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Durante mucho tiempo un joven había llevado una vida de desenfreno. Quería gozar de ella y para eso necesitaba mucho dinero. Las lágrimas de sus padres no le impresionaban. Quería pasárselo bien «ahora»; lo demás no le importaba.
Un día salió a pasear en motocicleta con su novia. Bajo la influencia del alcohol tomó mal una curva y tuvieron un accidente. Su novia murió en el acto. Él quedó gravemente herido y permaneció inconsciente. Luego volvió en sí y esto en doble sentido: se despertó del coma y bruscamente se hizo consciente de lo que había hecho. Comprendió que había vivido de forma totalmente irresponsable. Un ser a quien quería tuvo que pagar con su vida debido a sus errores.
Entonces empezó a preguntarse: ¿Existe una salida a la culpa y a la desesperación? Gracias a Dios unos jóvenes cristianos hablaron con él, le contaron la maravillosa historia de la crucifixión y de la resurrección de Jesucristo. Él entendió que sólo con Jesús podría empezar una nueva vida, porque el Señor había cargado en la cruz con la condena a muerte del pecador. Más tarde, después de haber tomado con fe la mano salvadora del Señor Jesús, dijo: –Fueron necesarias dos muertes para que por fin pusiera mi vida en regla con Dios.
El Señor Jesús también murió por usted, lector, para que pudiera ser salvo. A causa de su santidad Dios debió exigir la muerte de un ser sin pecado, para poder perdonar a los pecadores. El Hijo de Dios sufrió este sacrificio… ¡también por usted!
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