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General: MUERE GABRIEL GARCIA MARQUEZ EL GABO
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Respuesta  Mensaje 1 de 17 en el tema 
De: ADMINISTRADORREDPICHON  (Mensaje original) Enviado: 18/04/2014 02:57
Actualizado: 4/17/2014 10:10 PM | Por E. EDUARDO CASTILLO y FRANK BAJAKAssociated Press-MEXICO

Muere Nobel colombiano Gabriel García Márquez

MEXICO (AP) — Gabriel García Márquez, el mayor exponente del realismo mágico de la literatura que cambió la manera de ver a Latinoamérica y considerado uno de los grandes escritores del mundo, murió el jueves en su casa de la Ciudad de México. Tenía 87 años.



Gabriel Garcia Marquez

En esta foto del 6 de marzo de 2014, el laureado novelista colombiano Gabriel García Márquez saluda a sus admiradores y a reporteros fuera de su casa en el día de su cumpleaños 87 en ciudad de México. García Márquez murió el jueves 17 de abril de 2014 en su casa en la Ciudad de México.(AP Photo/Eduardo Verdugo, File)

Genovevo Quiros, centro, chofer del laureado escritor colombiano Gabriel Garcíia Márquez, llega a la casa del novelista flanqueado por dos guarespaldas en Ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. García Márquez falleció el jueves en su residencia en la capital mexicana. (© AP Photo/Marco Ugarte)

Genovevo Quiros, centro, chofer del laureado escritor colombiano Gabriel Garcíia Márquez, llega a la casa del novelista flanqueado por dos guarespaldas en Ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. García Márquez falleció el jueves en su residencia en la capital mexicana. (AP Photo/Marco Ugarte)

Un vehículo de una empresa funeraria es rodeado por fotógrafos y reporteros cuando llega a la casa del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez en Ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. García Márquez falleció el jueves en su residencia. (© AP Photo/Marco Ugarte)

Un vehículo de una empresa funeraria es rodeado por fotógrafos y reporteros cuando llega a la casa del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez en Ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. García Márquez falleció el jueves en su residencia. (AP Photo/Marco Ugarte)

Gabriel Garcia Marquez

El premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez en una ubicación desconocida en una fotografía sin fecha. Márquez murió el jueves 17 de abril de 2014 en su casa en la Ciudad de México. (Foto AP /Hamilton, archivo)

Gabriel Garcia Marquez

Gabriel García Márquez saluda a admiradores y periodistas fuera de su casa el día de su cumpleaños 87 en una fotografía del 6 de marzo de 2014. Premio Nobel colombiano falleció en Ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. (Foto AP/Eduardo Verdugo)

El vehículo con el cuerpo del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez ingresa a la funeraria J. García López en ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. Garcia Marquez murió el jueves en su casa en la capital mexicana. (© AP Photo/Marco Ugarte)

El vehículo con el cuerpo del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez ingresa a la funeraria J. García López en ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. Garcia Marquez murió el jueves en su casa en la capital mexicana. (AP Photo/Marco Ugarte)

GABRIEL GARCIA MARQUEZ

Gabriel García Márquez escucha una presentación durante la ceremonia inaugural de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, el 24 de noviembre del 2007. García Márquez murió el jueves 17 de abril de 2014 en su casa en la Ciudad de México. (Foto AP/Guillermo Arias, Archivo)

Transeúntes pasan frente a un cartel que dice “Bienvenido al mundo mágico de Macondo” el 4 de enero del 2006 en Aracataca, Colombia. Decidido a sacar provecho de la popularidad de Gabriel García Márquez, el alcalde de Aracataca propuso cambiar el nombre de la ciudad a Aracataca-Macondo, en alusión a la ciudad mítica de “Cien años de soledad”, la obra cumbre de García Márquez, quien nació allí. Pero la iniciativa fue rechazada en un referendo por los residentes del lugar. García Márquez murió el jueves 17 de abril de 2014 en su casa en la Ciudad de México. (© Foto AP/Fernando Vergara, Archivo)

Transeúntes pasan frente a un cartel que dice “Bienvenido al mundo mágico de Macondo” el 4 de enero del 2006 en Aracataca, Colombia. Decidido a sacar provecho de la popularidad de Gabriel García Márquez, el alcalde de Aracataca propuso cambiar el nombre de la ciudad a Aracataca-Macondo, en alusión a la ciudad mítica de “Cien años de soledad”, la obra cumbre de García Márquez, quien nació allí. Pero la iniciativa fue rechazada en un referendo por los residentes del lugar. García Márquez murió el jueves 17 de abril de 2014 en su casa en la Ciudad de México. (Foto AP/Fernando Vergara, Archivo)

Un vehículo de una empresa funeraria rodeado de fotógrafos y periodistas abandona la casa del laureado escritor Gabriel García Márquez en ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. El autor colombiano murió el jueves en la capital mexicana. (© AP Photo/Marco Ugarte)

Un vehículo de una empresa funeraria rodeado de fotógrafos y periodistas abandona la casa del laureado escritor Gabriel García Márquez en ciudad de México, el jueves 17 de abril de 2014. El autor colombiano murió el jueves en la capital mexicana. (AP Photo/Marco Ugarte)

MEXICO (AP) — Gabriel García Márquez, el mayor exponente del realismo mágico de la literatura que cambió la manera de ver a Latinoamérica y considerado uno de los grandes escritores del mundo, murió el jueves en su casa de la Ciudad de México. Tenía 87 años.

Galardonado con los principales premios a las letras, incluido el Nobel de Literatura en 1982, el escritor colombiano falleció por causas aún no divulgadas a poco más de una semana de haber salido de un hospital de la capital mexicana tras ser atendido de una neumonía.

Su muerte sacudió al mundo y de inmediato comenzaron a llover mensajes con lamentos. Desde seguidores y colegas hasta algunos de los principales líderes políticos del planeta se dolieron por el deceso de un autor que avanza hacia convertirse en una leyenda.

El escritor, cuyas novelas y cuentos mostraron a decenas de millones de lectores las pasiones, supersticiones, violencia e inequidades de América Latina, murió un jueves santo, tal y como le ocurrió a Úrsula Iguarán, uno de los personajes centrales de la que es considerada como su obra cumbre, "Cien años de soledad".

"Amaneció muerta el jueves santo", escribió García Márquez. La coincidencia comenzó a ser comentada ampliamente en redes sociales.

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México informó en un comunicado que el Nobel falleció a las dos de la tarde (1900 GMT) en su casa del sur de la capital del país, aunque hasta ahora ninguno de su núcleo familiar más cercano ha informado oficialmente del deceso.

El organismo cultural anunció un homenaje nacional el lunes en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, aunque no dio detalles, por ejemplo si será de cuerpo presente.

Una carroza fúnebre gris entró por la tarde a la residencia del escritor y tras permanecer varios minutos se dirigió escoltada por al menos 20 policías a bordo de tres vehículos y motocicletas hasta una funeraria en el sur de la capital.

"Es una pérdida para la literatura iberoamericana", dijo Mónica Hernández, una admiradora de 28 años que llegó a la casa a colocar un ramo de flores a la puerta del escritor.

Conocido cariñosamente como "Gabo", desde hace más de tres décadas hizo de México su lugar de residencia.

"Mil años de soledad y tristeza por la muerte del más grande colombiano de todos los tiempos! Solidaridad y condolencias a la Gaba y familia", escribió el presidente colombiano Juan Manuel Santos en su cuenta de Twitter poco después de conocerse el fallecimiento.

Por la noche, Santos anunció tres días de duelo nacional por la muerte de su Nobel.

"Para nosotros los colombianos Gabo no inventó el realismo mágico sino que fue el mejor exponente de un país que en sí mismo es realismo mágico. Un país que combina alegría y dolor, poesía y conflicto, en el que las mariposas amarillas cruzan los senderos... un país donde todo es posible, sobre todo la vida", dijo el mandatario colombiano en un mensaje por radio y televisión desde la residencia oficial en la ciudad de Cartagena.

"El mundo ha perdido a uno de los más grandes escritores... uno de mis favoritos desde que era joven", declaró el presidente estadounidense Barack Obama, según un mensaje divulgado por la Casa Blanca.

Enterada por la AP del fallecimiento del autor, en Barranquilla su hermana Ligia García Márquez, estalló en llanto.

"¡No me diga eso! ¡Ay, Dios!" dijo y colgó.

El escritor estuvo hospitalizado del 31 de marzo al 8 de abril en un centro médico de Ciudad de México debido a una neumonía y luego volvió a su casa, donde finalmente falleció.

La última aparición pública del escritor fue el pasado 6 de marzo, el día que cumplió 87 años. Ese día salió a la puerta de su casa vestido en un traje negro con una camisa azul y una flor amarilla en la solapa y escuchó "Las Mañanitas".

Sus obras excéntricas y melancólicas, entre ellas "Crónica de una muerte anunciada", "El amor en los tiempos del cólera" y "El otoño del patriarca" superan en ventas a cualquier otro libro publicado en español, con excepción de la Biblia.

"Cien años de soledad" (1967), la obra sobre Macondo que lo encumbró en la literatura mundial, ha vendido más de 50 millones de ejemplares y se ha traducido a más de 40 idiomas y marcó el comienzo de dos décadas de boom de la literatura latinoamericana. En 2007 la Real Academia Española publicó una edición conmemorativa con un tiraje inicial de 500.000 ejemplares. Antes de esto, el único libro con una edición especial de la RAE era "Don Quijote".

"Él es como el Mandela de la literatura por el impacto que ha tenido en los lectores alrededor del mundo. Su influencia es universal y eso es una cosa muy rara", dijo a la AP Cristóbal Pera, director editorial de Penguin Random House en México y quien ha trabajado con García Márquez por años.

Nacido en el pequeño pueblo colombiano de Aracataca el 6 de marzo de 1927, García Márquez fue el más grande de los 11 hijos de Luisa Santiaga Márquez y Gabriel Eligio García.

Nunca imaginé que iba a tener un desenlace tan inmediato... me ha golpeado mucho", dijo a la AP el escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, quien lo conoció hace 67 años en un café en Bogotá y estuvo en su premiación al Nobel en 1982.

"Debo tener más de 100 cartas de Gabo cuando todavía no era famoso y me contaba sus amores... o estaba sufriendo", recordó.

En 1994 fundó la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, la cual busca contribuir a elevar la narrativa y el periodismo de investigación en la región.

"Nuestro querido Gabriel García Márquez se ha ido físicamente, pero permanecerá vivo entre nosotros a través de sus ideas, sus textos, su memoria en millones de personas que lo amamos en todo el mundo y el legado representado en el trabajo de sus fundaciones y escuelas de periodismo y cine", señaló en una declaración por escrito Jaime Abello Banfi, director general de la Fundación.

Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, dijo en Milenio Televisión que había hablado con Mercedes Barcha, la esposa del escritor, para ofrecerle la colaboración de las autoridades mexicanas.

Dijo que en su momento se anunciará un homenaje al escritor, uno "de acuerdo al tamaño del personaje".

Considerado ampliamente como el escritor en español más popular desde Miguel de Cervantes en el siglo XVII, García Márquez logró tal celebridad en el mundo de las letras que fue comparado con otros grandes como Mark Twain y Charles Dickens.

El ex presidente colombiano Andrés Pastrana (1998-2002) se sumó a los lamentos.

"Hemos perdido no solamente a nuestro Nobel de literatura sino al mejor embajador que teníamos los colombianos en el mundo, es una pérdida para la literatura pero adicionalmente es una perdida para Colombia", dijo Pastrana a la AP. "Vamos a extrañar y nos va a hacer mucha falta Gabo".

A nombre de México, "expreso mi pesar por el fallecimiento de uno de los más grandes escritores de nuestros tiempos: Gabriel García Márquez", escribió por su parte el presidente mexicano Enrique Peña Nieto.

Copyright © 2014 Associated Press. Todos los derechos reservados.



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Respuesta  Mensaje 3 de 17 en el tema 
De: ADMINISTRADORREDPICHON Enviado: 18/04/2014 03:33
Cien años de Soledad en 30 frases

Sin lugar a dudas, la obra más popular de Gabo. Fue publicada en 1967 y habla del origen, evolución y ruina de Macondo

contada desde la historia familiar de los Buendía a través de seis generaciones.

 
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    Respuesta  Mensaje 4 de 17 en el tema 
    De: ADMINISTRADORREDPICHON Enviado: 19/04/2014 06:23

    CARTA DE DESPEDIDA
    "Gabriel Garcia Marquez"

    Cuerpo: “Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
    Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.
    Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen. Escucharía cuando los demás hablan y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate!
    Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma.
    Dios mío si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que le ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos…
    Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida… No dejaría pasar un sólo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer u hombre que son mis favoritos y viviría enamorado del amor.
    A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse! A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres… He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.
    He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse. Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.
    Siempre di lo que sientes y haz lo que piensas. Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma. Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un0 beso y te llamaría de nuevo para darte más. Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente. Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría “te quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.
    Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.
    El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo. Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles “lo siento”, “perdóname”, “por favor”, “gracias” y todas las palabras de amor que conoces.
    Nadie te recordará por tus pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos. Demuestra a tus amigos cuanto te importan”.


