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Dr. Andrés Fractman (APdeBA)
• Dr. Carlos E. Trosman (APdeBA)
En respuesta a la convocatoria de este Congreso, este trabajo tiene como
objetivo explorar las peculiaridades de la subjetividad de los analistas adultos
mayores. Consideraremos las expectativas que les genera la práctica analítica en
general y en particular su relación con pacientes de parecida franja etaria. A
los psicoanalistas ya crecidos se les presenta un panorama de amplitud y
complejidad que, en recorridos inéditos, los puede conducir a gratificantes
sorpresas o inesperados fracasos.
• El adulto mayor en la sociedad actual
Los importantes avances logrados en la medicina actual al prolongar la vida,
convierten en un hecho habitual, aquello que parecía una excepción. Sin duda,
esto genera cambios de perspectiva en la visión de y hacia el sujeto mayor. Lo
tradicional de nuestras culturas, en la línea del mejor buen trato, era reservar
a los viejos un espacio privilegiado por la sapiencia y la experiencia, lugar
incluso investido de poder. Así y todo, por venerables que fuesen no dejaban de
ser “los ancianos”. Esta jerarquízación de su conocimiento, excluye en ellos la
visión de un cuerpo erógeno. La cultura actual que sobrevalora la belleza y el
atractivo las imágenes juveniles, algo que restringe la valoración de la edad
mayor. Los empuja a recurrir a medios artificiales para conseguir un “no
envejecer” ficticio, que mantenga un reconocimiento hacia ellos, merecido de
pleno derecho. Se excluye entonces a quienes no participan de esta mascarada,
que a su vez opaca la aureola de las emociones propias de la edad madura.
La desinserción de los mayores de su familia es considerada como algo
natural. Esto ocurre cuando ellos pasan a ser atendidos por terceros o
conducidos a hogares geriátricos, en general debido a la imposibilidad, cuando
no al rechazo, a ser cuidados por sus allegados. Esto produce, salvo
excepciones, un conjunto de soledad, malos tratos y abandonos.Al aislamiento se
suma una medicalización que silencia estas prácticas segregacionistas y
coercitivas. Se les rotula como “los abuelos”, eufemismo en los hogares
geriátricos para los viejos molestos. Una gerontofobia así inducida, ha
convertido la vejez, en un fantasma. Todo esto a pesar de existir otras
expectativas optimistas. En las dos últimas décadas con un descomunal aumento,
casi se ha duplicado la población de adultos mayores de 60 años. La observación
estadística (OPS) comprueba, que se han incrementado notablemente los años de la
vejez, pero no siempre la calidad de vida física y psíquica. Hay que tener en
cuenta que ambas están ligadas a determinantes previos. La misma investigación
nos informa que en la población general, los individuos pertenecientes a
estratos socioeconómicos inferiores, por causa de sus precarias condiciones de
vida, tendrán una expectativa de vida y de salud mucho más restringida que los
pertenecientes a niveles superiores En lo social, al habitual estrechamiento de
los marcos de pertenencia, se suman distintas pérdidas propias de este momento
vital que en conjunto determinan cada singularidad en lo subjetivo. También
tendrán efecto la renovación o acumulación de patologías previas, sean éstas
neuróticas o psicóticas y las circunstancias traumáticas, los megaduelos o las
frustraciones privadas. La particular manera de haber transitado la vida hasta
ese momento, hará cumplir el axioma gerontológico: “Se envejece como se ha
vivido”
No necesariamente todo es menoscabo. Si consideramos la edad adulta como una
meseta con declives de ingreso y egreso, la mirada analítica contribuye a
descubrir en este descenso un paralelo de la edad mayor con la adolescencia;
puede tomar de ella algo muy vital, dependiente de Eros. Esto impulsaría al
mayor a desarrollar proyectos, tener deseos, imprimir pasión y aventura en sus
acciones. El Superyó propio y sus representantes exteriores pueden entonces ser
enfrentados para atreverse a aquello para lo que no le dieron permiso: ratificar
su identidad y sus derechos, desplegando nuevas acciones específicas y
sublimaciones. El viejo podrá encontrar otros modos de realización y de
autoestima, en vez de aplicar su cuota de poder en sostener una gerontocracia
temerosa y censora. Una elaboración terapéutica podrá evitar en todo adulto
mayor, que lo que fue en la adolescencia la “edad del pavo”, en la mayoría de
edad devenga en su equivalente: el patético “pendeviejo” y en el caso del
analista, en un terapeuta “seductor”, omnipotente y omnisciente.
