LA MANZANA
Ahí estaba como una momia petrificada, como la estatua de una plaza, como el poste del alumbrado de la esquina… Quieto para no levantar ninguna sospecha, para no incomodar su descanso, para no hacer ruido y de vez en cuando giraba mi cuerpo despacio mientras escuchaba las señales de su sueño profundo en el sonido de su respiración.
¿Por qué no le decía la verdad? Si le prometí lealtad, si elevo en mis palabras la bandera de los principios, si ella me habla siempre con la sinceridad de su alma, si tal vez se da cuenta de mis interminables noches de insomnio e intenta comprender la apretada agenda de mis obligaciones y las carpetas de los pendientes que se quedan apiladas una a una sobre el escritorio.
Era una relación terminada en la vida real y una obra de teatro donde cumplía en mi actuación de la mejor manera mi papel de fiel para no romper su corazón, para no ser señalado por los ojos de la sociedad como uno más del montón, pero la manzana madura y a punto seguía colgada del árbol en la espera de mi mordida porque la serpiente vestida de desvelo hace rato me había lanzado la miel de su lengua.
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