    Respuesta  Mensaje 5 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 19/04/2014 09:23

    El Nobel de Aracataca

    por VIRGINIA HERNÁNDEZ

    Macondo es el inicio de todo. El pueblo imaginario fundado por José Arcadio Buendía supuso el comienzo del éxito literario de su autor y el libro de cabecera de varias generaciones. Gabriel García Márquez (1927) quiso «dar salida» a todas las experiencias de su infancia y fabuló una novela para la Historia. Macondo-Aracataca es el inicio pero también es el final. El recuerdo más digno para este genio de las letras hispanoamericanas, 30 años después de su Premio Nobel y cuando su memoria sufre los estragos de la enfermedad. ¿Es 'Cien años de soledad' una alegoría de la Humanidad?, le pregunta su amigo Plinio Apuleyo Mendoza (con el que coincidió en París y que le compraba sus crónicas para 'Elite de Caracas') en una entrevista en EL MUNDO cuando se cumplían 25 años de la publicación de la obra. «No [contestó], quise sólo dejar una constancia poética del mundo de mi infancia, que como sabes transcurrió en una casa grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y una abuela que adivinaba el porvenir, y numerosos parientes de nombres iguales que nunca hicieron mucha distinción entre la felicidad y la demencia».

    Los días del colombiano, hijo de Gabriel Eligio y Luisa Santiaga, vieron la luz en la región de la Magdalena, en el pueblo de Aracataca. Allí se queda, con sólo dos años, al cuidado de sus abuelos cuando sus padres marchan a Barranquilla para abrir una farmacia. El niño, 'Gabito', se mira en su abuelo, el coronel Márquez, la primera persona que le marca y el mismo que inspira al hombre que, en el libro, lleva a su hijo a ver hielo como si fuera una atracción de feria («Recuerdo que, siendo muy niño, en Aracataca, mi abuelo me llevó a conocer un dromedario en el circo»). El coronel le entretiene con relatos, le habla de la guerra, de la silenciada matanza de la bananera de 1928, en definitiva, le revela cómo es el mundo. Y, junto a su abuela, le descubre la manera de narrar al modo de los Buendía: «Debía contar la historia como mi abuela me contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su abuelo para conocer el hielo».

    La muerte del coronel y la ceguera de la abuela le llevan a Sucre a los ocho años, donde se habían trasladado sus padres. Poco después, ingresa en un internado en Barranquilla para comenzar su educación más formal, que completa en los Jesuitas de San José. Llega el año de universidad en Bogotá (1947), donde fue a estudiar Derecho por deseo paterno, la vuelta a casa por unos disturbios en la capital, y la marcha a Cartagena para seguir con las leyes. Pero el sueño de su padre, como tantas veces, no coincidía con el propio. Él quería ser escritor y empezó por periodista. Todavía asistía a las clases cuando entra a trabajar en 'El Universal' como reportero y en el periódico publica su primer cuento, 'La tercera resignación'. Continúa en Barranquilla en 'El Heraldo' y publica su novela de estreno, 'La hojarasca' (1955), con buenas críticas pero pocos ingresos. Marcha a París donde malvive y a duras penas paga una buhardilla en el Barrio Latino, pero regresa a Barranquilla, donde contrae matrimonio (1958) con Mercedes, su amor y otro de sus referentes vitales. Un año más tarde, cuando ya viven en Bogotá, nace Rodrigo, su primer hijo. 1959 también es el año de la Revolución Cubana y viaja a La Habana invitado por Fidel Castro, con el que entabla una duradera amistad.

    Se convierte en el corresponsal de la agencia Prensa Latina y con ella viaja a Nueva York. Su estrecha relación con Castro, siempre criticada, le granjea pocas simpatías en EEUU. Se vuelve, a los pocos meses de instalarse, cuando incluso le llegan a amenazar con una pistola al dirigirse en su vehículo a su apartamento de Queens. Su siguiente destino es México y allí publica 'El coronel no tiene quien le escriba' (1961). En el D.F. se relaciona con escritores como Juan Rulfo y Carlos Fuentes, y nace su segundo hijo, Gonzalo (1962). Además, escribe sus primeros guiones, 'El gallo de oro', basado en un cuento de Rulfo.

    Un recorrido en coche le lleva más lejos que el Acapulco que estaba en sus planes. Estaba en el coche con su esposa y le volvió a rondar la idea que ya había intentado muy joven pero que entonces no fue capaz de afrontar. En ese viaje, paró el vehículo, renunció al Caribe mexicano y comenzó a escribir el relato de los suyos. Se terminó llamando 'Cien años de soledad' (1968), aunque en los albores fuera 'La Casa': «Tú sabes ya toda la cantidad de locuras de ese estilo que ella me ha aguantado. Sin Mercedes no habría llegado a escribir el libro. Ella se hizo cargo de la situación. Yo había comprado meses atrás un automóvil. Lo empeñé y le di a ella la plata calculando que nos alcanzaría para vivir unos seis meses. Pero yo duré año y medio escribiendo el libro. Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada. Logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne [...]. Se ocupó de todo sin que yo lo supiera: inclusive de traerme cada cierto tiempo 500 hojas de papel. Nunca faltaron aquellas 500 hojas. Fue ella la que, una vez terminado el libro puso el manuscrito en el correo para enviárselo a la Editorial Sudamericana», explica en la misma entrevista con su amigo Mendoza.

    El éxito de la obra le regala muchos premios y el reconocimiento como escritor. Se traslada con su familia a Barcelona, donde viviría hasta 1975, y donde coincidió con Mario Vargas Llosa, su primero amigo y después enemigo para siempre. Allí escribió 'El otoño del patriarca'. Y de la calle Caponat de la Ciudad Condal a las mexicanas Lomas del Pedregal del D.F. La dictadura chilena de Augusto Pinochet le hace abandonar brevemente la literatura y dedicarse al periodismo político más combativo. En 1980, publica una columna semanal en 'El Espectador' y ultima 'Crónica de una muerte anunciada' (1981). En 1982 le conceden el Nobel y dedica su discurso a América Latina (con frases como «porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida», «tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado» o «América Latina no tiene por qué ser un alfil sin albedrío»).

    Regresa a Colombia y publica 'El amor en los tiempos del cólera' (1985), la historia de amor de sus padres. Su producción literaria se ralentiza pero su perfil ideológico se afianza. Interviene en las negociaciones de su Gobierno con las FARC. Hasta que, en la Feria del Libro de Bogotá de 1996, presenta 'Noticia de un secuestro', en 2002 sus memorias, 'Vivir para contarla', y en 2006 'Memoria de mis putas tristes'. Como personaje inesperado de esta época, el cáncer, un compañero que, como la pérdida de memoria, se resiste a marcharse. «¿De dónde proviene la soledad de los Buendía?», le plantea Mendoza. «Para mí, de su falta de amor. [...] La soledad, para mí, es lo contrario de la solidaridad». Palabra de solitario impenitente.

    FECHAS CLAVE

      6 de marzo de 1927 Nace Gabriel García Márquez en Aracataca (Colombia) 1928 Masacre en la estación ferroviaria de Ciénaga 1929 Sus padres se trasladan a Barranquilla y se queda con sus abuelos maternos 1932 Nace Mercedes, su futura esposa 1942 Se traslada a Barranquilla 1947 Se matricula en Derecho 1956 Vive en París, donde casi no puede pagar el alquiler, e inicia 'El coronel no tiene quien le escriba' 1958 Se casa con Mercedes, su novia desde hacía 13 años 1959 Viaja a La Habana tras la Revolución y hace amistad con Fidel Castro 1961 Corresponsal en Nueva York 1967 Publica 'Cien años de soledad' 1969 Se establece en Barcelona 1971 Doctorado 'honoris causa' por la Universidad de Columbia 1975 Se instala en México 1981 Medalla de la Legión Francesa y acusaciones de colaboración con el M-19. Publica 'Crónica de una muerte anunciada' 1982 Premio Nobel 1985 Publica 'El amor en los tiempos del cólera' 1992 Publica 'Doce cuentos peregrinos' 1996 Saca 'Memoria de un secuestro' 1997 Discurso de Zacatecas: «Jubilemos la ortografía» 1999 Se le diagnostica un cáncer linfático 2002 Publica 'Vivir para contarla' Julio 2012 Salta la noticia de su enfermedad seria por problemas de memoria
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    Respuesta  Mensaje 6 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 19/04/2014 09:28

    Bienvenidos a Macondo

    En Aracataca surgen los fantasmas literarios de Úrsula Iguarán o Remedios la Bella

    La ruta colombiana de García Márquez también se detiene en Barranquilla y Cartagena de Indias

    Dos ciudades a la medida del autor de ‘Cien años de soledad’

     
     

    Una calle de Aracataca (Colombia), el pueblo natal de Gabriel García Márquez. / Fernando Vergara

    La carretera que va desde el mar Caribe hacia Aracataca es una cinta plana con leves ondulaciones. Detrás quedan los manglares de Ciénaga Grande, uno de los lugares más cálidos, con sus pescadores de pargo y róbalo, sus casas sobre pilotes de madera y los palafitos de los pueblos lacustres, donde la vida parece algo que se debe luchar a pleno sol, entre la sal del mar y la rudeza del paisaje.

    La antigua Zona Bananera aparece a los dos lados de la carretera llenando de verde el horizonte, pero el banano ya no es el gran producto de la región, lo que no impide que todo el mundo recuerde la famosa “masacre de las bananeras”, cuando el Ejército de Colombia disparó contra 3.000 huelguistas —allá por 1928— para proteger los intereses de la United Fruit Company, una de las empresas norteamericanas por las cuales al país, en Estados Unidos, le decían despectivamente república bananera. La United Fruit Company cambió de nombre y ahora se llama Chiquita Brands Company.

    Hoy el gran cultivo de la región es la palma africana, de la que se extrae aceite. Es el nuevo producto de exportación, y por eso el paisaje ha cambiado. En lugar de las hojas rectangulares y verdes del banano, se ven los espigados troncos de las palmas y sus hojas verde oscuro abiertas en elipse.

    01 Aracataca

    Más adelante llegamos al desvío que lleva a Aracataca (unos 35.000 habitantes), y luego la carretera se convierte en una amplia avenida de entrada calcinada por el calor, pero con árboles de sombra a los lados. Avanzamos hasta la plaza principal y allí nos detenemos, delante de una vieja casa con techos de zinc. La plaza central de Aracataca tiene almendros y ficus. Los niños juegan al balón y la gente está sentada en las tiendas que la circundan. Es mediodía, la hora de más calor. Del centro de la plaza veo venir a una viejita con una sombrilla y me digo: “Podría ser Úrsula Iguarán”. En la tienda de la esquina empiezo a ver las primeras referencias al mundo de García Márquez, pues un cuadro mural en el que se ve una casa azotada por un furioso vendaval lleva como título Tormenta en Macondo. Luego, un microbús aparece en la esquina de la plaza y se detiene. Varias personas descienden de él con maletines. Sobre la puerta del vehículo está escrito: Línea Nobel. Claro, Aracataca es la ciudad del Nobel. Le pregunto al dueño de la tienda de refrescos si conoce a García Márquez y me dice que no; “él nunca viene por aquí”, agrega.

     

    Javier Belloso

    En la alcaldía conozco a Rafael Darío Jiménez, poeta de Aracataca de origen guajiro, director de la Fundación Casa Museo de Gabriel García Márquez. Con él volvemos a salir al sol homicida del mediodía y caminamos unas pocas cuadras, hasta la avenida de Monseñor Espejo y la esquina con la calle de Nariño.

    Ahí, sobre el costado izquierdo, está la casa.

    Según dice García Márquez en sus memorias, el disparador de su obra literaria fue cuando acompañó a su madre a vender esa casa. La familia ya vivía en Barranquilla, y para el joven Gabriel, que había sido criado en ella por los abuelos, volver a ver esos muros y el techo de zinc y el patio con un gigantesco ficus era como entrar a un territorio neblinoso que solo podía ser recuperado a través de la escritura. Hoy la casa tiene en su fachada una reproducción del momento en que el rey Gustavo de Suecia le otorga a Gabo el Premio Nobel. En la terraza hay también una gigantesca mariposa amarilla en honor de Mauricio Babilonia.

    En el living hay varias mesas con fotografías antiguas de la familia, un par de viejas ediciones de Cien años de soledad y un árbol genealógico. En la habitación de al lado, que debía corresponder al salón-comedor, Rafael tiene expuestos los amarillentos recortes de prensa que ha ido guardando durante años en una maleta. En ellos se ven imágenes de García Márquez y de los escritores de su generación. Al fondo está el patio y una segunda construcción de madera, con los dormitorios, y el célebre ficus, el árbol de sombra por excelencia, acompañado de árboles de castaño. En el patio está también la cabaña donde dormía el servicio, que en la época de Gabo era una familia de indígenas wayuu proveniente de La Guajira. Por cierto que, según Rafael, la inspiradora de Remedios la Bella era la hija menor de esa familia. Por lo demás, la casa está vacía y es necesario poblarla con la imaginación. Intentar, observando esas paredes desnudas, escuchar los ecos antiguos, la algarabía de una familia o de una estirpe que estuvo condenada a cien años de soledad, pero que tuvo, gracias a la literatura, una segunda oportunidad sobre la tierra.

