No pocas veces amigas queridas, algunas mujeres hemos sido víctimas del enfado de alguna persona que tenemos cerca, por el hecho de que no podemos parar de hablar. Al parecer la mayoría de las mujeres nacimos con mucha cuerda en la laringe y en el alma un mundo de cosas con chispa que comentar y mucha urgencia por compartirlas, sin darnos cuenta de que padecemos de una enfermedad llamada: “Verborrea”.

Tenemos mucho don de conversación, aunque algunas veces no nos demos cuenta de que por tanto hablar, no estamos comunicando bien las ideas, sino por el contrario, las atropellamos, mezclamos un tema con otro, contamos con lujo de detalles un solo evento y lo volvemos a comentar con diferente versión, y por si esto fuera poco, hacemos preguntas en nuestro diálogo, mismas preguntas de las que ni siquiera esperamos respuestas de nuestros interlocutores porque antes de que ellos respondan, nosotras ya cambiamos el tema y seguimos hablando, entonces los dejamos con la palabra en la boca, no los dejamos ni hablar, nos apropiamos de la conversación… ¡Esto es de muy mal gusto, una falta de respeto grave y una santa grosería!

Alguien me dijo alguna vez: “¡Qué curioso!… ¿Te has dado cuenta de que eres tú la que habla y soy yo el que pago?“… (¡ups, es verdad! –respondí avergonzada-), obviamente refiriéndose al servicio telefónico de larga distancia internacional. Cuánta razón encontré en esa frase que me dolió en el alma, pero en honor a la verdad, hube de reconocer que no tenía yo por qué apropiarme de tan finas atenciones recibidas, ni de su tiempo, ni de abusar de sus presupuestos invertidos en hacerme el favor de llamar desde tan lejos, sólo para escucharme.

Este ejemplo sencillo, nos muestra una clara imagen de hasta dónde podemos llegar (como mujeres), a aprovecharnos de las situaciones que en vez de cuidar en nuestras relaciones con los demás, se convierten en detonantes o factores de riesgo, que no todo el mundo está dispuesto a enfrentar o soportar y mucho menos a repetir constantemente.

Algunas mujeres que no corren con tan buena suerte, ni reciben tanta comprensión ni bellísimos gestos y atenciones, hasta tienen que tragarse la impotencia cuando algunas personas les gritan: “ya cállate por favor”, “ya bájale ¿no?”,  “ya estuvo suave, ¿te vas a callar ya?”, “¿ya terminaste de hablar?”, “¿terminarás algún día con tu rollo?”… o en el último de los casos: “Mujer; ¿Por qué no te callas de una vez por todas?” si es que te va bien, porque en lo peor, hasta se dan la vuelta y te dejan hablando sola… ¡Qué feo! ¿verdad amigas?

Creo que como en todo, siempre hay alguna excepción en las reglas por allí de que no sólo las mujeres solemos hablar mucho. ¿Alguien de ustedes reconoce o recuerda por virtud esta frase tan conocida?: “¡Ya cállate… cállate… cállate que me desesperas!”, bueno es que no le tienen paciencia (jajaja), pero es que nadie tiene obligación mis bellas, de aturdirse con nuestro exceso de palabrería que hasta nos hemos ganado el tristemente célebre galardón a la excelencia de: “Mujeres matracas”. ¿Saben lo que es una mujer matraca?, bueno, pues si no lo saben, entonces vamos a comentarlo, ¿les parece amigas?