Hay ciertas personas (hombres y mujeres) que constantemente buscan un tercer
integrante en sus relaciones de pareja. Las llamo “infieles
seriales”.
Para este tipo de gente, la fidelidad es un mito
o una palabra sin significado alguno. Hay quienes mantienen una pareja al margen
de la “oficial” durante largo tiempo y, si se desintegra por alguna razón,
tienden sus redes para volver a tener otra relación en segundo plano. Otra gente
prefiere “affairs” fugaces. En ninguno de los dos casos descuidan el
vínculo estable y, aunque juren y perjuren lo contrario, ni se les pasa por la
cabeza separarse realmente.
Las infidelidades reiteradas no implican, necesariamente, que haya un quiebre
en la pareja o que uno de los dos esté buscando un pretexto para poner fin a la
relación e irse. Tampoco que haya problemas en la comunicación o de otra índole.
Muchos “infieles seriales” encuentran cierta estabilidad interna o
bienestar dedicándose a dos amores diferentes, sienten que les falta algo si
están con una sola persona o disfrutan del peligro y de la dualidad. A veces no
son conscientes del daño que están causando a los demás integrantes del
triángulo amoroso. Así es su personalidad y su esencia.
Personalmente, no creo que una persona con un historial de infidelidades en
su haber vaya a cambiar. ¿Por qué habría de hacerlo? Pensar que porque uno mismo
se considera demasiado especial va a lograr que esa persona cambie es,
simplemente, una pérdida de tiempo y de energía. Es una lucha contra molinos de
viento y, si nos enfrascamos en algo así, indicaría que tenemos un conflicto
intrapersonal sin resolver. De estar bien parados en nuestros dos pies, no
aceptaríamos entrar en semejante juego.
¿Qué hacer con un “infiel serial”? Como decía un profesor mío de la
universidad: “tómalo o déjalo”. O lo aceptas como es y vives en
paz con esta decisión o buscas el momento oportuno para tomar distancia de una
persona así y te decides a jugar, de ahora en más, solo en primera.