    Al atardecer, el pueblo vuelve a animarse. El calor se ha ido y la gente sale a la calle. Pero a pesar del aire cosmopolita que le dan sus sectores, el barrio Italiano, el barrio Español, el barrio Turco, Aracataca es un pueblo pequeño y algo triste, y bastante empobrecido por la crisis. Esa es la imagen que va quedando atrás cuando regresamos a la carretera. Casas de cemento, niños sin camisa, mujeres prematuramente envejecidas.

     

    Palafitos en la Ciénaga Grande de Santa Marta, en el departamento de Magdalena (Colombia). / AGE Fotostock

    02 Barranquilla

    Tras una hora y media de ruta por la carretera de la Ciénaga Grande, llena del olor de la sal y de peces descompuestos, cruzamos el puente de Laureano Gómez sobre el río Magdalena y entramos a la ciudad de Barranquilla, con más de un millón de habitantes, una de las perlas del Caribe. Pero la primera imagen, al ver la suciedad de las calles y la pobreza, es más la de una llaga, una herida abierta sobre la piel que no se cura.

    García Márquez vivió varias veces en Barranquilla. La primera fue a mediados de la década de los treinta, en el barrio Abajo, que describe así en sus memorias: “Una quinta gótica pintada de alfajores amarillos y rojos, y con dos alminares de guerra”. Ya en esos años, el barrio era “degradado y alegre”, algo que hoy no ha cambiado en lo más mínimo, pues lo que hay es una modesta construcción de un piso frente a un parque rectangular en la calle de Murillo, una arteria infestada de camiones y buses que hacen que el aire se vuelva irrespirable, una imagen muy frecuente en esta Barranquilla de hoy, ciudad de viejo esplendor venida a menos. En la esquina de esa casa está la tienda Tokio, donde Gabo bebía cerveza y donde, según cuentan, le hizo al dueño un cartel que decía: “Hoy no fío. Mañana, sí”.

    Volvió a vivir aquí en 1949, siendo ya un joven literato en ciernes y un experimentado periodista. Consiguió un trabajo de cronista en el diario El Heraldo e inició en estas mismas calles su gran aventura de escritor, que transcurrirá en lugares hoy míticos como la librería Mundo, el bar Japi, el café Roma, la librería Cervantes, el burdel y hotel El Rascacielos y, por supuesto, el edificio del diario El Heraldo, que en esos años estaba en un caserón de la calle Real, rodeado de vendedores que tendían sus mercancías en el suelo, carritos de helados y refrescos, bares y pensiones de mala muerte. Hoy El Heraldo cambió de sede y su imponente edificio, con salas de redacción modernas y aire acondicionado, no recuerda su modesto origen. Según me cuenta el escritor y periodista Heriberto Fiorillo, durante años se guardó la vieja máquina de escribir Underwood, propiedad de Alfonso Fuenmayor, en la que García Márquez escribió La casa, el magma inicial del cual saldrían La hojarasca y Cien años de soledad.

    —Cuando un redactor no encontraba la inspiración de un artículo, lo sentaban en la Underwood que usó Gabo —dice Heriberto—, y funcionaba. Pero hoy ya no está aquí. Se la llevaron al Museo Romántico, junto a algunas cartas de Simón Bolívar y otros recuerdos de la ciudad.

    Paseando por una colorida calle de Cartagena de Indias, en Colombia. / Lucas Abreu

    Desde el edificio del diario veo la Barranquilla de hoy e intento imaginar esa ciudad de esplendor de la década de los cincuenta, enriquecida por la construcción del ferrocarril de Bolívar, el muelle de Puerto Colombia y la navegación fluvial del río Magdalena. Al igual que otras metrópolis de América, Barranquilla fue ciudad de inmigrantes con barrios italiano, español, chino, zonas de influencia sirio-libanesa y judía. Tenía orquesta filarmónica y compañía local de ópera, grandes librerías, revistas culturales, cines, tertulias. Por eso se gestó en ella uno de los movimientos culturales más importantes del Caribe, el llamado Grupo de Barranquilla. La mayoría de los lugares míticos del grupo han desaparecido, como la librería Mundo o el café Colombia, pero la buena noticia es que uno de los más bellos y legendarios, La Cueva, ha resucitado.

    La Cueva está hoy en el mismo lugar de antes: la esquina de la calle de la Victoria con la del Veinte de Julio, en el barrio Boston. Su cartel luminoso, un hombre disparándole con un rifle a un pato, recuerda el que tuvo en los años cincuenta, pues La Cueva era un bar para cazadores e intelectuales, las dos grandes pasiones de su propietario, Eduardo Vilá. Para devolver a la vida este bello lugar fue preciso crear una fundación cultural, pero sobre todo un enorme afecto y la decisión de Heriberto Fiorillo, quien siempre lamentó haber tenido solo cinco años cuando La Cueva mítica estaba en funcionamiento, a mediados de los años cincuenta, y por eso su maravillosa obsesión por hacerla renacer. Fiorillo recuperó el lugar y, con la financiación de empresas amigas de la cultura, pudo reabrir en el año 2006 como bar, restaurante y salón de tertulias.

    Frente al mostrador, en una pared blanca, hay una reproducción panorámica de una foto en blanco y negro que muestra a la mayoría de los integrantes del Grupo de Barranquilla, y allí está García Márquez, un joven muy flaco con un cigarrillo colgando de la boca. A un lado de la entrada hay un cofre cuyo tesoro es una placa de hielo. El hielo que el coronel José Arcadio Buendía habría de recordar, muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento.

    03 Cartagena de Indias

    Cartagena de Indias, en Colombia, donde transcurre la novela 'El amor en los tiempos del cólera'.

    García Márquez llegó a Cartagena en mayo de 1948, procedente de Bogotá, muy entusiasmado por regresar del frío del altiplano a su cultura caribeña y con un puesto de redactor en el recién fundado periódico El Universal, de Clemente Manuel Zabala, quien deseaba darle un vuelco a la prensa tradicional y reforzar la crónica como género periodístico. El joven Gabriel, que ya había publicado crónicas y cuentos en el diario El Espectador de Bogotá, encontró allí un espacio para desarrollar sus calidades estilísticas. También encontró en Cartagena un par de amigos bohemios y literatos que lo acompañarían en las libaciones nocturnas: Gustavo Ibarra Merlano y el escritor Héctor Rojas Herazo, periodistas de El Universal.

    Los espacios de estas correrías cartageneras fueron la ciudad colonial amurallada, donde vivía Gabo, la plaza de Santo Domingo, el parque de Bolívar, el Portal de los Escribanos —del que habla en El amor en los tiempos del cólera—, el muelle de los Pegasos, las antiguas bodegas coloniales del puerto, la bahía de las Ánimas, la playa y la zona más moderna de Bocagrande, lugares de marineros y gente humilde, como nos cuenta él mismo en sus memorias, Vivir para contarla.

    Algo muy distinto, claro, a la Cartagena de hoy, la ciudad más turística del país, con unos 944.000 habitantes, la única que tiene realmente un consolidado turismo internacional, lo que ha llevado a un salvaje incremento en los precios de las viviendas. Las viejas casonas coloniales de la ciudad amurallada, que hace apenas veinte años se caían de decrepitud y eran vendidas al precio del terreno, hoy se negocian a 3.500 euros el metro cuadrado, lo que ha supuesto un cambio en el paisaje humano. Muchos de los antiguos habitantes del sector amurallado se han ido y en su lugar hay extranjeros adinerados, y sobre todo la oligarquía del país, convirtiendo Cartagena en epicentro de la jet-set nacional.

    Plaza de los Coches, en Cartagena de Indias (Colombia). / Jane Sweeney

    En ese hermoso decorado está la casa actual de García Márquez, una esquina privilegiada, al lado del lujoso y colonial hotel Santa Clara y frente a las murallas, las palmeras y el mar. Desde fuera solo se ve un altísimo muro que protege la intimidad de la casa, que fue construida por Rogelio Salmona, el arquitecto más reconocido de Colombia. Hace años me contaron la siguiente anécdota: cuando Salmona buscaba terrenos en Cartagena para construir la casa de Gabo, la noticia se supo y los precios subieron. Así que Salmona debía actuar con mucho tacto. Un día encontró una vieja imprenta que estaba por cerrar y que tenía un terreno apropiado para el proyecto. Salmona fue a hablar con el impresor y dueño de la casa, un anciano ciego, y le preguntó el precio. El viejo, con un cigarro en la boca, le dio una cifra. La petición era razonable, así que Salmona llamó a Gabo y le dijo que viniera a ver el lugar. Regresaron dos días después y, antes de entrar, Salmona le dijo: “No hables, si te reconoce como García Márquez seguro que sube el precio”. Entraron y a Gabo le gustó el lugar. Luego fueron a la oficina del anciano y, al entrar, García Márquez dijo solamente: “Buenos días”. El anciano levantó las cuencas vacías de los ojos y dijo: “Usted es García Márquez”. Salmona y Gabo pusieron cara de tragedia y pensaron que subiría el precio, pero, para su sorpresa, cuando se abordó el tema, el viejo pidió una cifra inferior a la que se había pactado. Salmona le preguntó que por qué cambiaba el precio, y el anciano respondió: “Es que yo a García Márquez lo he pirateado mucho en esta imprenta y es justo retribuirle”. Tiempo después le pregunté a García Márquez por la veracidad de la historia y, riéndose, sin confirmar ni desmentir, me dijo: “Es muy buena, debe de ser cierta porque es muy buena”.

    Buscando huellas de la vida y la obra de García Márquez en Cartagena de Indias me detengo ante un vendedor de periódicos en la plaza del Teatro Heredia, en el casco colonial, y leo una noticia publicada por el diario El Tiempo en su edición del 27 de enero de 2007: “Náufrago pensó en matarse”. Me llevo el ejemplar a un banco de la muralla, viendo la línea de edificios de Bocagrande, y leo la historia del pescador José Reyes Córdoba, de 68 años, que estuvo cinco días en el océano Pacífico, a la deriva, acosado por un tiburón y bebiendo agua de mar, y que fue salvado por un barco pesquero que lo trajo de vuelta a la costa. Al volver a su casa supo que su mujer y sus 17 hijos lo habían dado por muerto y le habían hecho un velorio. ¿Cómo no recordar a Luis Alejandro Velasco, el náufrago que en 1955 cayó al mar y que estuvo a la deriva 10 días, dando el tema a una de las crónicas más grandes de García Márquez, el Relato de un náufrago?

    Hoy, mirando el bravo Caribe en Cartagena, leo las declaraciones del pescador José Reyes Córdoba: “Todo iba bien. A las once ya tenía cinco pescados: cuatro chimbilos y un pez vela. Como venía de regreso, me comí todo el lonche y quedé limpio. A la una de la tarde cayó sobre mí la mala suerte: se me oscureció la costa y para rematar no veía nada porque estoy mal de la vista. Tengo cataratas y terigios. Empecé a remar, pero en vez de ir hacia la costa me desvié más. Eran las dos de la mañana cuando un tiburón se atravesó por debajo”. Emocionado, compruebo al leer este nuevo relato de un náufrago que una vez más la realidad optó por seguir a la gran literatura, pues tanto Hemingway como García Márquez habrían podido firmar debajo de estas palabras.

    Guía

    Visitas e información

    » Casa natal de Gabriel García Márquez.
    » Casa del Telegrafista. A dos manzanas de la casa natal del escritor, en Aracataca. Gratis.
    » Parque Cultural del Caribe, en Barranquilla.
    » El proyecto del Tren Amarillo propone dos rutas que salen de Santa Marta. Un itinerario está centrado en la ruta bananera y otro va hasta Aracataca. Aunque aún no tiene fecha de inauguración, en la actualidad la ruta se puede realizar por carretera con guías.
    » Ucrostravel ofrece alojamiento y excursiones por la zona.
    » Turismo de Colombia.
    » www.cartagenadeindias.travel.
    » www.turismosantamarta.com.
    » www.aracataca-magdalena.gov.co.

    » Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) es autor de la novela Plegarias nocturnas (Mondadori).


    Respuesta  Mensaje 7 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 19/04/2014 09:29

    Gabo está en todos sus cuentos

    Un solo volumen reúne por primera vez toda la narrativa breve del premio Nobel

    El libro es el palimpsesto de todo lo que tiene que ver con Macondo

     

    Gabriel García Márquez le dijo a Luis Harss, el autor de Los nuestros, la biblia del boom, que aborrecía sus primeros cuentos, los que escribió para El Espectador de Bogotá. Entonces era 1965, dos años antes de que apareciera Cien años de soledad, el que sería Nobel se alimentaba de hierbas y otras esperanzas, y escribía como un poseso mientras hacía cine, periodismo y cumplía otros ritos para alimentarse, para alimentar a sus hijos y para llevarle a Mercedes Barcha, su joven esposa, la tranquilidad que no tuvo el coronel de El coronel no tiene quien le escriba.

