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   LA GRAN TRISTEZA 
 
 Una inmensa agua gris, inmóvil, muerta,sobre un lúgubre páramo tendida:
 a trechos, de algas lívidas cubierta,
 ni un árbol, ni una flor, todo sin vida,
 todo sin alma en la extensión desierta.
 
 Un punto blanco sobre el agua muda,
 sobre aquella agua de esplendor desnuda
 se ve brillar en el confín lejano:
 es una garza inconsolable, viuda,
 que emerge como un lirio del pantano.
 
 ¿Entre aquella agua, y en lo más distante,
 esa ave taciturna en qué medita?
 No ha sacudido el ala un solo instante,
 y allí parece un vivo interrogante
 que interroga a la bóveda infinita.
 
 Ave triste, responde: ¿Alguna tarde
 en que rasgabas el azul de enero
 con tu amante feliz, haciendo alarde
 de tu blancura, el cazador cobarde
 hirió de muerte al dulce compañero?
 
 ¿O fue que al pie del saucedal frondoso,
 donde con él soñabas y dormías,
 al recio empuje de huracán furioso
 rodó en las sombras el alado esposo
 sobre las secas hojarascas frías?
 
 ¿O fue que huyó el ingrato, abandonando
 nido y amor, por otras compañeras,
 y tú, cansada de buscarlo, amando
 como siempre, lo esperas sollozando,
 o perdida la fe... ya no lo esperas?
 
 Dime ¿bajo la nada de los cielos,
 alguna noche la tormenta impía
 cayó sobre el juncal, y entre los velos
 de la niebla, sin vida tus polluelos
 flotaron sobre el agua... al otro día?
 
 ¿Por qué ocultas ahora la cabeza
 en el rincón del ala entumecida?
 ¡Oh, cuán solos estamos! Ves, ya empieza
 a anochecer. Qué iguales nuestras vidas...
 Nuestra desolación... Nuestra tristeza.
 
 ¿Por qué callas? La tarde expira, llueve
 y la lluvia tenaz deslustra y moja
 tu acolchonado plumón de raso y nieve,
 ¡huérfano soy...!
 La garza no se mueve...
 y el sol, ha muerto entre su fragua roja.
   
 JULIO FLOREZ 
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