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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: OSCARJ  (Mensaje original) Enviado: 04/10/2014 13:34



POEMA NEGRO 

 





Cuando moría, me enlazó en su brazo 
cual un reptil de palpitante raso; 
y con voz afiebrada y lastimera, 
me dijo que cual última terneza, 
y en recuerdo de toda su belleza, 
me dejaba su blanca calavera... 
 
 
Que robara a la hambrienta sepultura, 
ese último jirón de su hermosura, 
que una lívida amante me sería, 
y en mis horas, alegres o de duelo, 
su alma, descendiendo desde el cielo, 
al través de sus cuencas me vería... 
 
 
Pasa el tiempo...
 
 
El ave silenciosa 
del recuerdo voló sobre su fosa, 
llamándome a cumplir aquel pedido, 
que cual lúgubre flor de sus amores, 
me dejó en los postreros estertores, 
temerosa a los lutos del olvido. 
 
 
Y era una noche...
 
 
Oscuridad y viento; 
la lluvia desgarrando el firmamento; 
batida en sus ramajes la espesura; 
los jardines tronchados y barridos; 
y del mar, el estruendo y los rugidos, 
resonando a lo lejos con pavura... 
 
 
Ardiente el corazón, los miembros yertos, 
escalé la muralla de los muertos; 
y pensando en la súplica postrera 
de esa lívida novia del Misterio, 
me perdí en el profundo cementerio, 
porque iba a robar su calavera. 
Por las calles desiertas y medrosas, 
buscando en los letreros de las fosas, 
llegué hasta su sepulcro solitario. 
 
El viento en los cipreses sollozaba, 
y la lluvia, furiosa, me azotaba, 
cual queriendo arrojarme del osario. 
De una lámpara sorda, bajo el brillo, 
su mármol quebranté con un martillo. 
Cual fatídico abismo, negro y hondo, 
de la tumba la puerta entenebrida 
 
 
abierta contemplé...
 
 
De entre su fondo, 
brotó una bocanada corrompida! 
Y en lo profundo de la negra caja, 
entre blancos jirones de mortaja, 
la miré desleída y pestilente: 
sepultadas sus formas y sus manos, 
entre olas hirvientes de gusanos 
que tragaban su carne lentamente. 
 
 
En sus sienes, mechones de cabellos, 
sus ojos ¡ay! como ninguno bellos, 
convertidos en cuencas pavorosas; 
en su boca, que fue roja granada, 
una muda y horrible carcajada, 
y su pecho en piltrafas asquerosas... 
De su belleza, que radió cual astro, 
no había allí tan siquiera un rastro. 
Era un informe y corrompido andrajo. 
 
La miré contristado, mudo, inerte: 
medité en los festines de la Muerte, 
y me hundí en el sepulcro abierto a tajo. 
Temblorosas, tendérnosle mis manos 
al inmenso hervidero de gusanos. 
Busqué de la garganta las junturas: 
nervioso retorcí... Hubo traquidos 
de huesos arrancados y partidos... 
 
hasta que hollando vil las sepulturas. 
Huí miedoso entre las sombras crueles, 
creyendo que los muertos en tropeles, 
levantaban su forma descarnada 
corriendo a rescatar su calavera, 
esa yerta y silente compañera 
de la lóbrega noche de la Nada... 
 
Eso pasó... fue ayer...
 
 
Hoy, en mi mesa, 
cual escombro final de su belleza, 
helada, muda, lívida e inerte, 
sobre mis libros en montón, reposa, 
cual una gigantesca y blanca rosa, 
_que ostentase la risa de la Muerte._ 
 
Sus grandes cuencas, como dos cavernas, 
me contemplan inmóviles y eternas. 
Atónito, al mirarlas, me figuro 
que su alma tal vez huya del Cielo, 
para triste, silente y con anhelo, 
mirarme allá, desde su fondo oscuro. 
 
 
Entonces con amor llego hasta ella, 
y cual si fuera, cuando viva y bella, 
por sus huesos, mi mano se desliza: 
siento de ansia el corazón opreso, 
y en el instante en que le doy un beso, 
me encuentro ¡ay! con su macabra risa. 
 
Y allá, de la alta noche, cuando escribo, 
ante su faz sintiéndome cautivo, 
me parece que se abren sus quijadas, 
y que en frases muy tiernas, temblorosas, 
me pide que le diga blandas cosas, 
como en noches amantes y borradas... 
 
Y soñando, la veo transformarse 
en la bella de entonces, y acercarse... 
y sentirme yo suyo... y ella mía... 
Más, al instante mi pupila advierte, 
que no es sino la imagen de la Muerte, 
que me contempla extática y sombría. 
 
Ya llevan mucho tiempo estos amores... 
Es ella quién conoce mis dolores, 
los sueños todos de mi vida entera... 
Ella me da la desnudez que viste, 
y yo el cariño de mi alma triste, 
teniéndola de novia hasta que muera. 
 
Y cuando rompa de la Vida el lazo, 
cual ella a mí, la enlazará mi brazo, 
y antes que en mi redor todo sucumba, 
le diré como frase postrimera: 
 
-Acompáñame, pobre calavera, 
acompáñame, amada, hasta la tumba!... 




 

CLAUDIO DE ALAS 

  
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