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"Contento, Señor, Contento"
Biografía del Padre Alberto Hurtado, quien ha sido canonizado y considerado el gran santo del trabajo solidario. 
 
"Contento, Señor, Contento"
El Padre Alberto Hurtado nació en Viña del Mar el 22 de enero de 1901 y, murió en Santiago el 18 de agosto de 1952.

Beatificado en Roma en 1994, tras una larga investigación de su vida y sus abundantes obras, el mundo espera la llegada del día de su canonización para mediados del año 2005, como un gran santo del trabajo solidario.

Huérfano de padre a los 5 años, debió vivir su juventud como allegado en casa de sus parientes maternos junto a su madre y a su único hermano. Luego de sus estudios en el Colegio San Ignacio, se recibió de abogado en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

El 14 de agosto de 1923 ingresó a la Compañía de Jesús, de cuya espiritualidad apostólica él es hoy un verdadero modelo.

La larga formación sacerdotal lo llevó de Chillán, a Córdoba en Argentina y luego a España, Irlanda y Bélgica. En 1933 fue ordenado sacerdote en Lovaina y, antes del regreso a Chile, se doctoró en Pedagogía.

Llegado a Santiago en 1936, inicia un fecundo apostolado que, en poco más de 15 años, dejará una marca profunda, no sólo en la Iglesia sino en toda la sociedad chilena. Como hombre de Dios, vivió y sintió intensamente los problemas de su pueblo. Los primeros años los dedicó preferentemente al trabajo con jóvenes, llegando a ser el asesor de la Acción Católica Juvenil. Con el correr del tiempo, sin descuidar su trabajo sacerdotal, se interesó cada vez más por los graves problemas sociales del país, porque veía en los pobres el rostro de Jesús. Fundó el Hogar de Cristo en 1944 para socorrer a los más necesitados, se preocupó del drama de la vivienda popular y, convencido que la caridad comienza donde termina la justicia, quiso también sensibilizar a la sociedad frente a los problemas estructurales que producen y perpetúan la pobreza.

Conociendo el valor de las ideas para la transformación de una cultura, dictó innumerables conferencias en diferentes ambientes sociales, escribió numerosos libros y, al final de su vida, fundó la Revista Mensaje que ha perpetuado su voz. Nunca dejó de dar ejercicios espirituales y retiros, de atender largas horas en el confesionario, y de visitar a los enfermos.
Su vida parece un prodigio de unión con Dios y de preocupación por el ser humano. Asombra su profunda contemplación ligada a una apasionada acción de servicio. No es extraño que al acabar sus días, víctima de un cáncer al páncreas, cientos de personas llegaran hasta su cuarto a despedirse y a pedir consejos. El día de su funeral, la ciudad de Santiago se agolpó en las calles para llevar sus restos junto a sus hermanos más queridos, los pobres. Su persona sigue irradiando santidad a la espera del día final de la Resurrección.

USEC fue fundada el 24 de mayo de 1948 por un grupo de profesionales, ejecutivos y empresarios ligados a la Acción Católica. A esta entidad, dirigida por el Padre Alberto Hurtado, actuando en representación de la voluntad de la Iglesia Romana, le encomendó la misión de apoyar a todos los dirigentes de empresas como a importantes agentes del desarrollo social, económico y cultural del pueblo de Chile, mediante la difusión y la búsqueda de aplicaciones concretas de la Doctrina Social de la Iglesia Católica.

USEC es un ejemplo más del gran esfuerzo desplegado por la Iglesia, a través del Padre Alberto Hurtado, para acudir con urgencia a la búsqueda de acciones concretas que permitan ayudar a mejorar la calidad del trabajo diario y la vida de todos los necesitados. Su medio son los empresarios, ejecutivos y profesionales cristianos de Chile. Su destino, todos los que trabajan, con especial atención por los más pobres y desposeídos. Su meta, la paz y la justicia social. Por ello, USEC apoya a todas las organizaciones e iniciativas donde se promueva el pensamiento, la acción y la humana solidaridad cristiana.

El Padre Alberto Hurtado, con su ejemplo de vida, nos compromete a los empresarios, ejecutivos y profesionales católicos, a utilizar nuestras capacidades al servicio de nuestros hermanos, especialmente, de los más necesitados.