    Cuando le dijo eso a Harss, García Márquez no hablaba en serio, y de hecho la historia no se lo ha tomado en serio cada vez que dijo que quería dar un escrito a las llamas. Ahora esos cuentos (incluidos en el volumen Ojos de perro azul, sobre todo), y muchos más, aparecen en un solo volumen por primera vez en la historia editorial del prolífico escritor lento de Aracataca. El libro tiene 509 páginas y ha sido publicado, como toda la obra de Gabo, por Mondadori. Está impreso en Barcelona, donde vivió el escritor (en la calle de Caponata), y donde pasan algunas de estas fábulas que despiertan a un muerto, y que por cierto están llenas de muerte, que es el ramaje en el que se desenvuelve, a grandes rasgos, la narrativa de este enorme cuentista.

    Casi 30 años después de haberle dicho a Harss que él quemaría sus primeros cuentos, Gabo vino a Barcelona con un disquito (un disquete), pues ya hacía rato que se había pasado al ordenador. Traía ahí sus últimos escritos, y seguía contando cuentos. Ahí estaban sus Doce cuentos peregrinos, que cierran este volumen con algunas historias que, como el silencio que transmiten, y la sangre con que están escritos, producen escalofríos.

    Ahí se advierte, mucho más que en todos los anteriores, hasta qué punto Gabo se ha servido, en la novela pero también en los cuentos y en la vida, de los artilugios que aprendió en el periodismo. Su cuento El rastro de tu sangre en la nieve, con el que se cierra este libro, es la esencia misma de su voluntad de narrar desde la realidad lo peor de los sueños. Una recién casada se hiere en el dedo donde lleva el anillo, pero sigue en un viaje que arranca en la ignorancia y termina... Bueno, tienen que leerlo, pues releer a García Márquez es leerlo por primera vez. Ese cuento en concreto está lleno de sus exageraciones, de sus mentiras, y de los trucos con los que amparó su periodismo. El profesor y novelista Pedro Sorela ha rastreado en el García Márquez periodista algunos hábitos que le sirvieron al narrador: el ritmo a veces requiere ciertos requiebros, así que alimenta datos inocentes con impares que le vienen bien, y que no destrozan la realidad (en la no ficción), y que la embellecen (en la ficción).

    El escritor leía e imitaba a Kafka y a Joyce en sus inicios, según Harss

    Ese cuento es algo así como la caja negra del libro, donde está el resumen de sus secretos. Dijo en 1991 (cuando fue con su disquito a la casa de Carmen Balcells) que ahora comprendía “por qué los abuelos contaban cuentos”: para oírlos. Y lo que sucede en este cuento es que uno ve el artilugio como si lo contara un abuelo: alguien le diría al pasar que una chica colombiana esposa de un dandi de coches de lujo se había herido en la noche de bodas, y que había hecho el viaje de bodas dejando un rastro de sangre en la nieve. La exageración cobró cuerpo en la mente que concibió Cien años de soledad y el cuento se lee igual que se leían esa novela o los artículos que, para ganar mano, escribió en los ochenta en EL PAÍS.

    El volumen es el palimpsesto de su obra principal, todo lo que tiene que ver con Macondo. En Los funerales de la Mamá Grande, cuentos que fueron escritos en 1962, el narrador dice, en el inquietante La siesta de los martes: “Todo había empezado el lunes de la semana anterior (...). La señora Rebeca, una viuda solitaria que vivía en una casa llena de cachivaches, sintió a través del rumor de la llovizna que alguien trataba de forzar desde afuera la puerta de la calle. Se levantó, buscó a tientas en el ropero un revólver arcaico que nadie había disparado desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía, y fue a la sala sin encender las luces. Orientándose no tanto por el ruido de la cerradura como por un terror desarrollado en ella por 28 años de soledad, localizó en la imaginación no solo el sitio donde estaba la puerta sino la altura exacta de la cerradura”.

    La ambición de los cien años ya estaba descrita. “Macondo interesa no por lo que es, sino por lo que sugiere”, explica Harss después de escucharle hablar a Gabo en México sobre el proyecto que tenía. La crónica de ese proyecto está aquí, en muchos de los cuentos de ese largo capítulo de este volumen total, Los funerales de la Mamá Grande. A mediados de los sesenta, Gabo concedía que se había extralimitado, hasta entonces, con la combinación de sus ancestros literarios, había mezclado a Hemingway con Virginia Woolf y con Kafka, aunque ya se estaba decantando por Faulkner; antes, su amigo Álvaro Mutis le había arrojado Pedro Páramo, de Rulfo, para que se fuera enterando. Pero es cierto que en los cuentos que hubiera quemado (Ojos de perro azul, por ejemplo) esa atmósfera derivada de múltiples mezclas literarias ya hacen adivinar al Gabo que escribió Cien años de soledad. Lean, por ejemplo, La tercera resignación, de 1947: “Estaba pesado y duro aquel ruido. Tan pesado y duro que de haberlo alcanzado y destruido habría tenido la impresión de estar deshojando una flor de plomo”. Estaba dispuesto el joven Gabo, de todos modos, a dejarse provocar por las sensaciones que en literatura parecen la materia sentimental que da gasolina a los dedos. Se lee: “Pero de pronto el miedo le dio una puñalada por la espalda. ¡El miedo! ¡Qué palabra tan honda, tan significativa! Ahora tenía miedo; un miedo físico, verdadero. ¿A qué se debía?”. La vida fue llevándolo por una fábula más rítmica, que tuvo en ese libro, El coronel no tiene quien le escriba, el homenaje que le debía a Hemingway, y en Cien años de soledad el homenaje que le debía a Aracataca.

    En aquel entonces leía e imitaba a Kafka y a Joyce (le dijo a Harss); se pasaba el día “truqueándolos”, con resultados negativos, “malabaristas”. La perfección (él es consciente de que la perfección era su objetivo) vino del ritmo, de la música. Muchas veces cita a sus compositores (Brahms, Bach), y se diría que cuando escribe trata de imitarlos. Si ahora se lee el libro combinando los cuentos de una época y de otra, los cuentos de los años cuarenta y aquellos que escribió ya en sazón, y de eso hace 30 años, uno ve que aquel que escuchó los cuentos en la cuna de Aracataca no paró desde entonces hasta hallar el ritmo con que los almacenó en su memoria de fabulador. La experiencia solo le ha dado historias. La música la lleva en las venas.


    Respuesta  Mensaje 8 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 19/04/2014 18:33

    Presidentes de Colombia y México encabezarán este lunes homenaje póstumo a García Márquez

    18 abril 2014 | 4

    Gabriel García MárquezLos presidentes de Colombia, Juan Manuel Santos, y de México, Enrique Peña Nieto, encabezarán este lunes el homenaje póstumo que se le rendirá al escritor y novelista Gabriel García Márquez, en el Palacio de Bellas Artes, en Ciudad de México.

    El portal Milenio.com destaca que Santos asistirá al acto especial acompañado por su esposa, María Clemencia Rodríguez, con el fin de exaltar la obra del Nobel de Literatura 1982.

    El homenaje, que se tiene previsto sea a las 4:00 de la tarde (hora de México), contará con la presencia de amigos, familiares, escritores reconocidos y autoridades del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes.

    En diversos países se ha rendido tributo al escritor colombiano y, especialmente, en Colombia, se decretaron tres días de luto en memoria del oriundo de Aracataca y autor de obras como Cien años de soledad y El coronel no tiene quien le escriba.

    Los restos de García Márquez serán cremados en una ceremonia privada, informó su familia a través de un comunicado.

    (Con información de AVN)


    Respuesta  Mensaje 9 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 19/04/2014 20:27

    Los premios que recibió Gabriel García Márquez

    Gabriel García Márquez recibiendo el Premio Nobel
    Un recuento de los importantes premios que obtuvo 'Gabo' a lo largo de su vida.
    Caracol | Abril 3 de 2014
    En 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas.

    Después, en 1961, ganó el Premio de la Novela ESSO por La mala hora.

    Recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Columbia en Nueva York en 1971.

    Un año después, 1972, ganó el Premio Rómulo Gallegos por Cien años de soledad.

    Recibió la Medalla de la legión de honor francés en París en 1981.

    Además obtuvo la condecoración Águila Azteca en México en 1982.
     
    Premio Nobel
    García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982, según la laudatoria de la Academia Sueca, «por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente».

    Premio cuarenta años del Círculo de Periodistas de Bogotá lo recibió en  1985.

    Además fue miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo en Bogotá en 1993.

    En 1994 fue consagrado con el doctorado honoris causa de la Universidad de Cádiz.

    Un museo a su nombre: el 25 de marzo de 2010 el Gobierno colombiano terminó de reconstruir la casa en que nació García Márquez en Aracataca, pues había sido demolida 40 años atrás, e inauguró en ella un museo dedicado a su memoria con más de 14 ambientes que recrean los espacios en los que transcurrió su niñez.

    Respuesta  Mensaje 10 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 19/04/2014 20:29

    El legado universal de García Márquez y el amor de sus lectores

    19 abril 2014 | +

    Por William Ospina

    garcia marquezEra medianoche cuando se abrió la puerta del apartamento bogotano donde celebrábamos la première de la obra Diatriba de amor contra un hombre sentado, y García Márquez apareció con una noticia en los labios: “¡Acaban de matar a Luis Donaldo Colosio!”. Luz Marina Rodas, la gerente del teatro, me había invitado esa tarde al estreno añadiendo con incertidumbre que a lo mejor tendríamos la presencia del autor.

    El autor no se había dejado ver en el teatro, aunque alguien después contó que, apagadas las luces, su silueta se había instalado en la última fila. Los invitados salimos después para la casa de la fiesta, con Laura García, la protagonista del monólogo, el director, Ricardo Camacho, y otros amigos. Ya nos habíamos hecho a la idea de no verlo, cuando García Márquez llegó con la noticia. Venía tarde porque había estado hablando por teléfono con Carlos Fuentes y otros amigos de México.

    Yo lo había leído desde mis quince años, pero no lo contaba entre los humanos a los que fuera posible conocer, sino entre los clásicos de la literatura; para mí pertenecía más a la leyenda que al mundo físico. Cien años de soledad había conmocionado nuestras letras y había iniciado en la literatura a varias generaciones. Salvo Jorge Isaacs, Vargas Vila, José Asunción Silva y José Eustasio Rivera, los escritores colombianos eran hasta entonces glorias locales; pero Gabo había triunfado en el mundo entero: no solo lo leían en inglés y en francés, lo leían en húngaro, en mandarín, en lituano, en tamil, en japonés, en árabe. Y cuando en 1982 le llegó el premio Nobel, hacía mucho ya que era uno de los novelistas más afamados del mundo.

    Yo incluso sentía que la fama presente de Gabo era mayor que la de todos sus congéneres. En vida, Shakespeare solo fue conocido por los londinenses que frecuentaban el teatro; Voltaire y Goethe tuvieron en su tiempo una fama escasamente europea; Cervantes tardó siglos en llegar a Alemania o a Rusia, aunque acabaría por fascinar a Heine y a Tolstoi, a Thomas Mann, a Dostoievski y a Kafka.

    En Panamá, Jorge Ritter se encontró un día con García Márquez y le preguntó por la novela en la que estaba trabajando. “Ya está lista”, le contestó Gabo, “sólo falta escribirla”

    Aquella noche tuve el privilegio de conocer a la mayor leyenda de nuestra literatura, pero lo que más me sorprendió fueron su sencillez y su cercanía. Cuando nos sentamos frente a frente a la mesa, le conté que por casualidad había releído Cien años de soledad unos días atrás y que un episodio me había impresionado especialmente. Quiso saber cuál, y le hablé del momento en que el coronel Aureliano Buendía vuelve derrotado a Macondo y, enfermo, en una celda, recibe la visita de su madre.

    Me conmovió que ella permaneciera un rato visitándolo en completo silencio, mientras él yacía en su catre, con los brazos extendidos hacia atrás por el dolor de las axilas inflamadas. Ese silencio entre dos seres que tenían tanto que decirse, y que tanto se asemejaban en su voluntad obstinada y en su capacidad de poner a los demás a girar a su alrededor, me parecía muy elocuente.

    En ese episodio, cuando Úrsula va a retirarse, le dice bruscamente: “Te traje un revólver”. “No me va a servir de nada —responde el coronel— pero déjelo, porque la van a requisar a la salida”. Gabo iba repitiendo los diálogos a medida que yo los recordaba, y pasé a la escena siguiente, cuando los soldados sacan a Aureliano de su celda para conducirlo al paredón, por el camino del cementerio. De repente se abre la ventana de la casa donde vive su hermano con Rebeca Buendía, José Arcadio sale con un rifle, encañona a los hombres del pelotón de fusilamiento, que en realidad sienten alivio porque no quieren matar al coronel, y salva a su hermano en el último instante.

