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Temas de Sanaciòn: 12.- Sanaciòn Interior del Miedo ( Segunda Parte)
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: PazenlaTormenta  (Mensaje original) Enviado: 12/08/2009 02:20

 

Nota de la Administraciòn:

Su fecunda labor pastoral abarcò muchas àreas: impulsò vocaciones sacerdotales y religiosas, fundò seminarios, asociaciones sacerdotales, grupos de misioneros y obras de ayuda social, creo la Universidad Catòlica de Oriente para la formaciòn de profesionales cristianos. Ha sido, ademas, uno de los eminentes miembros del Movimiento de Renovacion Carismatica Catolica.
Fuè autor de numerosos libros y otros escritos sobre temas bìblicos, eclesiàsticos y espirituales, de estos ùltimos destacan aquellos referidos al ministerio de sanaciòn. Falleciò en 1993.


SANACION INTERIOR DEL MIEDO.

Con la colaboracion de Siervos de Cristo Vivo.

Parte 2 de 3

Mons. Uribe Jaramillo.

Recordemos que, como nos dice el evangelista S. Lucas, después de que Cristo recibe en el Jordán la Unción del Espíritu, de su poder, es conducido por este mismo Espíritu hacia el desierto para allí ser tentado por el demonio. Al Jordán le sigue el desierto con sus privaciones y sus tentaciones, pero Cristo triunfa allí porque tiene el poder del Espíritu, por eso al final el demonio se aleja de Él y los ángeles se acercan para servirle. Entregarse a Cristo es entregarse a un futuro desconocido, pero a un futuro que está en sus manos, en sus manos amorosísimas. No sabemos lo que Él va a disponer para nosotros y en nosotros, pero tenemos la seguridad de que es el Señor y que es el Amor y que es la Fidelidad. Pero, a pesar de ese concepto que tenemos del Señor, como no sabemos qué nos va a quitar, a donde nos va a conducir, qué va a ser de nosotros, de qué va a privarnos, nos causa miedo. Yo soy el primero en experimentar este miedo, es muy difícil superarlo, solamente cuando poseamos la plenitud del Espíritu, cuando recibamos la fuerza del Espíritu, entonces desecharemos este miedo que tanto nos perjudica y que desafortunadamente impide muchas veces la entrega generosa, alegre y sobre todo total al Señor.

Solamente cuando logremos, con la gracia del Espíritu, dominar este miedo a Jesús nos entregaremos totalmente a Él y Él se entregará también a nosotros. Solamente entonces le abriremos la puerta de nuestro corazón y Él entrará. En el Apocalipsis nos ha dicho: "He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre, entraré, cenaré con él y él conmigo", pero solamente abriremos la puerta a Cristo cuando perdamos el miedo al Señor.

Por eso, lo primero que tenemos que hacer es ORAR, para que desaparezca de nosotros ese miedo al Señorío de Cristo. Es preciso orar mucho por esta intención. Si algunos han superado ya esta etapa, si algunos pueden afirmar que no temen al Señor, están en una situación sumamente positiva y ventajosa. Pero seguramente muchos necesitamos orar por esta necesidad, la liberación del miedo que, en una u otra forma, nos impide entregarnos al Señor.

Para esto necesitamos recordar las palabras de Cristo: "Yo soy. No temáis". En la medida en que adquiramos seguridad en la presencia de Cristo en nuestras vidas y fe en su amor, desaparecerá de nosotros el miedo a todo, pero primero el miedo a Él.

Recordemos cómo Jesús sanó ante todo el miedo de sus apóstoles. Pocas personas encontramos dominadas por el miedo como estos apóstoles que habían vivido muy cerca de Jesús. Sin embargo, en el momento de la Pasión, por ejemplo, huyen cuando Cristo cae en manos de sus enemigos. Él lo había ya profetizado: "Herirán al pastor y se dispersarán las ovejas".

