataba a los animales como seres divinos e incluso castigaban el maltrato a estos con la muerte.
La mitología egipcia considera a Bastet, la diosa con cuerpo de mujer y cabeza de gato, como la representante de la armonía y la felicidad. Esta deidad simboliza además la alegría de vivir y la protección del hogar. Los estudiosos la describen como impredecible pues pese a considerarla ‘pacífica’, cuando se enoja se transforma en una mujer con cabeza de león, demostrando ferocidad felina.
Por otro lado, las culturas europeas que cazaban brujas durante la edad media asumían que estas tomaban la forma de gatos negros para camuflarse y huir. Durante este periodo muchos felinos –sin importar su color- fueron cazados, decapitados y quemados.
Pero pese a todo, la cultura contemporánea libera de la maldad a los felinos oscuros, sin romper el vínculo con las creencias pasadas. Cómo olvidar que tanto Samantha (Hechizada) y Sabrina (Bruja adolescente), las hechiceras rubias más famosas de la televisión, tienen un gato negro como ‘mascota’. Incluso Salem, el ‘compañero’ de la segunda mencionada, tiene un papel protagónico. Otros gatos negros famosos son los clásicos animados Chococat, ‘la Gata Loca’ y ‘Félix, el gato’.
Neskatilla

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