Quisiera decirte cuanto te amo, y quisiera contarte con detalles cuántas veces he sentido ese frío de la ausencia sin tus manos en mi cuerpo. Podría contarte con mis besos cuánto sufro si tus ojos no me miran, y quisiera que supieras que en mis brazos, no existe un calor tan hermoso como el tuyo. Te diría que en mi pecho vives presa y que siento muy de cerca tus caricias. Las caricias necesarias en mi vida que ya siempre prestan alas a mi alma y se adueñan de mis días y mis noches. Perdería yo la vida si te ausentas de mis labios, de mis manos, de mi alma. Yo sería poco menos que una brizna de esa hierba, que empujada por la brisa lleva el nombre del amor abandonado, y en un rayo de sol ocre te diría cuánto espero que vuelvas vida mía. Te diría que sin ti yo nada valgo, que mi sangre se helaría sin la tuya, y sabrías que soy aire, y soy nube pasajera si te alejas, si me faltas, si me dejas. Y ese frío se apodera de mi mente y me lleva de la mano a la nada. Es entonces cuando el iris de mis ojos me arrebata del ambiente y me enlaza con tu vida, con tus manos, con mis ansias de tenerte, de ahogarme en tu amor como océanos que colman de esperanza estas olas que acontecen y te añoran cuando miras a otro lado diferente que no sea el cantar de mi mirada. Y por eso quiero darte mi promesa de lealtad y de amor imperturbable. De por vida yo seré siempre tu esposo, el hombre que suspire palpitando y que piense que ya nada es sin ti. Quiero ser ese camino que te guíe, el farol que alumbre tu sendero, esa estrella que te dé todo el aliento y la paz que anegue siempre tu esperanza. Yo seré para ti cielo infinito y la tierra firme que te sustente, y daré fiel relieve a tus mañanas, ofreciendo esa quietud tan esperada a sabiendas que tú eres mi razón y que los dos somos parte entera y privilegio del amor sereno y llano. Yo seré lucero eterno y daré siempre sentido a tu alma, que se cierne sobre el manto de un finito firmamento que nos cubre y nos mantiene tan unidos.