    Gabo me hizo entonces una revelación: “Fíjate que en mis planes el coronel iba a morir fusilado, y era allí donde lo ejecutaban. Por eso la novela comienza con el momento en que el coronel, frente al pelotón de fusilamiento, recuerda aquel episodio de su infancia en que su padre los llevó a conocer el hielo. Pero cuando estaba contando cómo lo llevaban los soldados hacia el cementerio, recordé que en esa calle vivía José Arcadio, y ocurrió algo que yo no tenía previsto: el hermano tomó el fusil, salió de la casa, y salvó al coronel”.

    Los chinos sienten que Cien años de soledad revela rasgos poderosos de su cultura, y su traductora al húngaro ha revelado que García Márquez retrata bien la vida de las aldeas de Hungría y el carácter de sus habitantes

    Aquella confidencia literaria marcó el comienzo de mi amistad con García Márquez, pero al mismo tiempo empezó a modificar la idea que yo tenía de su literatura. Para mí, Gabo era un autor diestro y fascinante, con un dominio extraordinario del arte de contar, y un control absoluto de sus argumentos: allí comprendí que su aventura creadora seguía otro curso, que el escritor estaba siempre dispuesto a dejarse sorprender por sus personajes y no sabía previamente cómo terminaría su relato.

    En Panamá, Jorge Ritter se encontró un día con García Márquez y le preguntó por la novela en la que estaba trabajando. “Ya está lista”, le contestó Gabo, “solo falta escribirla”. Parece una frase traviesa pero está llena de sentido. Dasso Saldívar y Gerald Martin han contado cómo trabajó García Márquez por años en borradores de Cien años de soledad, esa novela que originalmente iba a llamarse La Casa. Sería fascinante encontrar esos borradores donde Gabo definió sin duda los personajes, los episodios, la atmósfera del pueblo, el plano de la casa, las historias de la compañía bananera, el recuerdo de los gitanos, las damas francesas, las lluvias eternas y los aparatos de música de un muchacho italiano, pero yo sé que la principal sorpresa sería que en esos borradores no está Cien años de soledad.

    Gabo podía conocer la historia que iba a contar, el mundo donde esa historia ocurría, los personajes y los episodios, pero todavía no tenía lo principal: la entonación, el ritmo del relato, el modo como el hilo saldría de la madeja para convertir esa abigarrada realidad que había en su memoria, ese universo caribeño de personajes disparatados, acontecimientos insólitos y climas delirantes, en el árbol de las razas y en la locura de relojes que hicieron de Macondo una de las comarcas más memorables de la imaginación literaria.

    Es esa entonación, esa magia del lenguaje, lo que le dio a García Márquez su perfil inconfundible entre los autores de nuestra época. Los biógrafos siempre vuelven a contarnos que fue al emprender con su mujer y con sus hijos aquel viaje a Cuernavaca, cuando Gabo, que conducía el automóvil, sintió llegar la frase que desenredó la madeja y le mostró, como una epifanía, cuál era el tono, el ritmo que le iba a permitir contarlo todo, ir del comienzo al fin de su biblia pagana del Caribe. Dio media vuelta, volvió a la casa, y se encerró por meses a escribir su novela.

    Amos Oz nos ha recordado que las primeras palabras de una obra literaria son mucho más que un comienzo: son una clave, un conjuro: son el hallazgo más importante, el de la entonación, la decisión de quién cuenta la historia. Marcan la pauta del ritmo de la narración, y definen la atmósfera, la perspectiva del relato, la fuerza de su impulso. Así que García Márquez sabe como nadie que aquella frase: “Ya está lista: solo falta escribirla”, significa “tengo todo en mí, pero aún no sé convertirlo en relato, tengo ya la pasión, pero falta la música, tengo el magma primitivo que conformará la obra, pero todavía falta la creación”.

    Tiempo después de aquel primer encuentro, le pregunté a Gabo cómo habían sido los días en que se encerró a crear Cien años de soledad. Me atreví a decirle: “En otros libros tuyos se siente el trabajo genial de un escritor, su labor de investigación, su esfuerzo de creación, pero en Cien años de soledad no se siente trabajo alguno, el narrador es un surtidor inagotable y parece que los prodigios fluyeran sin esfuerzo”. “Se me ocurrían sin cesar tantas cosas”, me respondió, “que si hubiera tenido más dinero la novela habría durado otras doscientas páginas”. Siento que en ese trance creador está uno de los secretos de la magia de García Márquez.

    Nunca está lejos de los hechos, nunca se pierde en divagaciones teóricas, en rastreos psicológicos o en largas explicaciones. Por lo general son los hechos los que tienen que explicarse a sí mismos

    garcia marquez

    Dicen que un clásico es aquel autor que logra tener vigencia y sentido para lectores de muchas culturas y de muchas edades distintas. Por eso tarda en saberse cuando alguien es un clásico, pues no solo tiene que cautivar a gentes de muchas tradiciones culturales, sino de muchos siglos.

    No sabemos aún qué dirá el porvenir, pero gracias a las características de esta época, García Márquez ha demostrado su capacidad de cautivar a gentes de muchas culturas. No se trata solamente de que lo aprecien chinos y rusos, iraníes y norteamericanos, franceses y sudafricanos, japoneses y húngaros. Se trata de algo más curioso: del modo como los chinos sienten que revela rasgos poderosos de su cultura, del modo como su traductora al húngaro ha revelado que García Márquez retrata bien la vida de las aldeas de Hungría y el carácter de sus habitantes. Alguien afirmó que la literatura árabe ha cambiado bajo su influencia, y ello se puede decir de muy pocos autores modernos en español.

    Me gusta recordar que la primera vez que lo vi, Gabo apareció con una noticia en los labios, porque creo que ese carácter de periodista ha influido positivamente en su literatura. Hay siempre en ella un costado noticioso: su estilo siempre nos está informando algo. Sus párrafos tienen la claridad, la concisión, y a menudo el impacto de las noticias. Su voz no parece corresponder a los meandros de una conciencia o a los laberintos del estilo literario, sino a los relatos populares y a los rumores de una comunidad. Tiene más en común con la Biblia y con las Mil y una noches, que con las obsesivas aventuras verbales de Joyce o de Marcel Proust.

    Nunca está lejos de los hechos, nunca se pierde en divagaciones teóricas, en rastreos psicológicos o en largas explicaciones. Por lo general son los hechos los que tienen que explicarse a sí mismos. Es el lector quien debe averiguar, si le interesa, por qué el coronel Aureliano Buendía, hastiado de guerras, se dedica a fabricar pescaditos de oro; por qué Rebeca termina encerrada lejos del mundo. García Márquez cree más en los hechos que en las explicaciones, y siempre fue escéptico con las interpretaciones de los críticos y con las teorías de los académicos, porque sabe que la fuente de las obras es misteriosa, que lo que escribimos es menos un fruto del esfuerzo que un don de lo desconocido.

    Eso hace que sus personajes sean seres de carne y hueso y no prototipos o esquemas. Eso permite que al alcalde del pueblo le duela una muela, que una anciana que ha sido orientadora de la historia y dueña de los destinos termine convertida en el desvalido juguete de sus nietos; que un ángel decrépito tenga ruidos en los riñones; que una mujer indescifrable pase sus últimos años tejiendo su propia mortaja; que finalmente cada personaje esté solo, viviendo su aventura impredecible y casi siempre inexplicable.

    Ese carácter sorprendente de sus situaciones y de sus personajes podría ser una de las claves de la vitalidad de su prosa. Quiero decir que las invenciones demasiado gobernadas por el pensamiento y por la voluntad terminan siendo predecibles: la razón vive de inventos y de esquemas, crea cosas para que sirvan a determinados fines. Los inventos de la intuición son más misteriosos: van apareciendo como flores de duende, no obedecen a una finalidad evidente, se bastan con su propio milagro y suelen ignorar el desenlace.

    Se dice que uno de los secretos de la Biblia es su extraña capacidad de aliar la sencillez con la sublimidad, de decir lo más profundo de la manera más sencilla. García Márquez es uno de esos autores que satisface por igual al crítico más exigente, y a lectores que nunca han leído otro libro. Tiene el don de lo que es a la vez claro, ameno y misterioso

    Él mismo ha dicho que lo que encontró aquel día, por la ruta de Cuernavaca fue el tono de la voz de su abuela, la capacidad de decir las cosas más inverosímiles con la cara de palo de quien las cree de verdad. Sus obras parecen derivar de la tradición oral. Como los poemas, quieren ser dichas en voz alta, porque tienen mucho de la virtud sonora del lenguaje. Y también la huella del periodismo está presente allí: la necesidad de un lenguaje que no se aleje del habla común, que esté en diálogo con la actualidad y con el habla cotidiana.

    García Márquez no es solo un autor leído sino un autor amado. Quiero recordar finalmente una anécdota que él mismo ignora. Lo acompañé una vez a la librería Gandhi, en Ciudad de México. Gabo había estado enfermo y las gentes lo sabían. Mientras recorríamos los estantes se fue formando silenciosamente, como siempre, una fila de personas que lo esperaban para que firmara sus libros. Me pidió que le avisara cuando hubiera transcurrido cierto tiempo. De pronto vi algo conmovedor. Mientras allá, al fondo, García Márquez firmaba los libros, un par de señoras, a sus espaldas, y sin que él se diera cuenta, lo bendecían.

    (Tomado de El País)


    Respuesta  Mensaje 11 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 20/04/2014 12:06

    Silvio Rodríguez sobre Gabriel García Márquez: “No recuerdo…”

    20 abril 2014 | +
    Gabriel García Márquez fotografiado en 2010 por Daniel Mordzinski.

    Gabriel García Márquez fotografiado en 2010 por Daniel Mordzinski.

    No recuerdo dónde lo conocí. Puede haber sido gracias a Haydee Santamaría. Acaso coincidimos en alguna comida en casa de la amiga común, quizá en aquella en que fui embromado con una tortilla de plátanos maduros. Lo que sí tengo claro es que en septiembre de 1969, entre la treintena de libros que embarqué en el Playa Girón, había un Cien años de soledad que ya había leído un par veces.

    Lo veo a flashazos, en distintos momentos. Un 31 de diciembre me invitó a una fiesta en la que estaban su amigo Fidel Castro y el actor norteamericano Gregory Peck. Hubo un momento, cercano a las 12 de la noche, en que me vi conversando con aquellos gigantes y me sentí desubicado.

    La primera vez que estuve en su casa de México fui con Raúl Roa Kourí y mi hermana María, casados por entonces. Estaban de tránsito, camino a New York, donde estarían 6 años sirviendo a Cuba ante las Naciones Unidas. Fuimos por la mañana y pasamos algunas horas en el despacho del escritor, donde estaban algunos de sus libros, su máquina de escribir. Allí constaté que, tal y como se decía, sobre su mesa de trabajo había un un florero con una rosa amarilla. Creo que fue la primera vez que vi una rosa que parecía un sol. O la primera que reparaba en ella, iluminada por la mitología en torno al genio literario.

    Hablamos de música. Uno de sus hijos estudiaba flauta. En algún lugar yo había leído que él escribía escuchando a Bach; pero aquella mañana nos dijo que entre sus partituras preferidas estaba el concierto para violín y orquesta de Sibelius. Revisó sus discos (con la ayuda de Mercedes) y me regaló una versión, que tenía repetida, dirigida por Von Karajan e interpretada por Christian Ferras. Antes de dármelo rotuló su nombre en la carátula, con plumón azul Prusia. Después me obsequió su novela más famosa, que yo casi me sabía de memoria. Hablamos también de cumbias y vallenatos, tema del que era experto. Concluyó la clase magistral con ejemplos en los que su nombre era mentado y, con cierta ternura, nos hizo escuchar una cumbia que lo increpaba por algo que no recuerdo. Finalmente me obsequió dos casetes, con selecciones personales. Aquellas cintas no me duraron mucho, porque le comenté a una periodista que las tenía y se las llevó, jurando muchas veces que sólo las quería para copiarlas y que enseguida me las devolvería. Ojos que te vieron. O más bien: oídos que te escucharon…

    No recuerdo por qué un día me tocó llevarlo al centro campestre de Río Cristal, donde se iba a celebrar un almuerzo relacionado con el premio literario Casa de las Américas. Por el camino traté de hablar lo menos posible, para no meter la pata, pero acabamos comentando la separación de un matrimonio. Yo, sagitario imprudente, sentencié que era una desavenencia pasajera. Él me miró de una forma en la que pude reconocer, en el breve vistazo que le dirigí puesto que iba manejando, que sentía más congoja por mi optimismo que por la pareja distanciada. Puede que en el fondo yo pensara como él, y que sólo siguiera la costumbre totémica de expresar mis deseos y no lo que realmente sucedía. A veces me he equivocado, de diente para afuera, aunque de diente para adentro sepa que ejecuto un ritual que significa lo contrario. En aquel caso, en pocos días comprobé que su mirada de piedad tenía más peso que todas mis palabras. Y, además, comprendí que él no era adicto a mis ceremonias primitivas y que conocía mucho mejor que yo a personas que yo veía más a menudo.

