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Bajo el Volcán 
  
  
Recuerdo cuando llegamos a vivir cerca del volcán.  En las noches de frío intenso te hacías bolita y tu cabeza descansaba en mis brazos, mientras tus pies se calentaban entre los míos.  Después, próximos a dormir, mi pierna derecha cubría la redondez de tu muslo con olor a fiebre y sabor a canela. 
  
Ayer, dijiste que me apropié de la frazada y que en la madrugada te despertó el frío.  Me reclamaste con enojo y en tus ojos creí ver una luz de odio con regusto a quina. 
  
Dejamos de abrazarnos y sombreamos nuestras sábanas de lejanía; cada uno comenzó a abrigarse con su propio cobijo de lana. 
 
  
  
En las noches que siguieron, el frío derramó cristales afilados en las columnas de la casa y en nuestra cama. 
  
No puedes conciliar el sueño, porque tu cuerpo no responde al acomodo; yo me cubro hasta la cabeza y, aunque mis ojos permanecen abiertos, sólo veo una profunda oscuridad –fría como la menta– y escucho el canto desolado del viento: en el espacio que media entre tú y yo, percibo el goteo helado del silencio. 
  
  
Autor: Rubén García García 
  
  
 
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