No me pesan los años
No me pesan los años;
me pesa y me consume
cada beso no dado, no pedido,
las visionarias luces
que permití extinguirse, la aspereza
que tal vez transmití en mis actitudes,
la llama que, encendida en mis adentros,
no supe propagar, y tantas cumbres,
de fácil escalada,
que debí hacer, mas no me lo propuse.
No me pesan los años ya vividos;
vienen, se van: Transcurren.
Me pesa cada instante malgastado,
cada oportunidad que tal vez tuve
de amar, pero no amé, de dar ayuda
a quien cayó de bruces,
de prestar el oído, tolerante,
al que intentó expresar sus inquietudes.
Más que los desaciertos cometidos,
me desordena el alma, y me sacude,
cuanto debí haber hecho, sin hacerlo,
cuanto pude lograr, mas nunca obtuve.
Cada eventualidad dilapidada,
ahora, al mirar atrás, sobre mí irrumpe
como oscura marea,
y me agita fatídica, y me cubre.
De poco me aprovechan los lamentos,
y sin embargo crujen
al fondo de la mente
como mensaje lúgubre.
No me sirve mirar hacia el presente,
que sin cesar renace y se destruye,
ni tampoco a un futuro
cuya esencia es borrosa incertidumbre;
porque el ayer golpea
con sus viejas maderas de ataúdes,
cuanto murió en la sombra.
Se resiste a mostrarnos los estuches
de nuestras joyas de oro,
que murieron también, pero entre luces.
Cuanto pudo haber sido,
pero no llegó a ser, es mi derrumbe.
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