    Hace poco conté, a propósito de una canción de mi ultimo disco, la especial circunstancia de haber tomado un vuelo en el que sólo iba otro pasajero. Era hasta México, con escala en Cancún. Aquella tarde los cielos estaban cargados de oscuridades y nuestra soledad compartida, entre tantos asientos vacíos, propició el acercamiento. En aquel avión, que daba tumbos y bajones, el escritor me iba explicando –con una serenidad inconcebible– que a veces se le ocurrían ideas que no daban para novelas o cuentos, y que posiblemente eran canciones. En todo momento fui consciente de la fatalidad de que aquel encuentro ocurriera en circunstancias tan adversas, porque los incesantes sobresaltos no me permitían estar todo lo atento que deseaba. Luego, en Cancún, se llenó el avión, los cielos se aplacaron y el viaje dejó el misterio atrás, siendo menos propicio, aunque yo me despedí diciendo que iba a tratar de darle taller a algunas de las ideas –a veces relampagueantes– que tuve la suerte de escuchar. En un terrible hotel de Panamá hice un primer acercamiento que se perdió en la bruma, y sólo hace muy poco logré organizar algo cantable.

    Cierta vez estuve una noche en su casa del DF y, a la hora de irnos, comprobamos que faltaba el carro en que habíamos llegado. Buena parte de aquella madrugada la pasó con nosotros en la comisaría, prestando declaraciones y tratando de ayudarnos. Otra noche, hace no mucho, fuimos al bar de una señora llamada Margarita, lleno de caricaturas, donde Sabina hacía gala de los tantos corridos y rancheras que se sabe. La última vez que fuimos a su casa cargó a Malva en la puerta de despedida.

    Dejo constancia que la única vez que visité la hermosa Cartagena de Indias fue gracias a él, que me recomendó al Festival de Cine como jurado. Ni antes ni después he vuelto a entrar a un Casino. Aquel era propiedad de un amigo, señor que amablemente nos regaló unas fichas para que probáramos suerte en la ruleta. Yo le seguía las manos al dealer, a ver si las ocultaba bajo la mesa para apretar algún botón. Pero el hombre daba un respetuoso paso atrás, cada vez que la rueda de la fortuna empezaba a detenerse, quizá leyéndome la mente. Viendo lo rápido que dilapidé mi capital, el escritor, de un blanco impecable, se partía de la risa.

    Voy a conservarlo así, sonriente, gozando de la vida, a lo mejor en la voluta de una idea que la insondable alquimia de su talento dejará en una ínfima reseña, algo que ni siquiera llegará a ser canción: acaso un insecto posado en un mantel, la pintura vahída de un bote surcando el río Magdalena, la nota disonante de un triste amolador de tijeras. Seguro así me sentiré alguito menos huérfano.

    (Tomado del blog Segunda Cita)


    Respuesta  Mensaje 12 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 20/04/2014 12:09

    Red en Defensa de la Humanidad: Gabo será eterno

    17 abril 2014 | + |

    intelectuales-y-artistas-en-defensa-de-la-humanidadGabriel García Márquez marca un hito en la historia de la cultura latinoamericana y caribeña. Pero no solo para nuestra región su partida significa un gran vacío; el mundo entero ha perdido a uno de sus más lúcidos y genuinos intelectuales.

    Gabo, como también se le conoció, fue fundador de la Red En Defensa de la Humanidad, estuvo siempre en la primera línea de combate contra la injusticia y su voz se alzó en repetidas ocasiones para denunciar las violaciones de la soberanía y de los derechos de los pueblos y minorías en cualquier parte.Acompañó y defendió a Cuba en su lucha contra el terrorismo y en sus denodados esfuerzos por llevar salud y conocimiento a los humildes de la tierra.

    Para los cubanos, la amistad de García Márquez con nuestro pueblo y, en particular con Fidel, es ejemplo de honestidad y hermandad. Sabemos cuánto dolor provoca su ausencia. Sin embargo, como expresara Martí: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien con la obra de la vida”. Gabo será eterno.

    Unimos nuestros sentimientos a la familia del entrañable amigo, en particular a Mercedes y a sus hijos Gonzalo y Rodrigo. Saben que en Cuba siempre tendrán su casa.

    Red de Redes En Defensa de la Humanidad-Cuba.


    Respuesta  Mensaje 13 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 20/04/2014 12:11

    Los Cinco envían mensaje de condolencia a familia de Gabriel García Márquez

    19 abril 2014 | + |

    cinco-heroes-candadoLos cubanos Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González, conocidos como los Cinco, sentenciados a cumplir severas condenas en prisiones de Estados Unidos por alertar al Gobierno de Cuba sobre planes subversivos de grupos asentados en el sur de la Florida, han emitido un mensaje con motivo del fallecimiento del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.

    A continuación, el texto íntegro:

    Queridos familiares, amigos de Gabriel García Márquez

    Acabamos de recibir la noticia y por dura que es no queríamos aceptarla.

    Siempre pensamos que le daríamos aquel abrazo prometido, el saludo de hermanos o al menos el honor de poder oírlo hablar de sus obras maestras cerca de nosotros.

    Sin embargo nos alienta saber que él está entre todos, con su realismo mágico construyendo países de ensueños y capitales libres. Cuando leamos algunas de sus líneas, viviremos el privilegio de tenerlo siempre cerca y asequible.

    Por aquellas cosas de esta vida mágica, el Gabo tuvo que ver con nosotros Cinco en el esfuerzo por evitar la muerte de seres humanos inocentes y luchar contra el terrorismo. Él siempre estuvo muy cerca de nuestro querido Comandante, de todo nuestro pueblo, al que amaba de manera especial.

    Por eso, querido hermano, dejaste tu huella en nuestras vidas, y sabemos que no solo 100 años sino toda una eternidad de compañía concurrida te asistirán donde quiera que te encuentres.

    A toda su familia, amigos de todo el mundo, hacemos llegar nuestro pésame y nuestro apoyo en este momento difícil, a nombre de los Cinco, de todos nuestros familiares y el pueblo cubano.

    ¡Gracias Gabo por la “vida”!

    ¡Cinco abrazos eternos!

    Antonio.

    René.

    Fernando.

    Gerardo.

    Ramón.

    Del grupo, René González cumplió su condena el 7 de octubre de 2011. Desde abril de 2013, está en Cuba donde pudo permanecer luego de renunciar a su ciudadanía norteamericana. Recientemente, Felipe González fue puesto en libertad en febrero de este año. Antonio, Gerardo y Ramón se mantienen prisioneros en la nación norteamericana desde hace 15 años.

    (Tomado de Telesur)

    Respuesta  Mensaje 14 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 20/04/2014 14:13

    Tras los pasos de 100 Años de Soledad

    20 abril 2014 | +
     
     
     

    texto 100 años de soledadPor Winston Manrique

    Él, que durante 67 años, seis meses y cuatro días, sembró de sus recuerdos los recuerdos de medio mundo, murió olvidando los suyos. Pero su fallecimiento el 17 de abril desató, al contrario de la peste del olvido que asoló Macondo, la peste de los recuerdos. Sobre él, Gabriel García Márquez, sobre sus libros y, en sus lectores, sobre su obra más famosa,Cien años de soledad: que si Macondo, que si Aureliano, que si Úrsula, que si Remedios la Bella; que si ¿mejor los aurelianos que los arcadios?, y qué decir de Amaranta, Petra Cotes, y, claro, Melquiades, y, y, y… Pero pocos saben la intrahistoria de la génesis y escritura de una de las novelas más universales y leídas por más de 60 o 70 millones de personas.

    Los Buendía estarán riéndose por el boroló que se ha creado al no ser esta una peste como la vivida por ellos, sino una cuya mutación sentimental hace querer recordar más y averiguar más para recordar más aún. Una prueba es que usted vaya en esta línea y quiera saber lo que sigue sobre algunos de los secretos de gestación de la obra prometidos palabras arriba. Y será así por cortesía de dos de los principales memoriosos: Dasso Saldívar y Gerald Martin gracias a sus biografías,Viaje a la semilla (Alfaguara) y Una vida (Debate), además del propio libro de García Márquez Vivir para contarla (Literatura Random House), cuyo asomo a ellas permite un paseo con las siguientes estaciones en su universo, muchos años después de su creación:

    Génesis

    La vida en Aracataca durante sus primeros diez años en la casa de sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Ricardo Márquez y Tranquilina Iguarán Cotes. Es su Edén literario: la travesía por la Guerra de los Mil Días en palabras de su abuelo, el duelo de este, la explotación americana de las bananeras y las perpetuas procesiones de historias de difuntos y ánimas de su abuela, y la manera como contaba ella las cosas con cara de palo que hacía verosímil cualquier cosa. Los esquemas económico, social y cultural de la aristocracia cataquera en que se movían los Márquez Iguarán serán llevados a la obra.

    Hielo

    Un día, cuando tenía cinco años, el niño llegó a casa asombrado diciendo que había visto unos pargos durísimos como piedras. El abuelo Nicolás le explicó que eran así porque estaban congelados. El niño le preguntó qué era eso y el abuelo respondió que metidos en hielo. “¿Qué es hielo?”. Entonces lo tomó de la mano y lo llevó donde estaban los pargos para enseñarle el hielo.

    Falofabulaciones

    De niño escucha con sus otros amiguitos las historias, o mejor, los cuentos, de un fabricante de camas donde el protagonista siempre era su falo o tenían que ver con él. Estas falofabulaciones son la primera gran influencia rabelesiana de García Márquez, mucho antes de que leyera Gargantúa y Pantagruel, que lo influiría también en la concepción de la exuberancia fálica de los Buendía, recuerda Saldívar.

    Salida

    En 1947 logra publicar su primer cuento en El Espectador, de Bogotá:La tercera resignación. Desde los 20 años empezó a buscar una salida literaria al mundo de miedos de su infancia en los cuentos de Ojos de perro azul, en un proyecto novelístico titulado La casa y en varias versiones de La hojarasca.

    Cambio

    A su vuelta a Cartagena, a mediados de 1948, empezó la que pretendía ser su primera novela: La casa. Su acercamiento había sido de temas kafkianos, pero el descubrimiento de los escritores anglosajones lo reorientó (Faulkner, Woolf, Dos Passos, Steinbeck…). Supo que lo vivido con sus abuelos merecía ser contado. Así es que no paraba de escribir esa novela.

    Esbozo

    A finales de 1949 había publicado en El Espectador media docena de cuentos y terminado la segunda versión de La hojarasca. Allí ya se filtran las primeras luces de Macondo.

    Advenimiento

    Su primer reportaje novelado lo escribió a finales de los cuarenta en El Espectador: Un país en la Costa Atlántica, basado en la leyenda de La Marquesita de La Sierpe. Dejaría ver su veta narrativa que lo llevaría aLos funerales de la Mama Grande, a la perspectiva mítico-legendaria del incipiente Macondo de La hojarasca y a anunciar el advenimiento deCien años de soledad.

    Borrador

    Para entonces ya manejaba diversas fuentes e inspiraciones, además de sus abuelos: las figuras casi míticas de los generales Uribe Uribe y Benjamín Herrera, las leyendas de los coroneles Aureliano Naudín, Francisco Buendía y Ramón Buendía. Empezó a reencontrarse con su infancia y su cultura caribe. Ahora el problema no era sobre qué escribir, sino cómo hacerlo, y, como él mismo reconocería, iba a necesitar 15 años para descubrirlo.

    Semilla

    El 18 de febrero de 1950 completó su trabajo de campo de manera inesperada. Fue cuando viajó con su madre, Luisa Santiaga, a Aracataca a vender la casa de sus abuelos. Pasado y futuro casi cristalizados. Ese viaje, diría el Nobel en Vivir para contarlo, sería la experiencia más decisiva en su vida literaria. Tanto que con ese pasaje empieza sus memorias.

    Macondo

    El nombre inmortal de su espacio literario se le reveló en aquel mismo viaje a Aracataca. Era el nombre de una finca bananera en letras blancas sobre un fondo azul. El que debió ver muchas veces de niño cuando pasaba por allí en ese diablo al que llamaban tren.

    Vallenato-novela

    Los ritmos vallenatos interpretados por acordeoneros y cantado por juglares costeños eran la música de su entorno. En 1953 terminó de recorrer con uno de ellos, su amigo Rafael Escalona, la región caribe. Su interés surgió en 1948 al descubrir que esta música, además de ritmo pegadizo guardaba sabiduría en sus historias y contaba pasajes de la vida, sobre todo amorosos. No era solo un repertorio artístico sino cultural y moral de las regiones de Valledupar y la Guajira, las mismas de sus abuelos y sus padres. Ritmo y baile esenciales para concebir sus libros, sobre todo Cien años de soledad, que debía ser, como lo confesaría, un vallenato en versión novela.

