Al cabo de haber leído estas líneas -si es que usted llega hasta el 
final- habrá sucedido tres, cuatro veces. Todo depende de su velocidad 
de lectura. El dato es que a cada minuto muere una mujer dando a luz en 
el mundo. Es decir, más de medio millón cada año. Básicamente, por falta
 de asistencia médica adecuada.
En un planeta comunicado a lo ancho y a lo largo por tecnologías cada 
vez más avanzadas y mientras un equipo de astronautas instala un mirador
 panorámico de siete ventanas en la Estación Espacial Internacional, la 
mortalidad materna sigue siendo un flagelo.
"Cada año hay unos 2,5 millones de muertes por causa de complicaciones 
en partos y embarazos, una cifra mayor que las causadas por el sida, la 
malaria o la tuberculosis -dice el doctor Yves Bergevin, coordinador de 
Salud Materna del Fondo de las Naciones Unidas para la Población-. La 
mortalidad materna es una emergencia humanitaria."
Nuestro país no está fuera del ranking. Aquí nacen unos 700 mil niños 
por año, pero se calcula (no existen datos oficiales) que hay medio 
millón de abortos, y sí está claro que las complicaciones de estas 
intervenciones (ilegales, hechas en la clandestinidad) son la causa 
principal de mortalidad materna, con unas 300 vidas femeninas sesgadas 
anualmente.
A fines del año pasado, la directora de la Organización Mundial de la 
Salud (OMS), doctora Margaret Chan, difundió el primer informe sobre la 
situación sanitaria de las mujeres en el mundo y dijo que el principal 
obstáculo en la salud de la mujer no es médico, sino social y político. 
El sida -por ejemplo- avanza entre la población femenina, y a menudo la 
mujer se contagia el virus en su propio lecho conyugal. ¿Cómo? Con 
frecuencia, carece de "la capacidad de protegerse y de negociar 
relaciones sexuales sin riesgo", explica la doctora Chan, ya que para 
muchísimas mujeres es muy difícil pedirle a su pareja que use 
preservativo si él no quiere ponérselo.
Hay lugares donde el sufrimiento femenino alcanza niveles insospechados.
 En el Congo, donde han muerto casi 7 millones de personas en los 
últimos 12 años debido a la guerra civil, según el columnista de The New
 York Times Nicholas Kristof -dos veces premio Pulitzer- la práctica más
 habitual de los rebeldes hutus sobre las niñas y las jóvenes son las 
violaciones, que ocurren aun cuando las víctimas están embarazadas; una 
vez que los cuerpos no soportan semejantes atrocidades y mueren, se las 
aparta, se las deja por ahí, para que no estorben. Qué decir de la 
ablación del clítoris, que anualmente mutila a más de 90 millones de 
niñas en Africa. Quienes sobreviven a la cirugía jamás sentirán placer 
sexual, pero, para asegurar que además de ausencia de placer sepan 
también lo que es el dolor, la maniobra se completa con la extracción de
 los labios vaginales, que disminuye la lubricación durante las 
relaciones, además de complicar el parto.
Todo esto asusta, indigna, pero parece ser un relato novelado cuando nos
 miramos a nosotras mismas o a nuestras parientes, vecinas, conocidas. 
Sin embargo, hagamos la prueba y, a poco de pensarlo, fácilmente se verá
 que aun a altísimos niveles persisten diferencias de género. Las 
diferencias existen, son una realidad, y no necesariamente negativa, 
siempre y cuando no vengan de la mano de la iniquidad. O, al menos, de 
iniquidades tan pero tan extremas.
Si esas desigualdades no persistieran, el Parlamento Europeo seguramente
 no perdería su tiempo en promover, como lo hizo hace 20 días, una 
resolución que facilite a las mujeres el "control de sus derechos 
sexuales y reproductivos a través de un acceso ágil a la anticoncepción y
 el aborto", además de la prevención y la lucha contra todas las formas 
de violencia, incluyendo la trata, que hay, y mucha.
"Hay una falta de voluntad política en todo el mundo para proteger la 
vida de las mujeres. Si la salud materna fuera un problema de hombres, 
tendríamos un ministerio para resolver vigorosamente esta situación", 
expresó el doctor Yves Bergevin desde las Naciones Unidas, en su 
condición de hombre y entendido en el tema.
En el día internacional dedicado a la mitad del planeta, no está mal 
soñar con que, al cabo de leer este texto -si es que usted llegó hasta 
el final-, ninguna otra mujer haya muerto dando a luz en el mundo.
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