Pero como solamente es Él el que sana del miedo, solamente Cristo sana del miedo al comunicarnos su Espíritu, por eso Él el día mismo de su Resurrección adelanta esta curación interior de los apóstoles: "Yo soy. No temáis". Es Él también quien por su Espíritu sana en nosotros el miedo que hemos acumulado en este campo. Pero los apóstoles quedaron curados plenamente del miedo únicamente el día de Pentecostés, hasta ese momento han estado con las puertas cerradas. Solamente salen al balcón ese día para predicar a Cristo, para ser testigos de Cristo. ¿Por qué? Porque como nos dicen los Hechos de los Apóstoles, "quedaron todos llenos del Espíritu Santo". Esta plenitud del Espíritu es distinta de la recepción del Espíritu, ellos lo habían recibido el día de la Resurrección, pero la plenitud del Espíritu, con su poder total, solamente la adquieren el día de Pentecostés. También nuestra sanación interior del miedo y del miedo a Cristo será una realidad cuando recibamos la plenitud del Espíritu, cuando quedemos llenos también del Espíritu del Señor, cuando seamos bautizados en su Espíritu. Esta es la verdad que estamos descubriendo actualmente por medio de la Renovación Carismática.

Uno de los primeros efectos de la Efusión del Espíritu es la seguridad interior. La fuerza del Espíritu destruye en nosotros el miedo que es debilidad, en cambio adquirimos entusiasmo por Cristo. El Señor, antes de la Ascensión, les dice a los apóstoles: "Recibiréis el poder del Espíritu y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra". Antes de Pentecostés, los apóstoles no pueden dar testimonio de Cristo porque tienen miedo. Pensemos en el caso de S. Pedro: a pesar de sus promesas de fidelidad, promesas que eran sinceras cuando las hizo, durante la Pasión niega a Cristo y aún con juramento y delante de una esclava. "No conozco a ese hombre", dice. Y ¿por qué este cambio? Porque en ese momento Pedro está dominado por el miedo, no puede ser testigo de Jesús; conoce a Jesús y ama a Jesús, pero tiene miedo y por esto no puede dar testimonio del Señor ni puede confesar al Señor.

Pero este Pedro que niega al Señor delante de una esclava, será el que el día de Pentecostés lo proclamará con alegría y con valor, lo hará sin miedo, y esto sucederá en los meses y en los años siguientes, nada lo detendrá, será el testigo fiel del Señor. ¿Por qué este cambio? Porque el Espíritu del Señor al colmarlo el día de Pentecostés lo sanó del miedo, le dio seguridad interior, lo llenó de fortaleza y lo convirtió en testigo del Señor Jesús.

La gran necesidad que tiene ahora la Iglesia, la gran necesidad del mundo en este momento es la de testigos de Jesús. Hay muchos predicadores del Señor, hay muchas personas que pueden hablar de Él, pero son pocas las que se atreven a dar testimonio del Señor, a ser sus testigos en los ambientes difíciles. En un medio universitario, por ejemplo, las personas en una conversación están exponiendo criterios anti-evangélicos, la gran necesidad de la época presente es la de testigos de Cristo, pero esto lo lograremos únicamente cuando el Espíritu del Señor, al derramarse en nosotros, nos quite el miedo, nos libere del temor; nos dé seguridad, nos llene de fortaleza. y cuando Cristo nos da seguridad en Él, empieza también a darnos seguridad en nosotros y a confiar en los demás.

Él nos sana primero del miedo que le tenemos, pero quiere sanarnos después del miedo que nos tenemos y del miedo que tenemos a los demás. Es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a nosotros mismos y mucho también el que tenemos a distintas personas. La serie de fracasos que hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas nos ha llenado de inseguridad, nos ha hecho cada vez menos firmes, menos seguros. La incertidumbre es uno de los distintivos.

No tenemos seguridad frente al futuro, porque el pasado está lleno de fracasos y solamente cuando tengamos seguridad frente al futuro lo conquistaremos, progresaremos, cumpliremos las metas señaladas, llegaremos a feliz puerto. "El que no espera vencer, ya está vencido", dice el adagio, allí está encerrada una gran verdad. Los fracasos que nos han proporcionado personas desde los primeros años de nuestra existencia, los que hemos tenido por imprudencia, por falta de previsión, por distintos fallos, nos han llenado de miedo.

Esta es la realidad, pero también existe la verdad de la sanación de Cristo, Él puede sanar este miedo que tenemos en nuestro interior respecto a nosotros, Él puede curarnos de esta inseguridad. Solamente Él, por su Espíritu, puede llenarnos de fortaleza.

