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LA PARÁBOLA DEL LEPROSO
  Jesús marchaba hacia Belén. 
  
El día,  tras los montes lejanos,  entre nubes de sangre se extinguía,  y la misericordia de sus oros  regaba en los oscuros olivares  y entre los gigantescos sicomoros. 
  Y detrás de Jesús la muchedumbre  caminaba doliente y silenciosa,  mientras el sol en la lejana cumbre  deshojaba sus pétalos de rosa... 
  De Belén a las puertas  hallábase un leproso  que, al contemplar la multitud, lloroso  los brazos extendió, como esas ramas  de los árboles viejos  que el tiempo cubre de úlceras y lamas. 
  Entonces Juan, quitándose el abrigo,  piadosamente lo entregó al mendigo;  y Pedro el jefe del rebaño hermano-  exclamó sollozando ¡te bendigo!  y sus sandalias alargó al anciano. 
  Jesús, entonces, se acercó. Y gozoso,  con íntimo fervor, con embeleso,  estrechando en sus brazos al leproso  dejó en sus llagas el clavel de un beso. 
  La multitud se estremeció...  Moría  la tarde en los lejanos horizontes  y con sus besos de piedad cubría  
la frente pensativa de los montes... 
 RICARDO NIETO
 
  
  
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