    Voz

    La manera como su abuela Tranquilina y su Tía Mamá, Francisca, para arrostrar las historias y las situaciones más insólitas es lo que García Márquez llamaría “cara de palo” se convertirá en su recurso literario más prodigioso, una de sus claves esenciales de su arte de narrar, de hechizar a los lectores.

    Periodismo

    Tras su paso por los diarios El Universal de Cartagena de Indias y El Heraldo de Barranquilla, llegó en 1954 a El Espectador. Allí, en febreró de 1955 empezó a publicar la serie de reportajes que lo haría popular,Relato de un náufrago. La experiencia del periodismo le calienta la mano y despierta aún más su olfato para los titulares y los primeros y ultimos párrafos. Un arte que le serviría para dar a sus libros comienzos memorables y titulares repetidos e imitados hasta el infinito por sus colegas periodistas de medio mundo. Mientras, él sigue escribiendo y escribiendo su proyecto de La casa.

    Comienzo

    La publicación de La hojarasca en mayo de 1955 fue el verdadero comienzo de la primera opción estética que a través de Un día después del sábado y Los funerales de la Mamá Grande, lo conducirían a Cien años de soledad.

    Promesa

    En 1958, a los 31 años, poco después de la luna de miel con su esposa Mercedes Barcha, mientras volaban de Caracas a Barranquilla le dijo, que escribiría una novela llamada La casa.

    México

    Tras su vida como corresponsal por Europa y ayudar en la formación de la agencia de información cubana Prensa Latina, el lunes 26 de junio de 1961 llegó con su familia a Ciudad de México, donde escribiría cuatro años más tarde su más reconocida obra. Lo esperaba su amigo Álvaro Mutis.

    Rulfo

    Cuando Gabo le preguntó a Mutis qué obras mexicanas debía leer, este le trajo dos libros y le dijo: “Léase esa vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe”. Eran Pedro Páramo y El llano en llamas. El hechizo de su más alto grado de seducción volvía a repetirse desde el día en que a los nueve años leyera Las mil y una noches, a los 20 en Bogotá La metamorfosis y a los 22 en Cartagena la obra de Sófocles.

    Preludio

    En 1965 mientras conducía su Opel blanco con su familia desde Ciudad de México hacia Acapulco, vio claro cómo debía escribir La casa, embrión de su obra más famosa. Un día se sentó “frente a la máquina de escribir, como todos los días, pero esta vez no volví a levantarme sino al cabo de 18 meses”.

    Escritura

    Vivía en Ciudad de México, en el barrio San Ángel Inn, en arriendo en una casa de dos plantas, en la calle de la Loma 19, bordeando la campiña. Al fondo del salón había tapiado con madera su estudio: La Cueva de la Mafia. Era un espacio mínimo pero bien iluminado, de unos tres metros de largo por dos y medio de ancho, con un bañito, una puerta y una ventana al patio, un diván, una estantería con libros y una mesa de madera con una máquina Olivetti.

    Inicio

    Sería entre julio y septiembre de 1965. Se refugió en La Cueva de la Mafía con la enciclopedia británica, libros de toda índole, papel y una máquina Olivetti, que añadía su frenético tac-tac a los Preludios de Debussy y Qué noche la de aquel día de los Beatles que sonaban todo el tiempo. Cuando logró redondear la primera frase: “Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, se preguntó “qué carajo vendría después”. Solo hasta el hallazgo del galeón en la selva (al final del primer capítulo) no creyó “de verdad que aquel libro pudiera llevar a ninguna parte. Pero a partir de allí todo fue una especie de frenesí, por lo demás, muy divertido”.

    Horario

    A las ocho y media de la mañana, después de dejar a sus dos hijos en el colegio, se encerraba en La Cueva de la Mafia hasta las dos y media de la tarde, cuando llegaban para almorzar. Luego una siesta, un paseo por el barrio y volvía a escribir hasta las ocho y media cuando llegaban sus amigos.

    Apuros

    5.000 dólares le entregó a su esposa para el sostenimiento del hogar y así poder encerrarse tranquilo a escribir la novela “durante seis meses”. Ella se las ingenió para alargarlos en ese periodo pero cuando se acabaron, y vio que la novela apenas iba por la mitad, le dijo que no había nada que hacer. Gabo tomó su Opel blanco, comprado con el premio de La mala hora, se fue al Monte de Piedad y lo empeñó. Ese dinero tampoco duró. Después, Mercedes empezó a empeñar algunas joyas, el televisor, la radio, hasta quedarse solo con las “tres últimas posiciones militares”: su secador de pelo, la batidora con la que le preparaba el alimento a los niños y el calentador que le servía a su marido para escribir en las frías mañanas y noches de la ciudad.

    Testigos

    Mercedes, su esposa, Carmen Miracle y Álvaro Mutis y María Luisa Elío y Jomí García Ascot solían visitarlo después de las ocho de la noche. La conversación solía girar alrededor de la novela. Otro testigo fue el crítico Emmanuel Carballo, a quien Gabo le entregaba cada capítulo terminado.

    Augurio

    “Estoy loco de felicidad. Después de cinco años de esterilidad absoluta, este libro está saliendo como un chorro, sin problemas de palabras”, le escribió García Márquez en noviembre de 1965 a Luis Harss, que lo había entrevistado para el libro Los nuestros, junto a otros grandes de América Latina como Borges, Rulfo, Asturias, Cortázar…

    Muerte

    Había aplazado la muerte del coronel Aureliano Buendía, hasta que optó por la más sencilla: orinando al pie del castaño. Puso el punto y aparte, subió al dormitorio de su esposa, se lo contó, se acostó a su lado y se puso a llorar. Era el personaje inspirado en su abuelo Nicolás Ricardo Márquez.

    Avances

    El primero de mayo de 1966 los lectores de El Espectador leyeron el primer capítulo del libro. Carlos Fuentes leyó los tres primeros en junio y escribió un comentario muy elogioso. Después le pasó esas 80 cuartillas a Julio Cortázar.

    Título

    Al parecer se le ocurrió a mediados de 1966, cuando terminaba la novela, porque los capítulos que le pasaba al crítico Carballo estaban sin título.

    Editorial

    También a mediados de 1966 recibió la carta de Francisco Porrúa, editor de Sudamericana de Buenos Aires, que quería editar sus libros. Lo contactó por intermedio de Luis Harss, el del libro Los nuestros. Porrúa leyó lo publicado por García Márquez hasta entonces, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y La hojarasca, y le gustó. En vista del interés de Porrúa por editar un libro suyo Gabo le ofreció la obra que estaba terminando. Le envió unas páginas del comienzo. “Desde el principio de la lectura comprendí que era una cosa nueva y admirable. No había duda. Entonces, como adelanto, Sudamericana le envió un sobre con 500 dólares”. Y en septiembre de 1966 firmó el contrato que le habían enviado.

    Claves

    La guerra civil de los mil días, el duelo de su abuelo Nicolás, la casa da Aracataca donde vivió su infancia, su viaje a los 16 años a Zipaquirá a continuar el bachillerato, donde se afiebró por la lectura y 1948, cuando leyó La metamorfosis, de Kafka, porque le ayuda a encontrar el hilo narrativo de su abuela Tranquilina.

    Inspiración

    La lectura de un párrafo del principio de Mrs. Dalloway le “transformó por completo” su “sentido del tiempo y le permitió vislumbrar en un instante todo el proceso de descomposición de Macondo y su destino final”, recuerda Saldívar. Pero es solo una verdad parcial, porque en realidad fue la relectura del párrafo unida a la experiencia de los viajes por Valledupar y la Guajira, más el regreso a Aracataca, lo que desencadenó en él una visión dinámica y corrosiva del tiempo estancado que venía manejando en La casa.

    Fin

    Según Dasso Saldívar, el momento de mayor desconcierto lo padeció cuando la novela tocó a su fin. Un día de septiembre de 1966 sintió que la historia de Macondo y los Buendía llegaba a su fin. “Las cosas se precipitaron a las 11 de la mañana. Estaba solo en la casa, no encontró a ninguno de sus cómplices para contárselo y no supo qué hacer con el tiempo libre. Después diría que tras la escritura del libro se había sentido vacío ‘como si hubieran muerto mis amigos”.

    “¿Será mala?”

    Fue con su esposa a la oficina de correos a enviar el libro a Buenos Aires. El agente de correos les dijo que el envío del paquete valía 82 pesos mexicanos. Solo tenían 50. Dividieron las 590 folios de 28 líneas cada uno y cada línea de 60 matrices o golpes por la mitad y enviaron los 10 primeros capítulos. Regresaron a la casa, cogieron aquellas “tres últimas posiciones militares” y volvieron al Monte de Piedad. Las empeñaron por unos 50 pesos. Al salir de la oficina de correos (recuerda Saldívar), Mercedes, que no había leído el libro le soltó: “Oye, Gabo, ahora lo único que falta es que esta novela sea mala”.

    Lanzamiento

    El 5 de junio de 1967 llegó a las librerías de Buenos Aires la primera edición de Cien años de soledad. Ocho mil ejemplares que volaron. Se publicó con una portada improvisada de su editor Francisco Porrúa, la de un galeón en medio de la selva, porque la encargada al artista mexicano Vicente Rojo no llegó a tiempo. En la segunda edición, la novela se publicó con la portada de Rojo. La de un mosaico de sellos que resumen elementos de la historia. Según el editor: “Ha sido una carátula insuperable”.

    46 años, diez meses y 12 días después de aquel lanzamiento murió Gabriel García Márquez. Tres días después apenas empieza la peste feliz de sus recuerdos. Así es que ni imaginar si un día a Santa Sofía de la Piedad, única sobreviviente de Cien años de soledad, se le ocurre aparecer y empieza a hablar como un perdido, porque “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.

    (Tomado de El País)


    Respuesta  Mensaje 15 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 20/04/2014 14:13

    Tras los pasos de 100 Años de Soledad

    20 abril 2014 | +
     
     
     

    texto 100 años de soledadPor Winston Manrique

    Él, que durante 67 años, seis meses y cuatro días, sembró de sus recuerdos los recuerdos de medio mundo, murió olvidando los suyos. Pero su fallecimiento el 17 de abril desató, al contrario de la peste del olvido que asoló Macondo, la peste de los recuerdos. Sobre él, Gabriel García Márquez, sobre sus libros y, en sus lectores, sobre su obra más famosa,Cien años de soledad: que si Macondo, que si Aureliano, que si Úrsula, que si Remedios la Bella; que si ¿mejor los aurelianos que los arcadios?, y qué decir de Amaranta, Petra Cotes, y, claro, Melquiades, y, y, y… Pero pocos saben la intrahistoria de la génesis y escritura de una de las novelas más universales y leídas por más de 60 o 70 millones de personas.

    Los Buendía estarán riéndose por el boroló que se ha creado al no ser esta una peste como la vivida por ellos, sino una cuya mutación sentimental hace querer recordar más y averiguar más para recordar más aún. Una prueba es que usted vaya en esta línea y quiera saber lo que sigue sobre algunos de los secretos de gestación de la obra prometidos palabras arriba. Y será así por cortesía de dos de los principales memoriosos: Dasso Saldívar y Gerald Martin gracias a sus biografías,Viaje a la semilla (Alfaguara) y Una vida (Debate), además del propio libro de García Márquez Vivir para contarla (Literatura Random House), cuyo asomo a ellas permite un paseo con las siguientes estaciones en su universo, muchos años después de su creación:

    Génesis

    La vida en Aracataca durante sus primeros diez años en la casa de sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Ricardo Márquez y Tranquilina Iguarán Cotes. Es su Edén literario: la travesía por la Guerra de los Mil Días en palabras de su abuelo, el duelo de este, la explotación americana de las bananeras y las perpetuas procesiones de historias de difuntos y ánimas de su abuela, y la manera como contaba ella las cosas con cara de palo que hacía verosímil cualquier cosa. Los esquemas económico, social y cultural de la aristocracia cataquera en que se movían los Márquez Iguarán serán llevados a la obra.

    Hielo

    Un día, cuando tenía cinco años, el niño llegó a casa asombrado diciendo que había visto unos pargos durísimos como piedras. El abuelo Nicolás le explicó que eran así porque estaban congelados. El niño le preguntó qué era eso y el abuelo respondió que metidos en hielo. “¿Qué es hielo?”. Entonces lo tomó de la mano y lo llevó donde estaban los pargos para enseñarle el hielo.

    Falofabulaciones

    De niño escucha con sus otros amiguitos las historias, o mejor, los cuentos, de un fabricante de camas donde el protagonista siempre era su falo o tenían que ver con él. Estas falofabulaciones son la primera gran influencia rabelesiana de García Márquez, mucho antes de que leyera Gargantúa y Pantagruel, que lo influiría también en la concepción de la exuberancia fálica de los Buendía, recuerda Saldívar.