• El analista mayor y los pacientes adultos mayores
El psicoanalista adulto mayor en la primera década del siglo XXI, llega a
ella tras atravesar casi medio siglo, pleno de innovaciones en las teorías y por
ende en las prácticas, que se suman a grandes cambios en su perfil profesional
determinado por nuevas pautas socioeconómicas. Los decursos vitales junto a una
distinta estratificación generacional proveerán pacientes adultos mayores con
inquietudes y aspiraciones alejadas del perfil del sesentón o setentón en el que
nosotros mismos crecimos. En principio, nadie los trae, vienen por interés y
decisión propia; muchos han tenido alguna experiencia analítica La prolongación
de la vida les impone compromisos: si los progenitores a pesar de su propia
vejez sobreviven, podrán ser, algo así como padres de sus padres, sin dejar de
ser responsables de hijos adolescentes tardíos, de treinta y más años, que
todavía están atisbando que harán con su vida. Cada vez más pacientes mayores
acudirán a nosotros para lograr alivio a sus sufrimientos. La atención clínica
estará orientada hacia un espectro de personas cada vez más heterogéneo y
contrastante en sus singularidades de edad, patología, decurso vital y condición
socioeconómica. La vida personal del analista participa de similares pautas. El
/ la psicoanalista serán testigo de sus propios cambios y de su propia
dificultad para elaborarlos. Se notarán diferentes a “como eran antes”. Un día
cualquiera, un alma bella los sorprende al cederle un asiento en el autobús.
Saben de sus olvidos, de su cansancio, de su temor a fallar en sus apreciaciones
y de su creciente preocupación por si mismos, aunque también de su aspiración
constante a continuar analizando. Si suponemos que el inconsciente (o sea el
deseo) no envejece y si analizar es relacionarse con el niño que el analizando
lleva consigo, estos analistas mantienen su capacidad de curar. Cuando no los
invade la irritabilidad del “viejo cascarrabias”, pueden ser más atentos,
tolerantes, casi más afectuosos. Frente al niño interior del analizado además de
vivirlo como un hijo conflictivo, pueda sentirlo como uno de esos nietos que su
propio devenir vital le ha concedido. También se han vuelto más prudentes, menos
fundamentalistas respecto a sus teorías. A pesar de ser analistas, como humanos,
podemos llegar a engañarnos y suponer que estos cambios no nos implicarán.
Recurriremos, de modo infantil, al mito de las identificaciones heroicas, para
confirmar que ciertas situaciones no nos pueden suceder. Por la admiración que
merece, por ser el inventor, podemos convocar a Freud como fetiche. En él, como
anciano, encontraremos a un perseguido, emigrado y gravemente enfermo que
continuó su tarea y amplió su obra.
A él y a los continuadores brillantes de distintas generaciones posteriores,
podemos concederles el destino excepcional de los pioneros. Pero, tras ellos,
seguirá una generación con valores pero con menos galones. Ellos, los analistas
mayores más actuales, enfrentarán una precariedad de los marcos identificatorios
apropiados para organizar su subjetividad en la coyuntura presente. Estarán en
una situación semejante a cuando en la vida corriente se sufre la muerte de los
padres y se descubren a si mismos que están integrando ya, la avanzada de los
que pueden morir. Idea ésta, dolorosa y angustiante, que puede paralizar o por
el contrario impulsar a cubrir los roles vacantes. Los vínculos con sus pares
contemporáneos urgen ser restaurados y también es necesario reconocer la
plenitud de la generación que los sigue para posibilitar así el reconocimiento
mutuo que dará lugar, a un espacio de intercambio positivo. A través del
fenómeno de los mundos superpuestos, descripto por J. Puget y L. Wender,
cohabitarán junto a sus pacientes adultos mayores los mismos espacios con
parecidas aspiraciones y contradicciones. En sus expectativas el analista mayor,
a partir de su experiencia, reconocerá que oscila entre quienes buscan un
terapeuta idealizado “por su experiencia” y los que pueden denigrarlo, al no
elegirlo “por demasiado viejo”. Esta necesidad de equilibrio pasa a ser una de
las buenas razones para intentar su reanálisis.
• Y después ¿qué?