Y es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a distintas personas, personas que por una u otra causa, por una u otra actuación, nos han impresionado desfavorablemente, han creado en nosotros complejo de inferioridad, nos causan miedo con sus amenazas, con su misma presencia muchas veces. De este miedo también puede sanarnos el Señor y quiere sanarnos el Señor.

JESUS, que es nuestra paz, empieza a sanar del miedo desde antes de su nacimiento. Por medio del ángel, tranquiliza a José: "No temas tomar contigo a María tu esposa porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados". Despertó José del sueño e hizo como el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su esposa.

El día de su nacimiento en Belén, por medio del ángel sana también el miedo de los pastores. El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador que es el Cristo Señor". Cuando los ángeles dejándoles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: "Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado". Ya sin miedo y llenos de alegría, pueden acercarse al portal y realizar allí el encuentro maravilloso con el Señor .

Pero hay un hecho sumamente elocuente para manifestar el poder de sanación interior, de sanación del miedo, que tiene el Señor Jesús. NICODEMO es un fariseo, magistrado judío, que va a buscar a Jesús, pero "de noche". Va a hablar con el Señor, pero no lo hace de día, teme las burlas de sus compañeros, por eso busca la oscuridad. Es de noche cuando se dirige a la casa de Jesús y cuando tiene el diálogo con Él, es un hombre dominado por el miedo. Pero el Señor, que es la paz, que es la seguridad, que es la fortaleza, dialoga con este hombre dominado por el miedo, le habla de su Espíritu, del nuevo nacimiento: "El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido de la carne es carne, lo nacido del espíritu es espíritu".

A través de aquel diálogo, el Señor penetra en el corazón medroso de Nicodemo y lo sana totalmente. La curación interior de Nicodemo es tan completa que, poco después, cuando los fariseos quieren condenar a muerte a Jesús, cuando incluso reclaman a los guardias por qué no han traído prisionero a Cristo, Nicodemo les dice: " ¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?". Ellos le respondieron: "¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta", y se volvieron cada uno a su casa. Aquel hombre con su valor confunde a quienes quieren perder a Cristo, los obliga a volver a su casa. Y algo más admirable todavía: el Viernes Santo, cuando Cristo ha sido crucificado, cuando todos (aún sus discípulos) lo han abandonado, Nicodemo, en compañía de José de Arimatea, se presenta ante Pilatos para pedirle el cuerpo de Jesús. Es un hombre que ya no tiene miedo, porque Jesús lo había sanado. Como señal de gratitud y como demostración de aprecio, él ahora quiere honrar al Señor dando sepultura a su cuerpo.

Pero lo que debe llenarnos de alegría y de esperanza es saber que Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Que ese Jesús que sanó el miedo que había en José, que había en los pastores, que destruyó el miedo que oprimía a Nicodemo y que muchas veces adelantó un proceso de curación del miedo en sus apóstoles, puede y quiere realizar el mismo favor en beneficio de nosotros. Él también quiere destruir el miedo que nos domina y nos enferma, Él también puede hacerlo ahora y lo hará si nosotros nos acercamos a Él con fe y con humildad. Sería un mal para nosotros descubrir la serie de temores que nos oprimen y aún las consecuencias terribles que tienen sobre nuestro organismo, si no estuviésemos convencidos de que tenemos una solución en Cristo, en Cristo que es la solución de todos los problemas. Es el temor a fracasar, a la sexualidad, a defendernos, a confiar en los demás, a pensar, a hablar, a la soledad y a tantas otras cosas, tienen en Cristo nuestro Señor la gran solución, la pronta solución.

El apóstol S. Juan escribió en su Epístola unas palabras llenas de Verdad y con un profundo significado psicológico: "El amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo y el que teme no es perfecto en el amor". Aquí encontramos la gran solución para la enfermedad interior del miedo: el amor paternal de Dios, el amor fraternal y salvador de Cristo, el amor del Espíritu que mora en nosotros. En la medida en que nos dejemos abrazar por el amor de Dios, en esa misma medida irá desapareciendo el temor que hay en nosotros. Y cuando el amor de Dios llegue a ser perfecto en nosotros el temor será arrojado fuera.


Continua parte 3 de 3



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