    Salida

    En 1947 logra publicar su primer cuento en El Espectador, de Bogotá:La tercera resignación. Desde los 20 años empezó a buscar una salida literaria al mundo de miedos de su infancia en los cuentos de Ojos de perro azul, en un proyecto novelístico titulado La casa y en varias versiones de La hojarasca.

    Cambio

    A su vuelta a Cartagena, a mediados de 1948, empezó la que pretendía ser su primera novela: La casa. Su acercamiento había sido de temas kafkianos, pero el descubrimiento de los escritores anglosajones lo reorientó (Faulkner, Woolf, Dos Passos, Steinbeck…). Supo que lo vivido con sus abuelos merecía ser contado. Así es que no paraba de escribir esa novela.

    Esbozo

    A finales de 1949 había publicado en El Espectador media docena de cuentos y terminado la segunda versión de La hojarasca. Allí ya se filtran las primeras luces de Macondo.

    Advenimiento

    Su primer reportaje novelado lo escribió a finales de los cuarenta en El Espectador: Un país en la Costa Atlántica, basado en la leyenda de La Marquesita de La Sierpe. Dejaría ver su veta narrativa que lo llevaría aLos funerales de la Mama Grande, a la perspectiva mítico-legendaria del incipiente Macondo de La hojarasca y a anunciar el advenimiento deCien años de soledad.

    Borrador

    Para entonces ya manejaba diversas fuentes e inspiraciones, además de sus abuelos: las figuras casi míticas de los generales Uribe Uribe y Benjamín Herrera, las leyendas de los coroneles Aureliano Naudín, Francisco Buendía y Ramón Buendía. Empezó a reencontrarse con su infancia y su cultura caribe. Ahora el problema no era sobre qué escribir, sino cómo hacerlo, y, como él mismo reconocería, iba a necesitar 15 años para descubrirlo.

    Semilla

    El 18 de febrero de 1950 completó su trabajo de campo de manera inesperada. Fue cuando viajó con su madre, Luisa Santiaga, a Aracataca a vender la casa de sus abuelos. Pasado y futuro casi cristalizados. Ese viaje, diría el Nobel en Vivir para contarlo, sería la experiencia más decisiva en su vida literaria. Tanto que con ese pasaje empieza sus memorias.

    Macondo

    El nombre inmortal de su espacio literario se le reveló en aquel mismo viaje a Aracataca. Era el nombre de una finca bananera en letras blancas sobre un fondo azul. El que debió ver muchas veces de niño cuando pasaba por allí en ese diablo al que llamaban tren.

    Vallenato-novela

    Los ritmos vallenatos interpretados por acordeoneros y cantado por juglares costeños eran la música de su entorno. En 1953 terminó de recorrer con uno de ellos, su amigo Rafael Escalona, la región caribe. Su interés surgió en 1948 al descubrir que esta música, además de ritmo pegadizo guardaba sabiduría en sus historias y contaba pasajes de la vida, sobre todo amorosos. No era solo un repertorio artístico sino cultural y moral de las regiones de Valledupar y la Guajira, las mismas de sus abuelos y sus padres. Ritmo y baile esenciales para concebir sus libros, sobre todo Cien años de soledad, que debía ser, como lo confesaría, un vallenato en versión novela.

    Voz

    La manera como su abuela Tranquilina y su Tía Mamá, Francisca, para arrostrar las historias y las situaciones más insólitas es lo que García Márquez llamaría “cara de palo” se convertirá en su recurso literario más prodigioso, una de sus claves esenciales de su arte de narrar, de hechizar a los lectores.

    Periodismo

    Tras su paso por los diarios El Universal de Cartagena de Indias y El Heraldo de Barranquilla, llegó en 1954 a El Espectador. Allí, en febreró de 1955 empezó a publicar la serie de reportajes que lo haría popular,Relato de un náufrago. La experiencia del periodismo le calienta la mano y despierta aún más su olfato para los titulares y los primeros y ultimos párrafos. Un arte que le serviría para dar a sus libros comienzos memorables y titulares repetidos e imitados hasta el infinito por sus colegas periodistas de medio mundo. Mientras, él sigue escribiendo y escribiendo su proyecto de La casa.

    Comienzo

    La publicación de La hojarasca en mayo de 1955 fue el verdadero comienzo de la primera opción estética que a través de Un día después del sábado y Los funerales de la Mamá Grande, lo conducirían a Cien años de soledad.

    Promesa

    En 1958, a los 31 años, poco después de la luna de miel con su esposa Mercedes Barcha, mientras volaban de Caracas a Barranquilla le dijo, que escribiría una novela llamada La casa.

    México

    Tras su vida como corresponsal por Europa y ayudar en la formación de la agencia de información cubana Prensa Latina, el lunes 26 de junio de 1961 llegó con su familia a Ciudad de México, donde escribiría cuatro años más tarde su más reconocida obra. Lo esperaba su amigo Álvaro Mutis.

    Rulfo

    Cuando Gabo le preguntó a Mutis qué obras mexicanas debía leer, este le trajo dos libros y le dijo: “Léase esa vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe”. Eran Pedro Páramo y El llano en llamas. El hechizo de su más alto grado de seducción volvía a repetirse desde el día en que a los nueve años leyera Las mil y una noches, a los 20 en Bogotá La metamorfosis y a los 22 en Cartagena la obra de Sófocles.

    Preludio

    En 1965 mientras conducía su Opel blanco con su familia desde Ciudad de México hacia Acapulco, vio claro cómo debía escribir La casa, embrión de su obra más famosa. Un día se sentó “frente a la máquina de escribir, como todos los días, pero esta vez no volví a levantarme sino al cabo de 18 meses”.

    Escritura

    Vivía en Ciudad de México, en el barrio San Ángel Inn, en arriendo en una casa de dos plantas, en la calle de la Loma 19, bordeando la campiña. Al fondo del salón había tapiado con madera su estudio: La Cueva de la Mafia. Era un espacio mínimo pero bien iluminado, de unos tres metros de largo por dos y medio de ancho, con un bañito, una puerta y una ventana al patio, un diván, una estantería con libros y una mesa de madera con una máquina Olivetti.

    Inicio

    Sería entre julio y septiembre de 1965. Se refugió en La Cueva de la Mafía con la enciclopedia británica, libros de toda índole, papel y una máquina Olivetti, que añadía su frenético tac-tac a los Preludios de Debussy y Qué noche la de aquel día de los Beatles que sonaban todo el tiempo. Cuando logró redondear la primera frase: “Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, se preguntó “qué carajo vendría después”. Solo hasta el hallazgo del galeón en la selva (al final del primer capítulo) no creyó “de verdad que aquel libro pudiera llevar a ninguna parte. Pero a partir de allí todo fue una especie de frenesí, por lo demás, muy divertido”.

    Horario

    A las ocho y media de la mañana, después de dejar a sus dos hijos en el colegio, se encerraba en La Cueva de la Mafia hasta las dos y media de la tarde, cuando llegaban para almorzar. Luego una siesta, un paseo por el barrio y volvía a escribir hasta las ocho y media cuando llegaban sus amigos.

    Apuros

    5.000 dólares le entregó a su esposa para el sostenimiento del hogar y así poder encerrarse tranquilo a escribir la novela “durante seis meses”. Ella se las ingenió para alargarlos en ese periodo pero cuando se acabaron, y vio que la novela apenas iba por la mitad, le dijo que no había nada que hacer. Gabo tomó su Opel blanco, comprado con el premio de La mala hora, se fue al Monte de Piedad y lo empeñó. Ese dinero tampoco duró. Después, Mercedes empezó a empeñar algunas joyas, el televisor, la radio, hasta quedarse solo con las “tres últimas posiciones militares”: su secador de pelo, la batidora con la que le preparaba el alimento a los niños y el calentador que le servía a su marido para escribir en las frías mañanas y noches de la ciudad.

    Testigos

    Mercedes, su esposa, Carmen Miracle y Álvaro Mutis y María Luisa Elío y Jomí García Ascot solían visitarlo después de las ocho de la noche. La conversación solía girar alrededor de la novela. Otro testigo fue el crítico Emmanuel Carballo, a quien Gabo le entregaba cada capítulo terminado.

    Augurio

    “Estoy loco de felicidad. Después de cinco años de esterilidad absoluta, este libro está saliendo como un chorro, sin problemas de palabras”, le escribió García Márquez en noviembre de 1965 a Luis Harss, que lo había entrevistado para el libro Los nuestros, junto a otros grandes de América Latina como Borges, Rulfo, Asturias, Cortázar…

    Muerte

    Había aplazado la muerte del coronel Aureliano Buendía, hasta que optó por la más sencilla: orinando al pie del castaño. Puso el punto y aparte, subió al dormitorio de su esposa, se lo contó, se acostó a su lado y se puso a llorar. Era el personaje inspirado en su abuelo Nicolás Ricardo Márquez.

    Avances

    El primero de mayo de 1966 los lectores de El Espectador leyeron el primer capítulo del libro. Carlos Fuentes leyó los tres primeros en junio y escribió un comentario muy elogioso. Después le pasó esas 80 cuartillas a Julio Cortázar.

    Título

    Al parecer se le ocurrió a mediados de 1966, cuando terminaba la novela, porque los capítulos que le pasaba al crítico Carballo estaban sin título.

    Editorial

    También a mediados de 1966 recibió la carta de Francisco Porrúa, editor de Sudamericana de Buenos Aires, que quería editar sus libros. Lo contactó por intermedio de Luis Harss, el del libro Los nuestros. Porrúa leyó lo publicado por García Márquez hasta entonces, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y La hojarasca, y le gustó. En vista del interés de Porrúa por editar un libro suyo Gabo le ofreció la obra que estaba terminando. Le envió unas páginas del comienzo. “Desde el principio de la lectura comprendí que era una cosa nueva y admirable. No había duda. Entonces, como adelanto, Sudamericana le envió un sobre con 500 dólares”. Y en septiembre de 1966 firmó el contrato que le habían enviado.

    Claves

    La guerra civil de los mil días, el duelo de su abuelo Nicolás, la casa da Aracataca donde vivió su infancia, su viaje a los 16 años a Zipaquirá a continuar el bachillerato, donde se afiebró por la lectura y 1948, cuando leyó La metamorfosis, de Kafka, porque le ayuda a encontrar el hilo narrativo de su abuela Tranquilina.

    Inspiración

    La lectura de un párrafo del principio de Mrs. Dalloway le “transformó por completo” su “sentido del tiempo y le permitió vislumbrar en un instante todo el proceso de descomposición de Macondo y su destino final”, recuerda Saldívar. Pero es solo una verdad parcial, porque en realidad fue la relectura del párrafo unida a la experiencia de los viajes por Valledupar y la Guajira, más el regreso a Aracataca, lo que desencadenó en él una visión dinámica y corrosiva del tiempo estancado que venía manejando en La casa.

    Fin

    Según Dasso Saldívar, el momento de mayor desconcierto lo padeció cuando la novela tocó a su fin. Un día de septiembre de 1966 sintió que la historia de Macondo y los Buendía llegaba a su fin. “Las cosas se precipitaron a las 11 de la mañana. Estaba solo en la casa, no encontró a ninguno de sus cómplices para contárselo y no supo qué hacer con el tiempo libre. Después diría que tras la escritura del libro se había sentido vacío ‘como si hubieran muerto mis amigos”.

    “¿Será mala?”

    Fue con su esposa a la oficina de correos a enviar el libro a Buenos Aires. El agente de correos les dijo que el envío del paquete valía 82 pesos mexicanos. Solo tenían 50. Dividieron las 590 folios de 28 líneas cada uno y cada línea de 60 matrices o golpes por la mitad y enviaron los 10 primeros capítulos. Regresaron a la casa, cogieron aquellas “tres últimas posiciones militares” y volvieron al Monte de Piedad. Las empeñaron por unos 50 pesos. Al salir de la oficina de correos (recuerda Saldívar), Mercedes, que no había leído el libro le soltó: “Oye, Gabo, ahora lo único que falta es que esta novela sea mala”.

    Lanzamiento

    El 5 de junio de 1967 llegó a las librerías de Buenos Aires la primera edición de Cien años de soledad. Ocho mil ejemplares que volaron. Se publicó con una portada improvisada de su editor Francisco Porrúa, la de un galeón en medio de la selva, porque la encargada al artista mexicano Vicente Rojo no llegó a tiempo. En la segunda edición, la novela se publicó con la portada de Rojo. La de un mosaico de sellos que resumen elementos de la historia. Según el editor: “Ha sido una carátula insuperable”.

    46 años, diez meses y 12 días después de aquel lanzamiento murió Gabriel García Márquez. Tres días después apenas empieza la peste feliz de sus recuerdos. Así es que ni imaginar si un día a Santa Sofía de la Piedad, única sobreviviente de Cien años de soledad, se le ocurre aparecer y empieza a hablar como un perdido, porque “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.

    (Tomado de El País)


    Respuesta  Mensaje 16 de 17 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 22/04/2014 04:59

    Respuesta  Mensaje 17 de 17 en el tema 
    De: alomax22 Enviado: 07/11/2022 01:16
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