El psicoanálisis desde sus inicios ha pensado las maneras de funcionar la
mente en relación a la muerte. Lo ha trabajado con interés y seriedad al margen
de las implicancias filosóficas. Es una cuestión fundamental e ineludible en la
actividad terapéutica de cualquier momento de la vida pero se vuelve
impostergable en el trabajo con adultos mayores. Los narcisismos se verán
confrontados con un menoscabo: como seres humanos, están transitando una etapa
obvia e inexorable de la biología. La representación inconsciente de la muerte
es algo controversial; sólo puede certificarse a través de la muerte de los
otros. Al decir de Pontalis, se procurará sostener en cualquier momento de la
vida la noción de “la muerte como algo cierto y al mismo tiempo poco probable”.
El proceso de pensamiento promueve mediante la elaboración, una conjetura
afirmativa, diferente de las posibles negaciones de la clínica. Esta idea queda
en el dominio del Yo, en tanto éste es anticipación y lo enriquece en su
relación con la realidad. Si nos remitimos a ese paralelismo con la
adolescencia, veremos que en ella la finitud se perfila como el reconocimiento
de la muerte de los padres y la construcción de la fantasmática en torno a la
propia, heredera a su vez, de las angustias de desintegración del niño. A ello
se sumará el duelo por la pérdida del cuerpo infantil, con su carga de amor
narcisista, aún vigente en la fantasía.
En cambio, ese duelo por el cuerpo, su más exclusiva propiedad, en el adulto
mayor y el viejo será terminante: conlleva su pérdida inevitable como existente
del mundo exterior. Ese, su espacio dentro de la realidad, más todas las
vivencias afectivas de sus vínculos, sólo podrá ser alojado entonces en el
futuro en la memoria de los otros. Si esta cosmovisión resulta compartida por el
analista mayor, a él le cabe acompañar (y acompañarse) en aquello que los
analizandos aportan como su percepción de ese tránsito y su consiguiente
angustia “en bruto”. Al ponerlo en palabras, promoveremos vivenciarlo, al
escucharlos y repensar nuestra realidad podremos, seguro, también aprender de
ellos, para que junto a envejecer con humildad y dignidad, nuestra prioridad
siga siendo: “que la muerte nos encuentre vivos”.
• BIBLIOGRAFIA.
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. 1914. Introducción al narcisismo.
. 1915. Lo inconciente.
. 1915. Sobre la guerra y la muerte
. 1923. El Yo y el Ello
Fractman, Andrés. La encrucijada de la edad madura. Una mirada
psicoanalítica. VI Congreso Argentino de Psicoanálisis. Mendoza. 2006 Jacques,
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Psicoanálisis. T.23, No. 4, 1966.
Mannoni, Maud. Lo nombrado y lo innombrable. Nueva Visión. Buenos Aires.
1992.
OPS - Organización Panamericana de la Salud. Informe de la 139ª. Sesión del
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Pontalis, Jean B. Al margen de los días. Topia. Buenos Aires. 2007.
Puget, Janine y Wender, Leonardo. (1982) Paciente y analista en mundos
superpuestos Psicoanálisis. T.16, Nº 3. 1984.
(1984) El último análisis de un analista. XV Congreso FEPAL. Buenos Aires.
T.3, pág. 231. Salvarezza, Leopoldo. Psicogeriatría. Teoría y Clínica. Paidós.
Buenos Aires. 1994.
• Descriptores: Envejecimiento – Elaboración – Subjetividad
• RESUMEN
• El paso del tiempo. ¿Envejecen los analistas?
Dr. Andrés Fractman (APdeBA) - Dr. Carlos E. Trosman (APdeBA)
Este trabajo tiene como objetivo explorar las peculiaridades de la
subjetividad de los analistas adultos mayores. Considera las expectativas que
les genera la práctica analítica en general y en particular su relación con
pacientes de su misma franja etaria. Se desarrolla el análisis del rol del
adulto mayor en la sociedad actual y sus modos de realización. Se puntualizan
las dificultades que tiene un analista adulto mayor para encarar su trabajo, en
particular su labor con los pacientes de esa misma etapa vital. Revisa los
aportes del psicoanálisis sobre el funcionamiento mental en relación a la vejez,
la muerte y los duelos inevitables en el tránsito por esta etapa obvia e
inexorable de la biología.
XXVII CONGRESO FEPAL – “Persona y Presencia del Analista” Santiago, Chile.
Septiembre 25-27, 2008 . Eje: Clínico. Temática - Crisis vitales del analista y
repercusión en su clínica
XXVII CONGRESO FEPAL
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