Ayer, 12 de Julio de 2006, abandonó este Mundo el cuerpo de Syd Barrett. Su mente y su alma ya hacía muchos años que lo habían abandonado.
Syd Barrett fue una de esas estrellas supergigantes, una de esas mentes tan ricas que no pueden evitar vivir demasiado rápido, agotando rápidamente su potencial hasta estallar en una explosión de proporciones cósmicas, que las convierte en supernovas y que contribuye a diseminar su semilla por el Universo, donde perdurará durante milenios.
Syd fue la mente que ideó y nutrió a Pink Floyd durante sus primeros años de existencia. De su pluma salieron las canciones míticas que originaron un nuevo movimiento en la historia del Rock, imitadas pero jamás igualadas por cientos de grupos. Su voz y su guitarra llenaban los primeros álbumes del grupo con fuerza omnipresente. Su fugaz paso por el grupo, sin embargo, sólo duro tres años (de 1965 a 1968), hasta que sus excesos con el LSD le convirtieron en un cuerpo sin mente, incapaz de mantener la atención durante los 90 minutos de un concierto. El resto de los componentes del grupo no tuvieron más remedio que prescindir de él y contratar a otro guitarrista genial, David Gilmour.
Syd continuó con sus excesos, rayando entre la esquizofrenia y la catatonia, engordó desmesuradamente, se rapó pelo y cejas, enfermó de diabetes y se encerró en su casa, donde su hermana se convirtió en el único vínculo que lo mantuvo a duras penas unido con la realidad durante décadas.
El Grupo no le olvidó. Dos de las mejores canciones de todos los tiempos están dedicadas a él. Se cuenta que, durante la grabación de Wish You Were Here, en los míticos estudios de Abbey Road, el grupo vió a través del cristal aislante como un loco calvo y con sobrepeso se tumbaba a dormir sobre uno de los sofás de la sala de espera. Cuando salieron, tras grabar la que para muchos es la mejor canción de la historia de la música, se encontraron a un irreconocible Syd Barrett, al que no habían visto durante años. Nadie le había llamado, y no tenía ni idea de que los Pink Floyd estuvieran grabando allí en ese momento. Simplemente, había sentido una llamada interior que le impulsó a ir hasta allí. Sea cierta o no la anécdota, no cabe duda de que se non è vero, è ben trovato.
La otra canción dedicada a él es mucho más transparente (todo lo transparente que puede ser la letra de los maestros de la psicodelia), y hasta su extraño título es un acróstico de su nombre: SYD: Shine On You Crazy Diamond (es curioso como otra canción cuyo título es un acróstico también incluye la palabra Diamond, me refiero a Lucy in the Sky with Diamonds, por supuesto; imagino que los diamantes deben aparecer con frecuencia en los viajes de LSD). La extraña letra de esta canción no es otra cosa que la historia de la vida de Syd Barrett. De aquella vida que se acabó en 1968, dejando un residuo apagado de la que fue una de las más brillantes supernovas de todos los tiempos, apenas unas ascuas, una estrella de neutrones que dejó de girar ayer, en 2006. Aunque las semillas de sus preciosos elementos, esparcidas generosamente por el espacio, formarán parte de nuestros cuerpos y nuestras almas durante mucho tiempo.
Syd Barrett fue una de esas estrellas supergigantes, una de esas mentes tan ricas que no pueden evitar vivir demasiado rápido, agotando rápidamente su potencial hasta estallar en una explosión de proporciones cósmicas, que las convierte en supernovas y que contribuye a diseminar su semilla por el Universo, donde perdurará durante milenios.
Syd fue la mente que ideó y nutrió a Pink Floyd durante sus primeros años de existencia. De su pluma salieron las canciones míticas que originaron un nuevo movimiento en la historia del Rock, imitadas pero jamás igualadas por cientos de grupos. Su voz y su guitarra llenaban los primeros álbumes del grupo con fuerza omnipresente. Su fugaz paso por el grupo, sin embargo, sólo duro tres años (de 1965 a 1968), hasta que sus excesos con el LSD le convirtieron en un cuerpo sin mente, incapaz de mantener la atención durante los 90 minutos de un concierto. El resto de los componentes del grupo no tuvieron más remedio que prescindir de él y contratar a otro guitarrista genial, David Gilmour.
Syd continuó con sus excesos, rayando entre la esquizofrenia y la catatonia, engordó desmesuradamente, se rapó pelo y cejas, enfermó de diabetes y se encerró en su casa, donde su hermana se convirtió en el único vínculo que lo mantuvo a duras penas unido con la realidad durante décadas.
El Grupo no le olvidó. Dos de las mejores canciones de todos los tiempos están dedicadas a él. Se cuenta que, durante la grabación de Wish You Were Here, en los míticos estudios de Abbey Road, el grupo vió a través del cristal aislante como un loco calvo y con sobrepeso se tumbaba a dormir sobre uno de los sofás de la sala de espera. Cuando salieron, tras grabar la que para muchos es la mejor canción de la historia de la música, se encontraron a un irreconocible Syd Barrett, al que no habían visto durante años. Nadie le había llamado, y no tenía ni idea de que los Pink Floyd estuvieran grabando allí en ese momento. Simplemente, había sentido una llamada interior que le impulsó a ir hasta allí. Sea cierta o no la anécdota, no cabe duda de que se non è vero, è ben trovato.
La otra canción dedicada a él es mucho más transparente (todo lo transparente que puede ser la letra de los maestros de la psicodelia), y hasta su extraño título es un acróstico de su nombre: SYD: Shine On You Crazy Diamond (es curioso como otra canción cuyo título es un acróstico también incluye la palabra Diamond, me refiero a Lucy in the Sky with Diamonds, por supuesto; imagino que los diamantes deben aparecer con frecuencia en los viajes de LSD). La extraña letra de esta canción no es otra cosa que la historia de la vida de Syd Barrett. De aquella vida que se acabó en 1968, dejando un residuo apagado de la que fue una de las más brillantes supernovas de todos los tiempos, apenas unas ascuas, una estrella de neutrones que dejó de girar ayer, en 2006. Aunque las semillas de sus preciosos elementos, esparcidas generosamente por el espacio, formarán parte de nuestros cuerpos y nuestras almas durante mucho tiempo.



