Las madres deben conocer el poder de la palabra,
con el fin de desarrollar en sus hijos las virtudes
y las cualidades que desean para ellos.
Incluso si un niño no está en edad de comprender lo que se le dice,
la madre puede hablarle;
porque para empezar a hablar a un niño,
no hace falta que comprenda, puede incluso estar dormido.
Entonces, que le coja en sus brazos y que le hable dulcemente,
con mucho amor con mucha convicción,
que le describa en lo que ella desea que se convierta más adelante...
El bebé no se mueve,
no ha oído ni comprendido nada, pero la palabra es una fuerza activa.
En el subconsciente de ese niño,
hay entidades que lo han escuchado y registrado todo,
y ya se ponen a trabajar: en su cerebro, en su corazón,
en todas las células y los órganos de su cuerpo,
desencadenan los procesos,
acumulan los elementos que permitirán más tarde al niño manifestar los dones
y las cualidades que su madre deseaba para él.
Argomento precedente
Primo 
